El murense Cao Durán, concejal, y otros panaderos de A Mariña en Madrid

Martín Fernández

A MARIÑA

José Cao Durán, panadero de Silán en Madrid
José Cao Durán, panadero de Silán en Madrid

A principios del siglo pasado, el 80% de los que elaboraban pan eran gallegos

19 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En Galicia el pan es una cultura, una religión. A principios del siglo pasado, el 80% de los panaderos de Madrid eran gallegos. Emigrantes que, con 14 o 15 años, marchaban andando o en carromatos, casi niños. A Mariña aportó algunos muy significados.

José Cao Durán, por ejemplo, nació en Silán (Muras) en 1864. Cuando tenía 15 años y le llamaban Pepiño, marchó a Madrid en el carro de un maragato que transportaba gentes y mercancías. El viaje le costó 11 pesos y tardó 16 días en llegar. Se colocó de «muchacho» en una tahona y pasaba los días con las manos en la masa o echando leña al fuego. Y si el horno no estaba para bollos… le caía algún tortazo sin más defensa que las lágrimas vertidas sobre una artesa o los sacos de harina donde dormía...

Lo aguantaba todo. No tenía más deseo ni objetivo que ganar dinero y ser independiente. Y a los pocos años ya ahorrara cinco mil reales, lo que costaba comprar a crédito el «título de la carrera». No era un diploma universitario, ni de FP, ni de Graduado Escolar. Era, como decía el gremio, tomar en traspaso la clientela de un repartidor de pan a domicilio. Un reparto que se hacía por cuenta propia, así que cuanto más clientela tuviese «una carrera» más cara era su venta. Ahí pasó a ser Pepe Cao. Y a patear las calles del Distrito Centro con su vestimenta inconfundible: blusa larga, alpargatas y, a modo de sombrero, una enorme cesta repleta de panecillos, roscos, hogazas… Alguna vez, los alguaciles lo condujeron a la Tenencia de Alcaldía para «repesar el pan» sin sospechar que, años después, sería aquel sudoroso muchacho el concejal responsable del distrito al que ellos mismos habrían de tratar, gorro en mano, como usía…

Los alguaciles y el concejal

En 1890 conocía al dedillo las calles y pisos de Arganzuela, Embajadores, La Latina o Lavapiés, saldara la deuda de la cesión, pagara la exención de servir al Rey y tenía lo suficiente para abrir una fábrica de Pan de Viena, ser comisionista de harina y casarse. Despues ingresó en el Partido Republicano Progresista. Su padre había sido alcalde de Muras en la 1ª República y él se presentó a concejal en Madrid en 1905 y ganó los comicios en un distrito donde la mayoría de los electores eran monárquicos. Pero lo conocían y lo apoyaban: «yo no vine al Ayuntamiento para aprender elocuencia sino para administrar honradamente los intereses de mis mandatarios», le dijo al periodista Romero Yáñez, en Vida Gallega. Fue reelegido varias veces. Y ya era Don José Cao, tesorero y directivo del Centro Gallego de Madrid, además. Gozaba de prestigio y compró fincas y propiedades en Madrid, Santander y Galicia. No le regalaron nada. No tuvo subvenciones. Su única ayuda fue su trabajo y su inteligencia. Y él, que había nacido entre silvas e toxos, se vio, por su propio esfuerzo, rodeado de laureles y jazmines…

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Tahoneros de Foz y Lourenzá y la influencia lucense en el Viena Capellanés de los hermanos Baroja

Dos panaderos de Foz ?Angel Díaz Río- y Lourenzá ?José Novo Ferreiro- unieron sus negocios a través de la boda de sus hijos. El primero nació en Cordido en 1883 y se casó en Madrid con Teresa Ortiz Carranza, de Covarrubias (Burgos). Y el segundo era de Lourenzá y contrajo matrimonio con la madrileña Concepción López Andrés.

El hijo del panadero focense, Antonio Díaz Ortiz, se casó con la hija del laurentino, Concepción (Concha) Novo López, y de la unión se consolidó una prestigiosa panadería con fábrica y despachos propios en la capital. Antonio ?cuya historia como capitán republicano huido de Madrid oculto bajo el camión de su amigo Pascual Fernández Saá, de Cangas de Foz, ya se publicó en esta serie en agosto de 2018- combinó esa faceta empresarial con la de armador de cuatro barcos con socios de Foz, Burela y A Coruña, con la gestión de explotaciones agrícolas y ganaderas en Toledo y Tarancón (Cuenca) y con la de filántropo de Cangas y Lourenzá.

La presencia de panaderos lucenses en Madrid fue alta y relevante. Antonio Fernández Otero, de Cangas (Foz) tuvo fábrica en la calle Méndez Alvaro y compró un edificio en la Calle Preciados que, cuando se levantó Galerías Preciados en los años 40, le supuso pingües beneficios. Y una de las tahonas más famosas de Madrid ?Viena Capellanés, El Café de Viena-, propiedad de los hermanos Pío y Ricardo Baroja, acabó siendo comprada en los años 20 por su empleado Manuel Lence Fernández, un emigrante de Lugo. Hoy, la cadena ?que tiene 21 locales y 550 empleados- sigue regentada por Antonio Lence Moreno, la tercera generación de esa familia lucense.

La presencia de panaderos lucenses en Madrid fue alta y relevante, con tahonas famosas

Dos estraperlistas de Lugo y Mondoñedo

A partir de los años 30, y en la postguerra, el oficio de panadero ya fue harina de otro costal. Algunos, como el mindoniense José Blanco Folgueira o Constantino Pérez Pillado, de Sobrado do Picato, fueron grandes triunfadores. Y grandes estraperlistas.

El mindoniense nació en 1880 y marchó a Madrid con 15 años. No le fue bien y se fue voluntario a la Guerra de Cuba de donde regresó con honores pero sin dinero. Trabajó como repartidor, fue propietario de la Panificadora de Usera y gerente del Consorcio de Panaderías antes y después de la guerra. Tras ella, fue jefe nacional del Sindicato (vertical) de Cereales... Todo le iba viento en popa. En 1944 era consejero del Banco Popular de Crédito, medalla al Mérito en el Trabajo y dueño de empresas de maderas, repostería y construcción. El Centro Gallego de Madrid lo nombró benefactor y él donó 500 pesetas para reeditar las obras de Noriega y hacerle un homenaje…

Pero en 1947 la calle era un clamor con lo que pasaba desde el final de la guerra. Y es que empresarios vinculados al Consorcio de Panaderías desviaban la harina del circuito oficial para revenderla clandestinamente en un negocio abusivo, descomunal y redondo. Al Regimen no le quedó más remedio que actuar. Y detuvo a varios directivos a los que impuso una multa conjunta de 28 millones por tráfico ilegal de harinas. Quería dar apariencia de ejemplaridad. A Blanco le cayeron 6 años de prisión, 10 millones de multa, cierre de su fábrica y de siete tahonas e inhabilitación para seguir en el sector. Pero en 1950 lo excarcelaron por problemas de salud y murió en 1952.

A Pérez Pillado ?nacido en 1912- lo multaron con 400.000 pesetas y le cerraron su negocio de la calle Eloy Gonzalo. Pero él supo navegar en aguas turbulentas y llegó a ser concejal y 2º Teniente de Alcalde (1964-1976), consejero del Banco de Madrid, Procurador en Cortes y presidente de Panaderías del Sindicato de Cereales. Murió en 1976. Cinco años antes Franco le dio la Cruz del Mérito Civil. Tenía mérito, sin duda…