«Xubílome porque me obrigan, se non seguiría»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

A MARIÑA

Ana Garcia

Natural de O Valadouro, aterrizó en Cabana en 1977, y desde entonces ha dado clase en el CPI As Revoltas

26 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Imaxínate a lea. Cheguei [a Mañón] e tiña oito rapaces, todos de diferentes niveis e idades»

«Dominaba balonmán, pero co baloncesto tiven que dominarme eu con el e aprender de cero»

«Chegan [os pais] á primeira reunión, en setembro, e en realidade xa nos coñecemos todos»

Apenas dos años y medio llevaba Miguel Vidarte ejerciendo cuando aterrizó en el ayuntamiento coruñés de Cabana. De eso hace cuatro decenios y, si por él fuese, más que serían. Hace ya unos siete años que podría haberse retirado de las aulas, pero ha decidido prolongarlo lo máximo posible y este curso, el 2017-2018, será el último para él en el CPI As Revoltas. «Xubílome porque me obrigan, senón seguiría», dice tajante. Está a gusto, se siente muy cómodo con los chavales y la profesión le encanta. Mucho más ahora que antes, eso sí. «A experiencia amósache en que camiños meterte e en cales non».

Vidarte nació en la pequeña aldea de Santa Cruz, en el concello lugués de O Valadouro, y su primera aproximación a la enseñanza fue en febrero del 1975. Comenzó en Melide, y después se fue durante dos años para una pequeña unitaria, «desas indianas», en la que le sobraban dedos de las manos para contar a sus alumnos. «Alí, en Mañón, tiña oito rapaces, e todos de diferentes niveis», recuerda. Los mayores ayudaban con los más pequeños, y así se iba haciendo más llevadera la cosa. «Imaxínate a lea. Cheguei alí, como quen di recén saído do forno, e atopeime con aquel fregado. Oito nenos de cadansúa idade, e algún con educación especial. Pero a xente por sorte era moi boa e axudábache no que precisases».

Intergeneracional

Allí estuvo dos únicamente durante dos cursos, ya que después aterrizó en Cabana, y ahí se quedaría durante nada menos que cuarenta años. Largo período para que uno acabe siendo un vecino más de la Costa da Morte. «Unha das miñas fillas xa naceu aquí, e a outra veu cando tiña apenas tres anos. A miña vida foi aquí, non cabe dúbida».

Por sus aulas pasaron varias generaciones de cabaneses que ahora, cuando traen a sus hijos el primer día de clase, no pueden más que sentirse como en casa. «Chegan na primeira reunión que temos en setembro e eu xa lles digo: ‘Bueno, podemos retomar cando queirades as clases, xa todos nos coñecemos’. Sempre é moi gratificante. Ademais, os rapaces teñen máis confianza e ánimo cando os pais lles falan do profesor. Dinme: ‘Ai, o meu pai contoume que ti lle deches clase cando era cativo’ ou ‘A miña nai díxome que ti xogabas con ela no recreo’». Maravilloso, dice Vidarte, ver crecer como personas y como profesionales a sus alumnos. No hay dinero que lo pague.

Al contrario de lo que podría parecer, tiene muy mala memoria -o eso dice- y no recuerda ninguna respuestas de estas que los profesoros recopilan en largos volúmenes una vez jubilados. «O que está claro é que daría para escribir un libro», sostiene.

No es fácil lidiar con adolescentes, requiere de mucha mano izquierda y de un cierto feeling -así lo describe él mismo- para que los jóvenes no se salten a la torera su autoridad. «Eu sempre intento manter unha cercanía e que me teñan confianza, pero dentro duns límites, deixando sempre clara a miña posición».

Hablando con Miguel uno cae en que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y que la experiencia lo es todo. «Lembro que unha das probas que tiven que facer na Oposición foi unha programación educativa. Evidentemente, unha vez chegas ás aulas cos cativos, iso non vale absolutamente de nada. A teoría é moi bonita, pero na práctica é inútil».

Los chicos, dice con orgullo el docente, son «estupendos, moi bos de levar». En cuanto al nivel académico hay un poco de todo, como en todos los centros educativos, pero de no ser así, «non destacarían os alumnos máis brillantes entre os demais».

En su etapa de estudiante Miguel Vidarte solía practicar balonmano con asiduidad. Siempre ligado al deporte, hubo una temporada que dejó de practicarlo pero, ya estando en el colegio cabanés, la vida volvería a llevarle por el camino de la actividad física, pues fue entrenador de varios equipos de baloncesto.

Coincidió con la celebración de los Xogos Escolares. A cada docente le asignaron un deporte y tuvieron que colgarse el silbato del pescuezo y tirar para adelante con los chavales. «Eu dominaba o balonmán, sabía bastante, pero co baloncesto tiven que dominarme eu con el!», dice entre risas. No fue fácil. Tuvo que empezar de cero, «teoría, práctica e cursiños acelerados».

Por fortuna, no era el único primerizo y entre los compañeros se apoyaron mutuamente para sacar adelante un ambicioso programa deportivo que no llegó a durar todo lo que les habría gustado. «Unha vez que deixamos de participar nos Xogos, todo caeu polo seu propio peso, o esforzo de tanto tempo. Era moi complicado organizar todo, vivimos nunha área moi dispersa e non era doado para os rapaces vir adestrar».

De hecho, afirma que el cariño que le tiene a sus alumnos y el compañerismo que hay en el claustro son los dos motivos que lo han movido a retrasar su jubilación durante tanto tiempo. «É lei de vida. En agosto haberá que cambiar de chip», señala. «Virei de visita. Tantos amigos non se perden dun día para o outro».