Una vida con el acordeón bajo el brazo

Álvaro Alonso Filgueira
ÁLVARO ALONSO FENE / LA VOZ

A MARIÑA

JOSE PARDO

Empezó a tocar a los 13 años en Xove, continuó en Argentina y lleva desde el 93 en Perlío

12 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Sus dedos, en los que se percibe el paso del tiempo, se deslizan con una agilidad pasmosa por las teclas y los botones del acordeón. Es un Scandalli, un ejemplo de tantos con los que uno se tropieza en su taller, en el que Manuel Cociña Pernas tiene los de su propiedad y los que le van llegando para ser reparados. Todos ellos se encuentran en la trastienda de O Son de Cociña, el juego de palabras que da nombre al mesón de su familia, en Perlío (Fene). Allí, al atravesar el establecimiento y su terraza interior, aparece un taller lleno de joyas, un pequeño hogar para el músico. «Tanto como namorado do acordeón, non estou, pero me gusta polo ben que o teño pasado con el. Levo toda a vida con el debaixo do brazo», dice.

Cociña creció en la parroquia de Xuances, en Xove, donde el instrumento formó parte de su crecimiento desde muy pronto, a través de su padre. «De chaval non me gustaba tanto, porque escoitalo todas as noites na casa... Nas noites de inverno, ¡veña a soar!», rememora. Pero con 13 años y las explicaciones correspondientes de su progenitor, el acordeón Hohner y él empezaron a ser uno. «Ao principio tocaba a batería, pero me pasei ao acordeón porque tiña máis vida. Ía tocar a algunha festa e cobraba 100 pesetas daqueles tempos, que importaban moito, porque estaba a situación apretada», relata.

Sin embargo, la guerra de Ifni hizo que su padre le aconsejara abandonar el país cuando tenía 20 años. «Eu fun un prófugo máis, como Puigdemont», bromea. Cociña se subió al barco en Vigo el 16 de abril de 1957 -recuerda la fecha a la perfección-. «A despedida foi dura, aínda que saín tocando o acordeón do porto», cuenta. No se despegó de su instrumento durante los 17 días que duró el trayecto. De hecho, tanto lo usó que con los vientos marinos acabó estropeándose. «Acabou sendo o primeiro que arranxei, porque se non, non tiña que tocar», apunta el músico. Su destino era Rosario, en Argentina, donde pasó algo más de una década. «A xuventude non ten épocas duras, é todo costa abaixo e sen freos, pero si que é verdade que a morriña non hai quen a salve», asegura. Eso sí, allí se empapó de una cultura musical única, entre grupos modernos y de tango: «Eran unha chulada». Regresó en un petrolero con unos marineros de Celeiro.

Una época boyante

Al regresar a Galicia, Cociña vivió en primera línea la que fue una época dorada para el acordeón. Empezó a ganar bastante dinero formando parte de conjuntos como Los Píndaros y estando cerca de la orquesta Los Players. «¿Que mellor que estar nun lugar no que ganes ben e o pases ben?», resume el músico, que exclama que «¡como soaban eses grupos!». Entre los grandes de esos años, él era más de los Beatles, porque eran «máis tranquilos» que los Rolling Stones. «E Lennon tocaba o acordeón».

Fueron años de ir de un lado para otro, en los que también el teclado empezó a asomar la cabeza. «A xente vaise ao fácil. En Galicia había moitos xinetes do acordeón que deixaron de molestarse en tocalo», considera Cociña. Como la economía iba escaseando, en 1993 se trasladó a Perlío para abrir un almacén de vinos y más adelante el mesón. Con la orquesta Saratoga, los fines de semana y en verano, mataba el gusanillo. Ahora, retirado de los escenarios, deleita a los clientes y devuelve a la vida a decenas de acordeones. «Ás veces non dou feito con tanta reparación», asegura, y aconseja que al comprarlo «o material importa, que sexa de boa calidade; nestes casos, o barato sae caro». Cuando acaba de hablar de su fiel compañero, toca dos piezas con la expresión de un niño. «¿Cantos anos teño? Moitos, oitenta. Cando chegue a cen, poño o contaquilómetros a cero».