La vida de Bruno López y Antón Rodríguez después de Barcelona 92

La Voz CASTROPOL / LA VOZ

A MARIÑA

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Los remeros de Castropol, ahora profesor y ganadero, integraron el cuatro «scull» de España en las Olimpiadas hace 25 años

31 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Bruno López (Castropol, 1971) y Antón Rodríguez (Castropol, 1968) fueron dos talentos precoces forjados en la orilla asturiana de la desembocadura del Eo. Se subieron por primera vez a un bote en edad infantil, siguieron con obediencia las enseñanzas de sus maestros en el Club de Mar Castropol, y apenas habían superado los veinte años cuando llegaron a las Olimpiadas. Barcelona 92. «Entonces solo existía eso, todo lo que hacíamos iba enfocado a llegar allí», confiesan. Y allí se acabó su historia deportiva.

«Mereció la pena. Estar allí es algo inolvidable, especialmente por la inauguración. Verte tan cerca del Dream Team... Luego es una competición más, como muchos de los mundiales o Europeos en los que estuvimos», reconoce Antón. Quien subraya que el resultado no fue el mejor: «Quedamos décimos, da pena no haber llegado al diploma olímpico. Pero ese año el bote no iba tan rápido como queríamos, lo esperaba. De todos modos, me quedo con que no todo el mundo rema una semifinal olímpica».

«No teníamos vida»

«Agotado» tras los Juegos, el castropolense dejó el remo: «Fueron cuatro años durísimos, siempre concentrado, entrenando, no teníamos vida». Estudió INEF en A Coruña y aprobó las oposiciones en 1998. Desde entonces es profesor de educación física en el Instituto de Tapia de Casariego. «Lo que queda del Antón remero es cuando llevo a mis alumnos a las instalaciones del Club de Mar Castropol para acercarlos a este deporte, pero entiendo que es poco apetecible porque no es mediático, apenas sale en los medios y no mueve dinero», comenta.

En aquellas Olimpiadas que cambiaron el deporte y la sociedad española, el castropolense estuvo acompañado en el cuatro scull de la selección española por el vigués José Manuel Bermúdez, el vasco Melquiades Verduras y su vecino Bruno López. Este último era un niño cuando por el Occidente asturiano ya muchos hablaban de los logros de un joven remero: «Antón y yo somos familiares lejanos, y cuando yo era niño ya se hablaba mucho de él por Castropol porque ya ganaba campeonatos asturianos e iba a Nacionales. Apuntaba maneras. No imaginaba que un día fuésemos a estar juntos en unas Olimpiadas, y más cuando ni siquiera llegamos a formar parte del mismo barco en el Club de Mar Castropol».

Un desfile «impactante»

Pero el progreso de Bruno fue meteórico. Tanto que con solo 20 años ya estaba compitiendo en Barcelona 92, dispuesto a comerse el mundo. «Aquello fue espectacular. Y eso que nosotros no estábamos en la villa olímpica, sino en Banyoles, que es donde se desarrolló la competición de remo». Sus mejores recuerdos también están en el desfile inaugural en el Estadio Olímpico de Montjuïc: «Estar al lado de todos aquellos deportistas que veías por la tele para un crío como yo, de solo 20 años, fue impactante, emocionante».

La competición tampoco dejó del todo satisfecho a Bruno, quien también lamenta no haber alcanzado el diploma, pero matiza que aquellas Olimpiadas no estaban llamadas a ser las de la explosión de aquel equipo: «Éramos un bote muy joven al que esos Juegos Olímpicos deberían haber servido como una experiencia para hacer algo grande en Atlanta 96».

Pero el entonces jovencísimo castropolense, al igual que Antón Rodríguez, nunca más estuvo en unos Juegos. Pese a que inició con la selección la preparación en el siguiente ciclo olímpico, apenas dos años después decidió dejar el deporte: «Un día me levanté durante una concentración en Ribadavia y decidí irme. Estaba harto de todo».

Críticas a la federación

Bruno se muestra descontento con la federación: «Les importaba más que todos los familiares viajasen a las competiciones que si el bote iba rápido». Y explica que aquella vida se le hacía dura: «Pasábamos muchos meses fuera de casa, pensando solo en entrenar. Mis amigos me llamaban, estaban de cena pasándoselo bien, y yo saliendo de entrenar. Para un chaval era frustrante».

Por eso tras su renuncia al remo cambió radicalmente de vida: «Estuve un tiempo en Madrid, haciendo todo lo que no pude hacer mientras entrenaba. Disfrutando. Y ahora vuelvo a estar en casa, en Villadún, donde tengo una ganadería».