Portolés, el indiano impostor que dejó en Ribadeo un reguero de deudas y estafas

MARTÍN FERNÁNDEZ, martinfvizoso@gmail.com RIBADEO / LA VOZ

A MARIÑA

Imagen del esplendor del Gran Hotel de Ribadeo
Imagen del esplendor del Gran Hotel de Ribadeo

Usó quince nombres, fabuló profesiones, fue siete veces bígamo y cuando desapareció dejó una nota diciendo que lo llamara el Papa

02 oct 2016 . Actualizado a las 12:26 h.

El semanario Ribadense publicaba el 13 de julio de 1916 la siguiente nota: «Está pasando unos días en esta villa el distinguido sportman don Fernando Caamaño Bonella, simpático joven perteneciente a una familia de grandes capitalistas de Venezuela».

Se hospedaba en el Gran Hotel Ferrocarrilana, el mejor de Ribadeo. Tanto que -junto al Hotel Venecia, de Viveiro- fue el primero en figurar en la Guía Michelín y el segundo que más años fue recomendado en ella, concretamente 46.

El supuesto indiano traía consigo una moto Harley Davidson modelo 16 F, de tres velocidades, iluminación a acetileno y equipada con sidecar. Con ella, atronaba las calles aquel cálido verano de hace cien años.

Simpático y educado

Era un tipo simpático, educado, buen mozo. Vestía trajes de impecable corte que se ajustaban, como un guante, a su deportiva esbeltez. Rondaba los 30 años, hablaba varios idiomas y unas modernas gafas de cristales azules daban un toque principesco a su sonrosado rostro. Decía tener extensas plantaciones en Venezuela, recibía correspondencia de varios países y celebraba conferencias telefónicas concertando ventas de café y cacao.

Rey del Cacao

Los ribadenses pronto lo bautizaron como lo que era, o lo que aparentaba ser: el Rey del Cacao o El Millonario. Y su trato pronto fue deseado y cultivado por las mejores familias de la zona, muchas con señoritas casaderas o en edad de merecer.

Al poco de llegar, subarrendó el Teatro de Ribadeo de los empresarios Villamil y Fernández. Rebajó las entradas, no cobraba a los niños y proyectaba películas diferentes. Pero poco duró su aventura empresarial. Y el mismo Ribadense anunciaba el 19 de octubre la rescisión del contrato que el Rey del Cacao suscribiera un mes antes.

Aquello fue un presagio. Y poco después desapareció tan misteriosamente como había llegado. Pero con una diferencia: a sus espaldas quedaba un reguero de deudas que jamás pagó.

Tres años después, el 26 de enero de 1919, el semanario Brisas del Eo contaba que El Millonario había estado en Ribadeo en el invierno de 1918 disfrazado de cura. Oficiara misa en la Catedral de Mondoñedo y se había alojado una noche en Vegadeo, en casa del cura económo don Antonio Miranda, antes de marchar a Tapia.

El telón de la tragicomedia cayó meses después. La Comarca decía el 5 de octubre de 1919 que El Rey del Cacao pagaba “sus mil y una fechorías” en la Cárcel Modelo de Madrid y que ingresara en el Psiquiátrico de Leganés tras un ataque de locura. Fuera condenado por delitos de uso indebido, usurpación y suplantación de nombres, títulos y uniformes; más de un ciento de estafas; y engaños varios lugares del mundo?

El indiano impostor se llamaba, en realidad, Tomás Portolés Rafóls y era natural de Calanda (Teruel), el pueblo de su famoso pariente y director de cine Luis Buñuel Portolés.

Usó 15 nombres, fabuló profesiones y fue 7 veces bígamo

Portolés fue juzgado en la Audiencia Nacional y defendido por Roque Guimart -un famoso abogado- que, apoyado por los doctores Garibay y Vidriera, consiguió que fuese considerado, ante el general estupor, como un caso de delirio crónico y personalidad múltiple. La sentencia dictaminó que sólo era un enfermo y eso lo libró de cargas y penas mayores.

Lo acusaron de estafas por 700.000 pesetas, aunque eran incalculables. De usurpar cargos, que representara a la perfección. Y de haber contraído siete matrimonios ilegales con mujeres a las que hizo felices, aunque por poco tiempo. Cuando el fiscal leyó su alegato, Portolés -consumado seductor y transformista- dijo en su defensa: «Yo soy el espejo de mi siglo. Si en lo que en mí se retrata no os complace ¿qué culpa tengo yo?». Y, a continuación, fingió perder la razón, desorbitó los ojos, palideció y se desplomó lenta, languidamente.

El juicio demostró que se hizo llamar Antonio Rágoles Villamil, Enrique Sampedro, José Mª de Urrutia, Francisco Martínez Cañabate, Julio Gádor, Juan Edinson, Antonio Llupiá, Luis de Guevara, Danilo de Somoza, Odón de la Riva, Fernando Caamaño Bonella, José Mª de la Cuesta, Mister Harrison y Príncipe Alberto de Battemberg.

Y que las profesiones y apelativos con que se presentaba eran capitán del Estado Mayor, alférez de la Armada, financiero, Rey del Cacao, Duque de Rusia, Archiduque de Austria, Nuncio de la Santa Sede, conferenciante de la Real, cineasta, ‘sportman’, aviador, hacendado y varios etcétera más. La historia de su corazón también fue plural. Se casó siete veces: en La Habana, con la hija del jefe de Policía de la ciudad, como capitán de navío (desapareció a los tres días); en Santos (Brasil), con la heredera de un naviero a la que dejó sin joyas ni dinero; en Perú, con la hija de un empresario taurino; y con otras jóvenes ricas en Montevideo, Valencia de Colombia, Maracaibo y Gibraltar. De esta última se declaró enamorado de verdad. Pero, tratándose de Portolés, nunca se sabe?

Suscitó el interés literario y las chuflas del pueblo; cuando desapareció dejó una nota diciendo que lo llamara el Papa

La personalidad de Portolés suscitó el interés de literatos e historiadores. El más famoso fue Ricardo León que escribió «Las siete vidas de Tomás Portolés». Pero otros, como Paraje, Eduardo Gutiérrez, Lasierra o Portolés Mambiela se ocuparon de otras facetas de su vida exagerada. Hace poco, el escritor catalán Sergi Doria lo incluyó en su novela «No digas que no me conoces».

El pueblo habló de él con una mezcla de burla, escarnio y admiración. Al fin y al cabo, era simpático y vividor. Y sus delitos producen hoy cierta ternura en comparación con el cinismo, la perversión y el latrocinio que a diario se ve.

En Ribadeo, tras su desaparición le hicieron esta copla: «Otra vez el Portolés/ al rico Perú se fue/ en donde dijo llamarse/ señor Gómez, don José».

Sobre el arriendo del Teatro: «Sus amigos del Teatro/ le dijeron a Cacao:/ hacen falta dos taquillas/ para el dia del Mercao?/ Y Cacao ha contestado:/ por ahora puede pasar/ que ya os conozco, granujas,/ que me quereis estafar».

Y las chuflas alcanzaron también a los estafados: «Cacao, Cacao, déjate de cascarillas/ y vete a pagar las deudas que debes en Casa Rasilla./ Rasilla, Rasilla, no pasees a tu fiera/ que vas a quedar sin moto en medio de la carretera». Portolés estaba subyugado por América. Y de allí llegó otro famoso impostor: el falso Obispo de Avellaneda que en 1986 «actuó» en Santiago. Era argentino, de 53 años y se llamaba Carlos Jorge Valdiseen. Ofició misa diaria en la Catedral y repartió cuantiosas deudas por la ciudad. Tenía labia y porte insuperables. Cuando desapareció, dejó una nota diciendo que lo llamara el Papa.