El Caballero de París y otros emigrantes

MARTÍN FERNÁNDEZ VIVEIRO / LA VOZ

A MARIÑA

José María López Lledín, el Caballer de París, en las calles de la ciudad que amó: La Habana.
José María López Lledín, el Caballer de París, en las calles de la ciudad que amó: La Habana.

Tiene una estatua en La Habana y Rodríguez Salgueiro se creía inventor de un avión invisible

10 feb 2016 . Actualizado a las 07:36 h.

En la plaza de San Francisco, en La Habana Vieja, turistas y habaneros tocan una estatua de bronce modelada por el escultor cubano José Villa Soberón. Piden un deseo, pues se le otorga carácter de santo urbano al hombre que representa. Entre las muchas estatuas de la ciudad, esa destaca. Es una de las pocas de Cuba, quizás del mundo, dedicada a un loco. Tal vez la única que el país brindó a un emigrante gallego, que no hizo fortuna pero que quedó para siempre en su paisaje y en su paisanaje.

Se llamaba José María López Lledín, aunque nadie lo recuerda así. Pasó a la historia con el romántico nombre de El Caballero de París. Vestía de riguroso negro, siempre con capa fuese invierno o verano. De mediana estatura, tenía una larga y rizada melena negra que le daba un aspecto entre bohemio, desaliñado y fantasmal. Durante 50 años deambuló por las calles habaneras llevando, como un caracol, su casa encima: un cartapacio de papeles y una bolsa con sus pertenencias.

No obtuvo su apodo entre la gauche divine parisina, no. Lo ganó cuando fue diagnosticado de parafrenia -delirio imaginativo, con fabulaciones y deterioro de la personalidad- al salir de la cárcel en la que pasó seis años por un delito que no cometió.

Había nacido en Vilaseca (Fonsagrada) en 1899. Era hijo de Josefa LLedín Méndez y de Manuel López Rodríguez, un matrimonio con una leira de la que sacaban poco más que vino y aguardiente. Sus ocho hijos emigraron a Cuba y Jose María lo hizo a los 14 años. Aprendió a leer y escribir en las clases nocturnas del Centro Gallego. Era inteligente y sensible, refinó sus modales, aprendió inglés y podía mantener una conversación culta.

Así consiguió empleos en una bodega, en una librería, en un bufete de abogados y, como oficial de camareros, en los mejores hoteles de La Habana: el Inglaterra, el Manhattan, el Telégrafo, el Saratoga y, sobre todo, el mítico Hotel Sevilla que aún hoy mantiene en su hall de entrada la foto del Caballero de París.

Hasta 1920, el joven emigrante llevó una vida convencional. Envió dinero a sus padres, ayudó a su hermana Inocencia, también emigrante en la isla? Pero ese año se precipitó su locura. Fue acusado de algo -lotería falsa, robo de joyas, manejos de un esposo celoso, no está claro el motivo?- que no cometió e ingresó en la prisión del Castillo del Príncipe. En ella se declaró Papa, Rey y Caballero andante, pronunció discursos y pasó noches de angustia. El escritor Eduardo Robreño en su libro Como me lo contaron, te lo cuento, dice que Lledín salió a la calle 6 años después con el «entendimiento nublado».

Deambulando 50 años

Desde ese día, durante 50 años, deambuló por La Habana durmiendo donde podía, alimentándose de lo que le daban y sin meterse con nadie. A veces, llamaba a la puerta de alguna casa y dejaba tarjetas decoradas con frases sin sentido. Ni pedía nada ni aceptaba limosnas, aunque sí obsequios que retribuía con algún producto que él mismo hacía, como servilletas pintadas, hojas secas o lápices amarrados con hilos de colores.

En las plazas y parques, disertaba, con ínfulas de sabio, sobre la vida y la religión, la monarquía y los imperios, o sobre parajes y hechos fabulosos y lejanos vividos por él en Francia, en Lugo o las Asturias? Los habaneros lo escuchaban entre la admiración, la risa y la sorpresa pero siempre con el respeto que él exigía. Así se ganó el apodo de El Caballero de París y el cariño de una ciudad de la que forma parte.

Rey del mundo

En 1977 lo ingresaron en el Hospital Psiquiátrico de La Habana no por su tranquila demencia sino por su avanzada edad y frágil salud. «Yo soy rey del mundo porque el mundo siempre está a mis pies. No me mire los mocasines sucios. Mire la acera, mire la tierra, mire el pavimento, todo está debajo de mí», confesó a su psiquiatra, el doctor Luis Calzadilla Fierro, que luego escribió, con su historia, el famoso libro Yo soy el Caballero de París. Se lo dedicó a él con estas palabras: «A la memoria del loco más cuerdo que yo haya conocido jamás. De su psiquiatra y fiel mosquetero».

En 1985, murió. Dejó de herencia una cucharita de postre, una moneda venezolana de 25 centavos, recortes de revistas sobre Enrique Caruso, la tarjeta de un masajista a domicilio, pequeñas estampas de santos, varias fotos y los mandamientos de la Ley de Dios. También un puñado de leyendas y canciones. La que le dedicó el músico Barbarito Díez dice así: «Una estampa callejera/ de la ciudad habanera/ un tipo muy popular.// Parece un filibustero/ legendario, un galeote/ con la barba de un quijote/ y capa de mosquetero./ Mira quien viene por ahí:/ el Caballero de París.// El Caballero siempre dice así:/ que sin azúcar no hay país».

El emigrante pobre y loco de A Fonsagrada logró convertirse en símbolo perpetuo de libertad en un tiempo gris y mediocre sin lugar para aristócratas ni caballeros andantes. Él fue el Quijote de una Dulcinea llamada La Habana. Y el amante más fiel que tuvo nunca esa hermosa ciudad.

6.000 casos de sífilis y depresiones

En las Jornadas Médicas celebradas en Lugo en 1933, los doctores J. Souto y Julio Freijanes aportaron en la conferencia «Problemas sanitarios que plantea la emigración en Galicia» datos asistenciales del Sanatorio La Benéfica del Centro Gallego de La Habana que, por entonces, tenía 70.000 socios. Entre 1923 y 1933 se habían atendido 7.269 casos de tuberculosis, 2.994 de sífilis y 2.821 de enfermedades nerviosas y mentales.

Antón Moreda pasó 43 años encerrado en Castro

La casuística de los trastornos fue diversa. En el caso de Antón Moreda ?Toñito de Amadora, en San Miguel de Reinante (Barreiros) donde nació en 1934? tuvieron que ver sus desencuentros políticos y sus desilusiones amorosas.

Fue emigrante, hijo y nieto de emigrantes. Con 17 años, conoció en Argentina el exilio republicano, a Seoane, Díaz Pardo, Alonso Ríos... Fundó las Mocedades Galleguistas y regresó en 1960 para reconstruir el galleguismo. En su trabajo como viajante de la Editorial Galaxia vendía libros y captaba adeptos. Y fue elegido secretario del Consello da Mocidade.

Pero el galleguismo se dividió por el marxismo y la estrategia culturalista que propugnaba Ramón Piñeiro. Antón Moreda se alistó en el bando equivocado, fue expulsado por comunista y perdió trabajo y amigos. Marchó a Barcelona, tuvo un desengaño amoroso y en 1966, con 32 años, ingresó en el Psiquiátrico de Castro.

Protagonista de una película

Más de media vida, 43 años, pasó allí encerrado. Se encargó de la biblioteca, estudió Derecho, fundó las revistas Falemos y Gaiola aberta, recibió alguna visita de viejos compañeros. Una de ellos, Margarita Ledo, rodó una película _Porta blindada_ a partir de sus charlas con él.

El desajuste entre la Galicia esperada y la real, el desmoronamiento existencial del rechazo y de la pérdida de trabajo, unido a la frustración política y al choque emocional del abandono de la novia fueron algunas de las causas del trastorno de un Moreda que solo al final de su vida recibió el cariño y los homenajes de algunos paisanos y correligionarios. Toda una metáfora del propio país.

El mindoniense que se creyó duque

Otro emigrante mariñán con problemas mentales en Cuba fue el mindoniense José Rodríguez Salgueiro. Había emigrado a la isla a los 18 años. Un día, según relata Neira Vilas, se trastornó. Decía ser descendiente de Cristóbal Colón y proclamaba ser inventor de un cañón aéreo, de un avión invisible e invulnerable y de una flauta automática?

Neira cuenta que Salgueiro vivía en La Habana protegido por un pariente que, cuando su locura alcanzó un punto de no retorno, escribió a un hermano que vivía en Mondoñedo para intentar repatriarlo. Pero Salgueiro se negó en redondo. Así que su pariente ideó una estratagema. Le escribió carta, fingiendo ser el Cónsul de España en Cuba, en la que le decía que el Rey Alfonso XIII le había concedido el título de Duque de Veragua y que lo instaba a que ocupase, con urgencia y celeridad, el Vicerreinato del territorio marroquí del Rif. Solo así pudo convencerlo de embarcar hacia España. Cuando llegó al puerto de A Coruña, en donde lo esperaba su hermano, Salgueiro le dijo, contento y decidido: «Vengo para recoger el título nobiliario que me concedió su Majestad».