Rancho Chico, una cantina con sabor a salitre

A MARIÑA

30 abr 2014 . Actualizado a las 20:02 h.

Decía Cunqueiro que barberías y cantinas eran lugares mágicos en los que fluía la tertulia que, sabemos, junto con la epístola son los fundamentos de la literatura.

Celeiro se ha quedado sin uno de sus bochinches más entrañables. Algo así como el cierre de una de aquellas históricas reboticas que describe el hijo insigne de Mondoñedo dedicándole a su padre boticario un libro dónde fabula con los encuentros tertulianos de las viejas farmacias.

Precisamente en uno de sus capítulos me siento identificado con «El Rancho Chico» del puerto de Celeiro.

Fue en la botica de Camelot dónde los caballeros de la Tabla Redonda fabrican el «bálsamo de Fierabrás» que fue preparado por última vez en las aventuras y desventuras de Don Alonso Quijano. Forma parte de esas pócimas que tienen por objeto la rápida curación y cicatrización de las heridas en el cuerpo y en el alma.

Como las hierbas del tiempo, que concedían a los paladines la virtud de prolongar el día o la noche, como el agua de disminución, un compuesto de perla índica molida y de diente de lobo en polvo, para transformar a un fiero monstruo en un animal dócil.

Algo así puedo contar -en el mundo de la fantasía, tan de nuestro pueblo Celta- de la cantina en cuestión. Allí todo era posible para el descanso de los días de mar, para curar las heridas en las recias manos de los hombres morenos por la brisa, que arribaban al puerto en busca del descanso, entre tertulias de mar o la sed que provoca la salsa marina y que sólo los buenos caldos -como pócimas de botica- tintos o blancos, son capaces de saciar. Mientras se cierra el círculo de compañeros delante del mostrador, se escuchan frases a estilo mariñano. ¡A bón mar vás!. «Beber café de proa o beber café de popa». «Cando con nordés chove, hasta as pedras move». Se recuerdan aquellas costeras al quiñón.

Tertulia de xentes selectas

Tuve la suerte de disfrutar uno de los últimos días -de mar en tierra- de la tertulia de xentes selectas, a las que se refería mi amigo de infancia y juventud, Jovino Rey -Palomo- cuando estábamos en la mejor de las compañías, con las que, como debe ser, se discute -cerrarse en banda- de aquellos acontecimientos que forman parte de nuestra cultura y tradición.

Esas gentes: Vicente Miguez, escritor capaz de expresar como nadie el alma que sale por boca de nuestros hombres de mar, o de rendirle culto a las bravas mujeres que transformaron costeras en industria alimentaria. Carlos Nuevo, cronista e historiador, que da fe de como el presente es fruto de un patrimonio histórico que nos permite ser un pueblo viejo y orgulloso. Andrés Ferro, hijo del «Rubito», que sabe de como entrar o salir de puerto bajo cualquier bandera, pero la suya es la de Castelao. José Pino, capitán de pesca, escritor e investigador sobre nuestra manera de ser y estar en el mundo. José Antonio Abella -Machote- autor de un libro sobre alcumes de Celeiro, que será un gran éxito.

Vamos a echar de menos al «Rancho Chico», a su patrón de costa, a las amuras en las que fondeaban viejos marinos a los que el tiempo hizo armadores, a las cuadrillas de chiquiteros que entraban por la puerta del establecimiento, moviendo su cuerpo de babor a estribor, quizá por la influencia del tiempo pasado en las cubiertas por la mar de Gran Sol.