«En Australia lo pasé muy mal, pero la experiencia me valió de mucho»

ana f. cuba RIBADEO / LA VOZ

A MARIÑA

04 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La casualidad ha trazado los capítulos más decisivos de la vida de Josefa Lence López, Pepita. Su familia, de origen humilde, proviene de Vilar, cerca de Castroverde, pero ella nació en Vilaframil (Ribadeo), donde destinaron a su padre, caminero. Justo frente a su casa residía un matrimonio «que tenía una sola hija y se valía muy bien». La pareja se encariñó con Pepita y acabó criándose con ellos, mientras sus dos hermanas y sus padres regresaron a Lugo.

La plácida existencia de Pepita se alteró en 1962, con 23 años, cuando su hermana Manolita le propuso participar en una expedición a Australia, organizada por la Iglesia. «Era gratuita, solo había que pagar la estancia de 40 días con las monjas, en un convento de Alcobendas, donde nos enseñaban algo de inglés, costura, cocina... Éramos 60 chicas de toda España», recuerda. El viaje «en un avión cuatrimotor» duró dos días, «con escalas en Damasco, Karachi, Bombay, Singapur y Darwin», antes de recalar en Melbourne.

«Nos pusieron en una sala y venían mujeres ricas y escogían a quién se llevaban de sirvienta. A mí me tocó una familia judía muy rica. Me dijeron que solo tenía que acompañar a una chica de 17 años, pero trabajaba desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, solo paraba un rato por las tardes para pasear a un bebé», relata. «Al principio lo pasé muy mal», reconoce. No entendía el idioma y ni siquiera conocía los electrodomésticos -«la aspiradora se escapó contra los azulejos de la cocina»-. De la Galicia rural del franquismo, «medias con ligas en vez de pantis y paños en lugar de compresas», a una ciudad moderna. «Íbamos muy atrasados, pero la experiencia me sirvió de mucho, para ser más decidida», recalca. Ahora se ríe contándole a su nieta mayor (también tiene dos mellizos de seis meses) «las meteduras de pata», las confusiones con el inglés. Desde entender que el dueño de la casa la insultaba, nada más llegar, hasta llamarle insistentemente cariño, imitando a su esposa. Su hermana pasó días ofreciéndole ?mierda limpia? (clean shit) a su jefe, cuando quería decir ?una camisa limpia? (clean shirt).

Pero juntas prosperaron con rapidez. Cuando aprendieron a decir ?¿quiere una chica española para trabajar?? se lanzaron, puerta a puerta, en busca de un destino mejor para Pepita. Preguntaron incluso en una sinagoga y la fortuna les sonrió en un hotel. «El cocinero era italiano y nos entendíamos bastante bien. estaba encantada y eché dos o tres años». Entonces Manolita, con más empuje y ambición, decidió sacarse el carné de conducir. «Decía que ganábamos poco, compramos un coche de segunda mano y dejamos nuestros empleos para limpiar por las casas... Parecíamos un sereno con el manojo de llaves, más de veinte casas, y ganábamos mucho dinero». No faltaban ni el domingo. Para limpiar las ventanas de un décimo piso, su hermana la sujetaba y ella se colgaba por el exterior; para dar brillo a las lámparas, se subía sobre sus hombros. Cuando lograron ahorrar algo de dinero, alquilaron un piso, condición para que el novio de Manolita, con quien se había casado por poderes, pudiera viajar a Melbourne. Hasta que en 1968 regresaron -«me quedaría más tiempo, pero mi hermana estaba preocupada por mi madre...»-.

Un piso y un Simca 1000

Retornaron en barco, con dos baúles enormes y varias maletas. Tardaron un mes en recalar en Lisboa. «Los primeros 15 días los pasé mareada y el resto me agencié a un alemán para ir al baile..., hice un montón de amistades». Con la fortuna acumulada se compró un piso en A Coruña y un Simca 1000, y aún le sobraron cien mil pesetas. Planeaba marcharse a Inglaterra, pero se topó con el cadáver del hombre que la había criado y se quedó a vivir con la viuda. Casi el mismo día se reencontró con el novio del que se había separado meses antes de emigrar a Australia, Antonio, Campante, y ya nunca se separaron. Jamás regresó y añoró Melbourne y sus gentes durante años.

Josefa Lence López, «Pepita»

72 años

Hostelera jubilada

Los jardines del hostal familiar El Pinar, situado en Vilaframil, en Ribadeo

Cuando llegó a Melbourne, en 1962, ni siquiera sabía qué era

una aspiradora