Las vacas locas ya no despiertan pánico

Dolores Cela Castro
Dolores Cela LUGO/LA VOZ.

A MARIÑA

El problema que dio la vuelta al sector ganadero sigue dando sus últimos coletazos. El último animal con EBB de las 119 diagnosticados en Lugo se detectó en febrero

09 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Parrula

, una vaca mestiza nacida en el año 1995 y que pertenecía a una explotación de Carballedo, fue la primera víctima en España del mal de las vacas locas, un problema que trajo de cabeza durante varios años a políticos y a técnicos. Murió el 25 de octubre del año 2000 y desde el principio los veterinarios sospecharon que se trataba de la enfermedad que en la provincia de Lugo sufrieron desde entonces y hasta el pasado mes de febrero 119 reses.

La diferencia entre Parrula y la anónima vaca a la que le diagnosticaron encefalopatía espongiforme bovina el 15 de febrero pasado en Castroverde, una frisona nacida en el año 1997, según los datos del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, fue precisamente el anonimato. Los propietarios de la vaca de Carballedo y de los siguientes titulares de explotaciones con casos positivos se vieron sometidos a una presión administrativa y mediática difícil de soportar y que fue cediendo a medida que se estabilizaba la situación. La granja de Castroverde pasó desapercibida.

El propietario de la explotación de Enxerto, en Taboada, el primero que se relacionó con el mal de las vacas locas, tenía las reses sometidas a un embargo judicial. José Vázquez, que pronunció en repetidas ocasiones una lapidaria frase: «eu non fun quen volveu a vaca tola», y su esposa, Marina Cabo, cuando llegaron los medios de comunicación a su casa, ya habían sufrido visitas constantes de los veterinarios de la zona, desconcertados por las sospechas que se confirmaron posteriormente y con muchos interrogantes que aclarar. A Parrula le cortaron la cabeza para mandarla a analizar y después la enterraron.

A partir del momento en el que se constató que el prión podría seguir contagiando si se enterraba, en lugar de si se incineraba la res, todos los casos de vacas con el mal y las que las habían acompañado en los establos, pasaron a ser sacrificadas en el matadero de Chantada que se habilitó al efecto y quemadas.

Durante los primeros años la explotación que registraba un positivo tuvo que sacrificar al resto de su cabaña, incluidas vacas, ovejas e incluso cabras, como fue el caso de la granja de Mariz, en Guitiriz, propiedad de José Manuel Ares García, el segundo caso detectado en la provincia. Sus 42 animales acabaron en el Centro Integral de Eliminación de Riesgos de Chantada, además de los de otro vecino al que le había comprado la vaca infectada Ares García.

El ganadero de Guitiriz, que se dedicaba a la producción cárnica, recibió los resultados como regalo de Reyes el 5 de enero del 2001. Al día siguiente vaciaban sus cuadras. No era la primera vez que se veía obligado a empezar de cero, unos años antes le sacrificaron las 24 reses que tenía como consecuencia de una tuberculosis. Cada nuevo caso que comunicaba el Ministerio de Agricultura, suponía un mazazo entre los ganaderos lucenses, que se solidarizaban con el afectado y elevaban sus plegarias para no ser los siguientes.

Una de las personas que vivió muy de cerca la crisis de las vacas locas fue el presidente de la Asociación Galega de Empresarios Operadores de Gando, Enrique Otero. Casi una década después Otero, experimentado tratante de reses con destino al matadero, recuerda que tuvo que realizar buena parte de las tasaciones de las vacas intervenidas en las explotaciones en las que aparecían casos positivos. Asegura que pocos compañeros de profesión querían asumir esta responsabilidad, la de tasar y verificar los precios de las reses que iban al matadero de Chantada y una de las razones era porque la Administración pagaba muy poco dinero a las familias que se veían privadas de su modo de subsistencia.

Algunas de las explotaciones afectadas no reabrieron -los dueños de Parrula sí lo hicieron, pero tiempo después tuvieron que dejar la actividad por un nuevo percance sanitario-, entre otras razones porque a medida que avanzaban los meses se constató un problema importante para reponer animales en las granjas, en una comunidad en la que la recría estaba muy descuidada. Fueron unos años en los que los ganaderos se vieron obligados a recurrir a Francia, Holanda y Alemania para poder reiniciar la actividad, con los consiguientes recelos porque no eran zonas que ofrecieran tampoco garantías.

Este tratante de Baralla, que tuvo que lidiar en muchos frentes en aquellos años, tanto en el terreno profesional como en su calidad de presidente del colectivo en Galicia, rememora las múltiples trabas administrativas que se sucedieron en aquellos tiempos. Otero guarda buenos recuerdos del polémico ex conselleiro Juan Miguel Diz Guedes, de quien dice que aunque no era un buen conocedor del sector, sí se encargó de agilizar la maquinaria de la administración en la crisis de las vacas locas.

Otero recuerda que fueron años de una tremenda confusión, con informaciones contradictorias y con medidas en muchos casos difícilmente explicables y contradictorias, pero de los que sacaron muchas lecciones. El presidente de Agega reconoce que aunque se produjeron avances en la seguridad alimentaria, el sector cárnico ya era en aquellos momentos uno de los que estaba más controlado a efectos sanitarios.