El astro mexicano, que llevaba largo tiempo sin pisar Galicia, desplegó todos sus encantos y su vitalidad en el puerto de A Coruña, ante la mirada de miles de admiradores
22 jul 2024 . Actualizado a las 10:34 h.Se respiraban muchas ganas en A Coruña. Ganas de volver a recibir la visita de una estrella todavía muy refulgente. Y eso que comenzó todo regular. Empezó la música con gente aún fuera del recinto. Pero bien está lo que bien acaba. Pocos dudan ya de que Luis Miguel es un hombre de moda. Nada antiguo. Por su vitalidad sobre el escenario, uno podría haber jurado que era un veinteañero, aquel veinteañero de antaño, el que se arrancaba a cantar éxitos inmortales bajo la atenta mirada de la noche y miles de gallegos. No es cosa de un día la tarea de construir estas atmósferas tan cohesionadas. El permanente murmullo de excitación que serpentea siempre entre la gente con la suerte de acudir a sus conciertos. Desgañitados y desgañitadas acompañaron los asistentes los estribillos, tan pegadizos que no se van de la cabeza ni con el paso de mucho, mucho tiempo. No culpes a la noche, nos decía él. No culpes a la playa, se le respondía. Y así, entre contoneos y bailoteos y risas y miradas traviesas, se fue desenvolviendo en el puerto coruñés una de las citas más esperadas del año.
Y es que llevaba desde el 2012 Luis Miguel sin pisar tierra gallega. En aquella ocasión, demasiado tiempo atrás, le regaló sus cantos a Santiago. Por eso, ahora que regresaba había tanta expectación. Fue como un reencuentro con un viejo amigo nunca olvidado. Gente de todas las edades llenaba el recinto. Aunque más abundantes eran, claro, los de aquella generación que fue joven a la vez que Luis Miguel. Que creció con sus meneos de flequillo de galán mexicano y cantó y bailó. Seguramente recordando aquellos tiempos en los que ellos también fueron uno con la noche, se dejaron el resto coreando. Nadie quería decepcionar. Ni Luis Miguel ni los fans. Que son, por cierto, muchos en este rincón del mundo. Desde los incondicionales hasta los ocasionales. Raro o rarísimo es el que, a estas alturas, no haya escuchado aún, por ejemplo, el Será que no me amas. Pero nada como el directo. Los que este domingo pudieron capturar la canción recién salida de la voz del sol de México, seguro, ya no la volverán a cantar de la misma forma. Ahora la atesorarán como algo diferente. Más íntimo. Como hecho un poco para ellos. Para el resto también, quizás. Pero también un poco para ellos. Al menos, eso se leía de las caras iluminadas y las sonrisas que adornaban el concierto.
Había ganas, sí. Y con tantas ganas, ya se sabe, es muy fácil llevarse una decepción. Podría haber llegado Luis Miguel y haber hecho simplemente una faena correcta. Rutinaria. Y entonces todo el mundo habría dejado el puerto con un regusto amargo. «Este no es mi Luis Miguel de las mil piruetas», habrían pensado. Y entonces se habrían olvidado eventualmente de todo aquello. Igual habría vivido como un recuerdo vago. «Ah sí, creo recordar que una vez vi a Luis Miguel». Ni por asomo fue el caso. Desde el momento mismo del saludo quedó clarísimo que el rey venía a reclamar y defender su señorío. A confirmarse como lo que todos sabíamos ya que era. Una institución.
Un tipo que, de inmortal que parece, hasta da un poco de rabia. Lo mira uno asombrado y un poco avergonzado. 54 años cuenta y se revuelve sobre las tablas con más vitalidad y rabia y arte que nunca. Entonces es inevitable reflexionar con rubor. Porque yo realmente tengo veintipico. Pero, de los dos, el más veinteañero, sin duda, es él. A mí, y me atrevería a decir que a casi cualquiera, después de hacer todo eso me tendrían que recoger, más que con carretilla, con la aspiradora. Y sin embargo ahí estaba el Luis Miguel de siempre y para siempre como si nada. Como sabiendo que humillar a los veinteañeros con su apariencia impoluta es uno de sus más depurados talentos. Y tonto es el que tiene un talento pero no lo usa.
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No, no decepcionó el sol de México. Cantó y se quedó clavado en forma de recuerdo. Gracias, Luis Miguel, por haber vuelto. Ahora te puedes marchar. Pero que no sea por 12 años.