
La artista actúa esta noche en la primera jornada de la playa del festival Noroeste
12 ago 2022 . Actualizado a las 11:29 h.Zahara protagonizó el gran concierto del Noroeste del 2021. Frente a unas 400 personas —sentadas con dos metros se separación debido a las restricciones del covid-19—, presentó Puta (2021), un disco en el que expone con crudeza sus traumas y obsesiones. «Lo recuerdo perfectamente. Para mí fue la primera vez tocaba el repertorio con luz», dice la artista que pudo ver los ojos emocionados de una audiencia embobada con lo que estaba presenciando. Hoy a las 0.00 horas actúa en la playa de Riazor dentro del Noroeste de A Coruña, tras Tanxugueiras (22.00 horas).
—¿Con la luz de día se produjo una conexión mayor?
—Sí, al ser de día me llenó de energía. No solo por poder ver la rabia de la gente, sino que se me pudiera ver a mí con tanta nitidez, con toda la rabia que venía acumulando. Eso fue algo muy significativo para el público. Entonces, aún no se había producido la polémica que pasó una semana más tarde [se refiere a la ocurrida en Toledo que pedían cancelar su concierto al considerar que el cartel del concierto ofendía los sentimientos religiosos], pero sí que era un momento que me planteaba y hablaba mucho con mi equipo de lo que podía decir sobre el escenario. Además de las letras, tenía que aprovechar el concierto para, en algún momento, soltar algo más. Tenía mucha ira y mucha rabia. Las canciones no eran suficiente. En La bestia había un momento en el que me desahogaba. Citaba a las bestias y les ponía nombres y referencias. Acababa de ocurrir el asesinato de Samuel y había sido un momento muy doloroso. Aunque no lo conociera, creo que me ocurrió lo que a todo el mundo con un mínimo de sensibilidad, que me impactó mucho. Estaba enervada, cabreada y con mucha irá. Ese speech se grabó y ruló bastante.
—¿Parecía claro que le iba a traer problemas, no cree?
—Sí, pero eso me hizo ver también que no tenía que callarme. Yo tengo una personalidad prudente. Siempre he tenido mucho miedo y he evaluado las consecuencias de mis actos. Pero me pilló en un momento de hartazgo. Me dije: «¡Ya está! Me van a dar igual. ¿Qué más da? Decir que permitir que sigan sucediendo estas cosas es una bestialidad no es algo de lo que avergonzarme. No siento vergüenza de criticar esas políticas. Es que está mal lo que estamos viviendo. Está mal esta opresión y vivir siempre con miedo.
—¿Qué ocurrió cuando se encontró con la polémica?
—No voy a negar es que tuve un momento de preguntarme si merecía la pena todo esto. Que para qué decía yo esas cosas y me exponía de ese modo. Pero la verdad es que ellos lo que quieren es eso: que te calles y que no molestes. Y es lo que llevo haciendo toda mi puñetera vida: no criticar a nadie, no decir que esta persona me hizo esto, no decir las cosas… ¡Basta! Lo hice en un lugar seguro, con mi público y con mis personas. Si ni siquiera los conciertos son lugares seguros, ¿qué queda ya de la vida? A lo que me ha llevado todo es a exagerar y potenciar eso, intentar que mis momentos de show sean momentos de expresión, libertad y respeto. Respeto entre nosotras, personas que llevamos toda la vida sufriendo vejaciones. Lo veo en las primeras filas, esa libertad, esa expresión, esas ganas de ser quienes son sin sentirse juzgados y juzgadas. Si no pueden sentir libres en otro sitio, que por lo menos lo puedan ser en este concierto durante una hora u hora y media.
—Aquel día impresionaba el silencio y las miradas, especialmente las de las mujeres. Una amiga me dijo: «Es que a todas nos ha pasado algo de lo que sale en ese disco».
—Yo lo noto. En Merichane veo las caras del público y es fascinante cómo van conectando y con qué frases. Hay una en la que las oigo gritando por encima de mi voz. Es cuando digo: «Confesando que me había tocado creyendo que ese era el puto pecado». Pienso: «¡Madre mía, qué de culpabilidad y qué de sentirnos mal con nuestro propio placer!». No estamos hablando de acoso ni agresiones, sino ahí la letra habla de ellas y su intimidad. Cuando te tocas no entra nadie a tu habitación a decirte que no lo hagas, sino que es tu propio cerebro el que te habla. ¡Qué carga supone para las mujeres el sentirnos juzgadas por nosotras mismas en un momento en el que solamente deberíamos estar liberada y felices y disfrutando! Es muy heavy. Cuando la canto veo la ira de la gente. Hay un cambio total en la canción.
—Habla también de volver a casa con las llaves en la mano, fingiendo que habla por el móvil. Un recurso tristemente habitual para muchísimas mujeres.
—No recuerdo volver sin miedo a casa jamás. Nunca. Se lo decía a Martí, el productor: «Tú no sabes lo que supone ir a tu casa con miedo, no lo has viviendo nunca».
—¿Es una violencia invisible hacia las mujeres que se acaba por normalizar e invisibilizar?
—Mira, aprovecho para correr 15 minutos por las mañanas. Y si voy con pantalón corto veo esa mirada concreta. Desde que me ven hasta que cruzo y me alejo, que me siguen mirando. Por favor, ¿no os dais cuenta que esto es una agresión? Ayer mismo vi a una mujer y un señor que le hizo un repaso de arriba abajo y me tiré todo el rato diciendo: «Di algo tía, dile a ese señor que es un cerdo, que qué hace, que no es suya y no puede mirar a la gente así». Me quedé todo el tiempo sintiéndome mal por no tener el valor de decirle algo. Una vez más cae la culpa: «Joder, tía, mucho disco de Puta pero luego no consigues hacer nada ahí, que simplemente es decirle a un maleducado que eso no se hace, a ver si lo aprende».
—¿Siente la sensación de haber cruzado una línea con «Puta» y estar obligada a estar en ese lado de una manera activa?
—Sí y no. Siento que, por un lado, me he liberado. Puedo expresarme más y no tengo por qué dejar pasar las cosas. Antes ni siquiera hubiera visto eso. No existía en mi cabeza la posibilidad de decirle a nadie: «Eso no se hace». Ahora, que solamente aparezca eso en mi cabeza, significa que lo hago y me enfrento a esas personas. Luego, pienso que bastante he hecho contando mi mierda, que no se me me puede pedir más [risas]. Seguiré haciendo cosas según las vaya sintiendo. Si puedo las haré y si no puedo no las haré. No quiero asumir una presión que no son mía.
—¿Nota que la gente, cuando dice el título de su disco, baja un poco la voz y le incomoda la palabra?
—Claro que incomoda. MI mejor amigo es gay. Riéndonos, le digo «maricón» y él se ríe. Y si él me llama «puta», lo mismo. Pero si yo esa noche estoy volviendo a sola casa y oigo un «eh tú, puta» me echo a correr de miedo. Las palabras hacen daño en función del contexto. Todo es como la uses. La palabra libertad es maravillosa, pero si te dicen ¿comunismo o libertad? ya cambia y da grima.
—Parte de su público acude a los conciertos con la banda de la palabra puta, la que sale en su disco. ¿Qué le parece?
—Sobre eso me pasa una cosa preciosa. Mis padres vienen a los conciertos con la banda de «puta» y es precioso verlos entre mi público así. ¿Tú sabes lo que es eso? Es flipante. Además, mi padre es una persona religiosa. Pero ha entendido perfectamente mi viaje. No se ofendió con la portada del disco. Preguntó por ella. Se la expliqué. Y lo entendió todo. Y sí, la banda se la ponen muchas mujeres, pero también chicos. Hay muchos gais que cogen ese «puta» como propio. Es la sensación de estar protegido, que me puedo poner una banda así y no ocurre nada. ¡Qué ben sienta!
—Tras «Reputa», el disco de remezclas, llegará el momento de hacer nuevas canciones. ¿Le da vértigo tras esto?
—No tengo vértigo porque, de alguna manera, siento que he hecho un disco que ha sido tan relevante en mi vida y ha tenido un impacto que jamás pensé que podía tener nada mío. Eso me genera un descanso y un alivio. Ya está, ya he un disco flipante en mi vida. Me ha transformado. Me siendo muy libre. Si ahora hago un disco con guitarra y voz hablando de despertar por la mañana con los pájaros digo: «¡Qué guay, ya está!».