—Es una pregunta muy importante. Por ejemplo, hace poco salió una crítica que elogia mi disco pero que odia a Pucho y dice que ni siquiera él puede arruinar esa canción, Tocarte. Pero es que esa canción es 100% Pucho. Y no es que no la pueda arruinar, es que yo en esa canción no participo creativamente. Soy tratado como un intérprete por él, lo cual me pone muy feliz porque a él le gusta mucho como yo canto, mucho más que me gusto a mi mismo. Él me encuentra eso, me dirige la grabación vocal pegando la boca contra el micrófono. Está hecha en una sola toma. ¿Cómo te puedo explicar esto?
—¿A qué se refiere?
—Vamos a empezar por lo general, porque sí que se dice que me acerqué a Pucho a ver si me podía llegar a ese público joven. Voy a ser muy claro. La participación de Pucho en mi disco no mete público joven dentro de mi proyecto. Como estrategia de márketing sería muy mala. El gran crossover es el de Pucho de abrirse a un público más grande. Pero no porque estemos nosotros, sino porque ha abierto su repertorio y su manera de escribir. A lo mejor lo ayudamos, ojalá que sí. Pero, si te fijas, Pucho tenía al alcance de su mano trabajar con gente mucho más mediática y exitosa que nosotros. Mira todas las figuras de la música urbana a la que tenía acceso. Son mucho más famosos que Andrés Calamaro, Kiko Veneno, Antonio Carmona o yo. Somos cuatro artistas que no estábamos realmente en el mainstream, hablando de lo que hoy en día es la música en español en el mundo. Podía llamar a los popes. Ninguno de nosotros vamos por autovías. Llamó a artistas de carreteras comarcales para su proyecto [risas].
—¿Cómo lo conoció?
—Lo llamé por las letras que encontré en el disco de Rosalía El mal querer, que me impresionaron mucho. La gran sorpresa fue sentarme con él en un estudio y ver su capacidad de hacer melodías. Sinceramente, mi público en Latinoamérica es bastante más joven que el que tengo en España. Y, por si hiciera falta aclararlo, nunca en mi vida he elegido a las personas con las que colaboro desde el punto de vista de la fuerza mediática. He tenido la fortuna de trabajar con varios de los nombres más mediáticos y de rechazar a gente aún más mediática. Porque quiero que las canciones lleguen a otra gente, pero no es la prioridad número uno que tengo. Cuando llamo a Pucho lo que me interesa es mantenerme vivo en el mundo de la creación y mantener la discoteca abierta. No tener neofobia. Ya venía tiempo atrás hablando bien del reguetón.
—El titular de una entrevista que dio a La Voz en el 2018 iba sobre el puritanismo de muchas de las críticas al género.
—Lo recuerdo. Ya venía indicando entonces que había que estar abierto. Eso de decir que «esta generación escucha una música de mierda» me parece una afirmación xenófoba. Me parece un punto de más de discriminación y un síntoma de algo muy grave: la neofobia. Eso es un miedo territorial. Una generación que siente que pierde territorio se defiende desconfiando y atacando a la generación más chica. Pero es una discriminación tan fea como las éticas, raciales o religiosas. Decir «todos los jóvenes son idiotas» o «toda la música es mala» no solo es triste y burro, sino que es grave. Refleja atrás un tipo de pensamiento altamente intolerante. Otra cosa son los gustos. Los hay y, por supuesto, cada uno tiene derecho a que le parezca mal lo que hago yo o lo que hace C Tangana. Faltaba más. Eso está muy bien que pase. Lo que me parece menos elegante y justo es no darse cuenta que eso no es márketing. Con todo el amor que le tengo al equipo de márketing de mi discográfica, ese no es el tipo de decisiones en las que ellos participan. Nadie me dice: «Oye, colabora con este artista que es joven y tiene un montón de seguidores». Nunca en mi vida lo he hecho.
—C. Tangana se había convertido en el villano perfecto de la música española. De repente, en «El madrileño» incorpora a su mundo gente de mucho prestigio. Que el representante de la supuesta «música mala» se junte con los de la «música buena» ha provocado una especie de cortocircuito en muchas mentes.
—Porque así no puedo encontrar yo mi lugar en el mundo. Hay una cosa muy importante que la gente no tiene en cuenta. Pucho se acerca a nosotros, pero antes de acercarse a nosotros se acerca a un repertorio de música popular. Aparece la guitarra española. La gente habla mucho de nosotros, pero no de Víctor Martínez, que es el gran revolucionario de El madrileño. La gran persona que influye en El madrileño es él. Alizzz ya estaba antes.
—«Cobra lo que tengas que cobrar, pero trabaja por amor al arte» canta. Bonita definición del oficio y de la ética.
—Es una declaración deontológica de la ética de la profesión. La medicina tiene una ética muy clara. Cuando yo llego a la música veo que hay un poco de confusión con eso. Percibo que a los músicos les da vergüenza cobrar, que nos da vergüenza hablar de dinero. Lo que hacemos es tan bonito y, a veces, tiene una apariencia tan etérea que muchas veces confundimos eso. Por eso yo digo: amor al arte, que va más allá de no cobrar. No, lo importante no es que cobres, ni el numero de seguidores o las ventas. Si eligiera solo música que vende mucho, me hubiera quedado sin Fernando Cabrera en Uruguay. Si hubiera elegido música que vende poco me hubiera quedado sin The Beatles. No es una variante para mí. Pero esto es una profesión. Honrar la música es cobrar por ello y vivir dignamente, que para mí es un privilegio. Aunque es muy importante no confundir precio con valor, que es algo muy común en esta sociedad capitalista en la que vivimos.