Rosalía da un buen concierto, pero no alcanza la excelencia

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN

AL SOL

Con las expectativas altísimas, la artista demostró en A Coruña un poderío indiscutible. Sin embargo, a su propuesta minimalista le faltó un puñado de magia y emoción para llegar a lo más alto

30 jul 2022 . Actualizado a las 13:19 h.

Unos le echarán la culpa a la música grabada. Otros a lo subrayadas que estaban las coreografías. Y seguro que habrá quien señale al cámara que perseguía la artista. La cuestión es buscar una causa que explique por qué una actuación como la que Rosalía en A Coruña —anunciada como el concierto del año en Galicia— no llegó a ese punto en el que la razón ya no razona y es el corazón el que se limita a bombear pura pasión. Pero lo cierto es que a la salida del Coliseum se repetía —al menos en la franja de 30/40 años— una idea: que la artista lo había hecho muy bien y que el espectáculo era notable. Sin embargo, en lugar de no encontrar las palabras para describir lo que se había sentido, porque la emoción había nublado el pensamiento, el problema radicaba en encontrarlas para decir qué es lo que había faltado.

Las expectativas estaban altísimas. El rugido de motores que anunciaba el principio del show parecía confirmarlas. Configurado con líneas que parecen diseñadas por Apple, el escenario se desplegaba como una lámina curvada y arropada por pantallas que semejan dos Ipads gigantes. De pronto, una suerte de seres con cascos luminosos se hacen paso. En medio de ellos surge Rosalía. Y con ella, Saoko. «Eh, yo soy muy mía, yo me transformo /Una mariposa, yo me transformo», canta. ¡Zas! Magnetismo, carisma y poderío. Ya se había visto por los innumerables vídeos de otros conciertos, pero en directo impacta. Sobre ese blanco impoluto la Rosalía azulada mira a cámara. Sabe que esa generación nacida ya con móviles la va a contemplar amplificada en infinitos lúmenes y entenderlo todo. Si en ese momento le preguntan a cualquiera quién es la estrella del pop más grande del planeta, no hay duda de lo que dirá.

Rosalía maneja la situación con una autoridad insultante. Cualquier gesto suyo —mover la cadera, ponerse las gafas, simplemente sonreír— provoca el griterío. Las imágenes se desdoblan en las pantallas. Los más viejos del lugar no saben a dónde mirar. Los jóvenes conectan con esa mirada múltiple —que se une a la de su propio teléfono—, porque para la lente contemporánea el pop no solo se fragmenta en estilos. También, en su propia percepción. El juego sigue al son de Candy, Bizcochito, La fama y demás coreadísimas piezas que nacen entre coreografías circulares. Por momentos, parece la abeja reina de un enjambre.

Las piezas encajan. El recital funciona. Aún así, no parece responder a la promesa del escalofrío inicial de Saoko. La sensación se prolonga durante el transcurso de la actuación. Recuerda Pienso en tu mirá y evoca aquellos conciertos del 2018 donde enamoraba con factor sorpresa. Se marca el Despechá y logra dibujar una sonrisa por su juguetona musicalidad tropical. Y con Hentai parece tener el mundo entero comiendo de su mano.

Con todo, hay algo en todo ese concepto de blanco aséptico y bolo medido al milímetro que no lo permite despegar de verdad. No genera la dinámica para flotar. Ahí es cuando una parte del público piensa en los epítetos, los titulares espectaculares y los honores de artista que está marcando un antes y un después en la historia de la música nacional. Todo eso no obtiene en el escenario un reflejo que traslade la genialidad de su propuesta con la misma intensidad. Algo que abra la boca, embobe y mantenga en tensión hasta el final. Cuando dice que es la última y se marca Con altura llega el momento de aceptar que no, que este quizá no ha sido el concierto del año que se esperaba.

¿Qué ha pasado? ¿Tienen la culpa todas esas cosas que los críticos de Rosalía señalaron estas semanas? ¿Contar músicos sobre el escenario disparando samplers, prescindir de bailarines o no usar las pantallas de un modo tan importante lo mejoraría? Me temo que no. La cosa responde a conceptos más etéreos. Quizá entre tanto minimalismo faltó un buen puñado de magia y emoción. Para llenar la escena y elevar a la excelencia el directo de una artista extraordinaria que debe aspirar a lo más alto. Porque, asombrados por la actuación de C. Tangana en febrero en el mismo lugar, nos preguntábamos quién iba a ser capaz de superar aquello. Rosalía, la mejor artista de esta generación, era la única candidata posible. Pero lo cierto es que no lo ha logrado. Por ahora.