Apilar piedras: una moda innecesaria

AL SOL

NANO GARRIDO

Los expertos lo desaconsejan por su efecto negativo en el medio ambiente

26 ago 2018 . Actualizado a las 19:17 h.

Colocar piedras unas encima de otras es una costumbre que para muchas culturas tiene un significado: desde algo con carácter religioso hasta una representación del equilibrio interior. En Galicia los milladoiros serían algo semejante, con interpretaciones relacionadas con marcar algo, como en el Camino de Santiago. Sin embargo, todas estas tradiciones se alejan mucho de una moda que, desde hace varios años, se está reproduciendo en rincones naturales y a la vez turísticos. Esta misma semana, en la playa de Ponzos, en la costa de Ferrol, un bañista encontró, en una zona de cantos rodados, más de una docena de estos montoncitos que se elevaban sobre la arena.

Y esta corriente, muy al hilo del incremento de las fotos en las redes sociales, no ha pasado desapercibida entre los expertos, que la ven innecesaria y, sobre todo, peligrosa para el medio ambiente si se repite demasiado. «Calquera actuación neste sentido, na que existe unha selección atípica da materia, afecta á dinámica natural da paisaxe. Se é puntual, coma no caso de Ponzos, non ocorre nada, pero se se converte nunha moda, acabará sendo problemática», señala Augusto Pérez-Alberti, catedrático de Geografía Física de la Universidade de Santiago (USC).

Esa problemática de la que habla es la que llevan sufriendo desde hace tiempo en Canarias -especialmente, en el Teide-, Baleares o Cataluña. «Son puntos demasiado masificados en los que unos iluminados hacen esto y, con ello, afectan la flora y la fauna», confirma Xisco Roig, doctor en Geografía y en Geología, que colaboró con el Consell de Formentera para devolver a su sitio las piedras y no hacerlo de forma arbitraria. Cerca de allí, el Consell de Menorca se vio obligado a colocar señales para prohibir estas prácticas. «La vigilancia no es la solución, porque hay muchos sitios y sería inviable. Lo bueno sería que la sociedad se implicase en no hacer este daño», incide.

Otro que opina igual es el delegado en Ferrol de la Sociedade Galega de Historia Natural, Xan Rodríguez Silvar. «Se se multiplica esta moda, será preocupante. Non hai que xeneralizar, pero estas cousas teñen as súas consecuencias aínda que a xente pense que non pasa nada. Andar movendo as pedras pode ter efectos na xeomorfoloxía da zona», advierte. A pesar de que Ponzos, por ejemplo, es una playa dinámica, y probablemente pronto desaparezcan esos montoncitos, en otros lugares no es así. «Na miña opinión persoal, estas intervencións non veñen a conto, porque nin sequera teñen que ver co land art, a arte da paisaxe, na que se adoita respectar o contorno ao máximo», añade. Como resume Pérez-Alberti, «non se trata de parques de xogos, senón de ecosistemas que teñen que ser conservados da mellor forma».

El castro de Baroña o el Cementerio de los Ingleses lo padecen en verano

Más allá de casos aislados como el de la playa de Ferrol, existen otros lugares que llevan sufriendo esta corriente durante años. El más afectado en Galicia es el castro de Baroña, donde cada verano los visitantes alteran el yacimiento. La proliferación de las columnas formadas con piedras es tal desde el verano pasado que resulta imposible retirarlas y, en consecuencia, van a más. De hecho, muchos visitantes actúan por imitación creyendo que es una costumbre local amontonar los cantos rodados. Y, a continuación, acuden a la oficina de información para preguntar por su significado. El Concello, mientras, no para de advertir que no es ninguna tradición propia de Baroña y que está prohibido. Ahora, informa Marta Gómez, los daños afectan directamente a las estructuras que se mantienen en pie, que presentan piedras rotas o desprendidas que aparecen desperdigadas.

Asimismo, la moda llegó hace varios años al Cementerio de los Ingleses, en Camariñas. Allí, algunos lo veían como una manifestación artística, hasta el punto de relacionarlo con el legado de Man de Camelle, y otros abogaban directamente por erradicarlos, al considerar que el paisaje está para conservarlo tal cual y no para alterarlo con algo que no aporta nada novedoso respecto a otras partes del mundo.

Otro lugar afectado fue el yacimiento de O Facho, en Cangas, donde el arqueólogo que dirigió las excavaciones observó «una grave agresión».