Margaritas

Aroa Lorenzo Farto

AL SOL

Aroa Lorenzo Farto. 13 años. Mos, Pontevedra. Estudiante

06 ago 2018 . Actualizado a las 21:58 h.

Allí se fue. Estaba decidido. Aquello ya no era una obligación, era algo personal. Todo comenzó hace doce años. Me acerqué al campo, aquel campo lleno de margaritas donde lo encontré herido, el dragón que se dedicaba a proteger príncipes, que asustaba con hielo, que marcaba la diferencia. Allí lo conocí y allí lo vi morir. Por eso cuando me ofrecieron volver a ese lugar de La Mancha de cuyo nombre no me acuerdo, me dije: «David, ha llegado el momento de cumplir tu promesa».

Al morir se había dirigido a mí con confianza, cuando nos conocimos, en ese momento, en ese instante. Es mágico ver cómo los instantes se pueden convertir en eternidades. Allí se lo prometí, me lo pidió con un susurro devastador que arrasaba por donde pasaba y, casualmente, pasó por mi corazón. Me dijo con dolor fingiendo que no le dolía, fingiendo que no lo sentía, y no hablo de la herida. Fingió que prefería la vida a dormirse para siempre, fingió para que no notase lo mucho que le dolía el fracasar. Pero yo sabía que moría más quedando vivo, sabía que si le dolía. Yo no paraba de preguntarle quién le había herido, qué había pasado. Pero a él parecía importarle más lo que tenía que decir, y ahora lo entiendo. No quería decirlo, tenía que decirlo.

A día de hoy soy médico, no un médico cualquiera. Médico que busca y, ahora, médico que encuentra. Volví a ese campo de margaritas. No hace mucho descubrí que la solución estaba justo donde había comenzado el problema. En ese momento fue cuando me di cuenta de que la herida se la había hecho la realidad, y en ese momento fue cuando comenzó el susurro devastador, el susurro aterrador: «He extendido por el mundo una enfermedad sin cura. Por favor, cúrala».