La llamada

Lola Sanabria García

AL SOL

Lola Sanabria García. 65 años. Madrid. Técnica auxiliar enfermería

06 ago 2018 . Actualizado a las 21:58 h.

Papá tenía una pajarería en la planta baja de la casa, en la que yo nunca entraba. No quería que ocurriera como aquella vez. Fue cruzar la puerta y los periquitos, los jilgueros y los diamantes mandarines se volvieron locos dentro de las jaulas. Se saldó con un muerto por estrés. Así, pues, iba directo desde la calle a mi habitación por la escalera exterior de la vivienda. Allí pasaba el tiempo recluido, paseando de un lado a otro para fortalecer mis músculos, mientras escuchaba en la oscuridad los sonidos estimulantes de los juegos encelados de los gatos, las peleas sin víctimas y las cacerías de salamanquesas.

Para mis padres, conforme yo crecía, mi comportamiento iba más allá de la rebeldía propia de un adolescente. No servían de nada sus castigos ante un arañazo a un compañero burlón, o un bocadito que apenas marcaba la piel del bebé de la vecina, tan sonrosado y tierno. La alarma crecía en ellos como hiedra y los mantenía despiertos, cuchicheando hasta la madrugada. A veces acechantes, con la oreja pegada a la puerta de mi cuarto. Yo oía su respiración agitada, el chasquido del seguro, al quitarlo, de la escopeta cargada.

Una de aquellas noches llegó nítida la llamada desde un lugar más allá de los confines de la ciudad. Liberada mi naturaleza al fin, abrí la ventana, salté limpiamente y aterricé en el jardín sobre mis cuatro patas.