Cuestión de destaparse

isaac pedrouzo

PLATA O PLOMO

23 jul 2018 . Actualizado a las 22:34 h.

Que se te parta la juventud es algo irreversible. Trágico. Nunca avisa y no concede pistas, como el preservativo que decide romperse sin más en el momento menos esperado. Con mi hombría de semiadolescente cargada de seguridad en sí misma y confiada de no conocer nunca la derrota, unos amigos y yo planeamos un fin de semana en la costa.

Liberados de figuras paternas, a rebosar de hormonas y con la convicción de encontrar allí el amor de verano. Patrón tópico alimentado por todas esas series de televisión. La ilusión duró lo mismo que el primer día de playa.

De joven uno quiere ser demasiado hombre, más de lo que puede. A veces de mayor también. Nos dedicamos a pasear cerca de la orilla, sin practicar ningún deporte, no hay nada peor que fallar en un simple juego como las palas y ser descubierto, anulando así cualquier tipo de posible interés. Los torpes no son atractivos, o al menos eso nos decían.

A lo lejos, de pronto, una silueta que venía hacia mí me resultó familiar, y a cada metro que avanzaba la playa se hacía más pequeña, se encogió de todo cuando ella levantó la mano firme y revoltosa para saludar. Era Ángeles, la profesora de literatura con la que soñé casarme algún día, muchos días.

Mi amor platónico -e imposible- de instituto que se acercaba a cámara lenta y sin la parte de arriba del bikini. Y yo allí sin saber qué hacer. Ninguno de aquellos estereotipos de televisión me había enseñado a resolver aquello, a dónde había que mirar o qué tipo de mirada se debe usar.

Extendí la mano para saludar manteniendo una distancia prudencial, de seguridad, pero el gesto se perdió en el aire cuando me abrazó y me besó en la mejilla con un beso maternal. Aprendí que el destape solo es eso: destaparse. A Ángeles dejé de quererla. No volví a verla más.