La celebración de Porto do Son alcanza la edad adulta de la mano de Massiel, la yeyé

AL SOL

La Festa Hortera rindió homenaje a la ganadora de Eurovisión con «La, la la»

06 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Pelucas de colores. Pantalones de campana. Lentejuelas y minifaldas de estampados floreados recorrieron ayer las calles de Porto do Son. La villa marinera sacó los disfraces del baúl de los recuerdos, aunque el homenaje no iba dirigido a Karina, sino a otra cantante que hizo historia en su paso por Eurovisión. La celebración, que cumplió ayer su decimoctava edición, pasó a la edad adulta de la mano de Massiel, a la que se dedicaba tan insigne cumpleaños.

Muchos llegaron a la zona portuaria, el punto de partida de la parranda hortera, sin saber si se encontraría con la verdadera Massiel de cuerpo presente. Rodeada de lo más extravagante del armario, estaba su doble más yeyé, pequeña de estatura, con su melena negra azabache, un vestido blanco emulando el que llevaba cuando se dio a conocer en el festival de la canción europea y una dentadura postiza que a duras penas le permitía vocalizar, pero sí mostrar una amplia sonrisa a las cámaras, porque nadie quería irse sin una foto con la reina de la fiesta, que llegó puntual a la cita y posó para todos junto a un Seat 1.500 blanco con una reluciente tapicería de cuero.

Entregados a la causa

Y cantó, como hacen los grandes artistas, el estribillo de su archifamoso La, la, la a todos los fans que se acercaban a ella y se lo pedían, antes de abrir el gran concierto de playbacks con su tema insigne y lo mejor de su repertorio. Entre su público, estaban desde los Village People hasta el mismísimo Rappel, con su túnica más brillante y cartas en mano. No faltaban tampoco los entregados a la causa, que fueron a rendir culto a la homenajeada con uno de sus discos -de vinilo, como no podía ser de otra forma- en busca de un autógrafo de la diva, que acompañada de la música de una charanga, se convirtió en la abeja reina, entorno a la cual las obreras formaron el jolgorio en la calle y dentro de los bares, convertidos en verdaderas colmenas, productoras de dulce diversión.

Otros, optaron por llevarse su propio altavoz, entorno al cual desgastar las suelas de los zapatos hasta altas horas. Había grupos perfectamente combinados, atuendos en los que se invirtieron horas de trabajo, perros con el pelo tintado, madres e hijas conjuntadas como si fueran gemelas, niños con mayas de lentejuelas rojas jugando en el parque sobre sus patinetes y grupos saliendo del bazar chino para improvisar un disfraz de última hora. Alguno, más osado, salió de casa sin pantalón, pero con pelo sintético a raudales brotando de lugares estratégicos.

El título de rey y reina hortera estuvo disputado en Porto do Son, que por un día se convirtió en la capital de lo kitsch. Aunque la competencia salió a relucir, sobre todo, cuando llegó la ya tradicional carrera de tacones, en la que ellas llevan años de ventaja, a pesar de que los hombres le echaron osadía y empeño a lo de andar sobre las alturas. Finalmente, no hubo que lamentar víctimas. Es más, alguno sorprendió al respetable con una destreza innata que bien querrían para sí muchas de las presentes en una celebración no apta para vergonzosos.