Ellos buscan ahora el fresco gallego...

SARA GIL / Y. G.

AL SOL

PEPA LOSADA

Son extremeños y cada verano vienen a Burela buscando un clima suave

05 ago 2017 . Actualizado a las 12:38 h.

En un viejo coche y sin GPS. Así se adentraron los hermanos Antonaya en la comunidad autónoma de la frondosidad y del mar.

Residían a 800 kilómetros, en un sofocante Badajoz estival. Pero terminaron en Burela, mucho más al fresco. Una vez conocido el destino, los lazos se estrecharon para siempre.

Era el año 2013. Jose Luis y Juan habían dedicado mucho tiempo al cuidado de su madre. Querían escapar del calor extremeño. Vieron un anuncio de alquiler de una vivienda, justo al lado de la playa de O Portelo. Ese fue su primer contacto con esta localidad de la costa lucense.

«Nos perdimos y recorrimos media Galicia antes de encontrar Burela. Pero desde que llegamos todo fue maravilloso», recuerda Jesús. Se le ilumina la cara tanto como a su hermano José Luis, cuando habla de las sensaciones que les transmiten sus gentes. Porque si hay algo que destacan por encima de todo, es eso. La gente.

De los profesionales de supermercados a los de las tiendas navales o los del sector hostelero que frecuentan. No se les escapa ni uno. Cinco años pasando el verano en la misma esquina del norte, dan para hacer amistades que se van fortaleciendo entre anécdotas. No se les olvida tampoco el sector sanitario. Todo son palabras amables hacia ellos. «Está claro que no hace falta vivir en una gran ciudad para tener una atención sanitaria envidiable», apunta José Luis.

Él, jubilado de la banca, se sienta libro en mano frente al mar para aprender más de psicología y psiquiatría. No se le escapa tampoco el lado opuesto, el de la escritura, a la que dedica con esmero su tiempo. Su hermano Jesús, presidente de una asociación sin ánimo de lucro, también se sumerge en el mundo de las letras siempre que puede. Menos por las tardes. Estas, están destinadas siempre a otra ocupación: la pesca.

Qué mejor lugar que este pueblo bonitero para pasarse horas y horas entre anzuelos y carretes, entre xardas y agullas, entre lámparos y cabrachos. Han conocido especies de que desconocían, aseguran.

Su recibimiento anual en la localidad son las fiestas patronales que se celebran a principios del mes de junio. Probablemente, los días más multitudinarios del año en este rincón de Lugo. Otro de sus encantos, añaden, el que no haya grandes aglomeraciones ni excesivos turistas durante todo el verano.

Los paseos de ese primer fin de semana de junio por la feria se traducen después en una caminata diaria hasta la playa de A Marosa (unos 3 kilómetros), «porque hay que bajar barriga», dicen ambos. Por la noche, hay tiempo para tirarse en el sofá, delante de la televisión, y competir a ver quién entiende más gallego. No hay problema con el idioma, aseguran. Creo que ni la lengua más rara sería impedimento para estos carismáticos hermanos. Su efusividad del sur contrasta con la «sobriedad» del norte, que le llaman ellos. Dicen que los gallegos con muy amables y acogedores, pero con un punto más de soledad. Otra cosa que les hizo rendirse ante los gallegos.

¿Habrá algo que no les guste? «Casi he pensado en empadronarme aquí. Llevamos en total un año y un mes vividos en Burela», apunta Jesús. Serán los chiquitos y las tapas del Kiko, del Rompeolas, del bar O Traste o del Mesón A Pedra, de los que son habituales. O será la chaquetita a los hombros para pasear, pero algo bueno tiene que tener el fresquito del norte para robar corazones.

...y, luego, nosotros vamos a por el calorcito canario

maría cobas

 

Hace unos diez años que Raquel Guerra y José Rodríguez convirtieron Gran Canaria en su destino de vacaciones. Y tanto les gustó, que hace seis, con la jubilación, decidieron que la isla era un buen lugar para instalarse durante el invierno de Trivés. Así que se han comprado una casa y allí se van cuando en la montaña ourensana la cosa se pone fea.

«En invierno, en Galicia los días son cortos y fríos; si se puede evitar, ¿cómo no nos vamos a ir?», razona José. No tienen una fecha concreta para irse, señala, pero son unos cinco o seis meses, en dos partes. «En cuanto llega al frío, en octubre o noviembre, nos vamos a Canarias», explica. Después vuelven para pasar aquí las fiestas navideñas, y ya después, en enero, regresan a la isla. Y allí se quedan, disfrutando de la Playa del Inglés, hasta mediados de abril. Cuando la primavera ya empieza a asomar con cierto aire a verano, regresan a Trives. «En verano nos gusta volver porque aquí se está de maravilla. A aunque haga mucha calor en otros puntos de Ourense, aquí se está bien; aunque haga mucha calor en la sombra se está fresquito, y es raro que incluso en verano no haga falta una mantita en la cama para dormir», añade. Es por eso que no duda en apuntar: «Es una zona privilegiada para pasar el verano».

José Rodríguez cuenta que a él y a su esposa no les gusta el frío, pero tampoco son de los que disfrutan cuando el termómetro marca 40 grados. «No nos gusta el calor loco, pero es que en Canarias no hace esas temperaturas que hay en el sur de España o en el Levante; normalmente te mueves entre los 22, 25 o 30 grados», señala. Confiesa que estar siempre en unos 22 grados les parece un plan más que estupendo para pasar el año. Supone poder andar en manga corta durante casi los doce meses sin necesidad de andar pidiendo sombra a cada momento o evitando las horas centrales del día para poder salir a la calle.