El festival que conquista acogido al derecho a no declarar su cartel

AL SOL

ÓSCAR VÁZQUEZ

El Festival Sinsal goza de unos espectadores que confían ciegamente en unos programadores competentes y saben que traigan lo que traigan, bienvenido será

24 jul 2017 . Actualizado a las 16:12 h.

En las antípodas de Supervivientes, la isla a la que los famosos (famosos no se sabe bien por qué), van a ganar millones y a perder kilos, está la isla de San Simón. Allí ni se pasa hambre ni se pasa mal. Hay puestos de comida, bebida, merchandising y música. Frente a la redondelana playa de Cesantes, al fondo de la Ría de Vigo, se celebra desde hace siete veranos el Festival Sinsal. El primer año, el 2011, duró un solo día y se anunció el cartel. A partir de ahí a la organización se le ocurrió no anunciarlo. Se dieron cuenta de que vendían igual las entradas. Que la gente iba por pasar el día en la singular isla que antaño fue cárcel franquista y lazareto para leprosos. Ahora es un pequeño paraíso para hipsters y más fauna.

El hecho musical no es que no importe, es que el evento goza de unos espectadores que confían ciegamente en unos programadores competentes y saben que traigan lo que traigan, bienvenido será. Así sigue la cosa desde entonces, creciendo, pero de manera contenida, ya que la isla es un espacio protegido (catalogado como Bien de Interés Cultural desde 1999) y se cuida mucho el entorno y el límite de plazas. Son 800 por cada uno de los tres días y las entradas individuales y los abonos de pack completo se agotaron hace más de un mes. Ayer, tras un amago de inauguración el jueves por la tarde, en que se estrenaron las intervenciones artísticas, arrancó la séptima edición a ritmo pausado y bucólico en consonancia con el paisaje. Los primeros acordes los puso el dúo catalán María Arnal i Marcel Bagés en el escenario San Simón (hay tres repartidos por el archipiélago, lo que obliga al público a recorrer toda la isla), con canciones que rescatan de otros tiempos, rebuscando en fonotecas y viejos archivos sonoros.

Para asistir al siguiente había que cruzar el puente. Al final, en la isla de San Antón, les esperaban Bitchin Bajas (trío experimental del guitarrista de Cave) en su reunión folky con un viejo conocido del Sinsal, Bonnie Prince Billy. El escenario colocado ante el mágico paseo de los buxos acogió una hora más tarde el rock de Melange y remató donde empezó, con los ritmos mestizos de los brasileños Metá Metá. A las 23.00 horas, todos en los barcos, de vuelta a casa. Hoy y mañana habrá más, pero como es tradición, los asistentes sabrán qué toca cuando desembarquen. Incluso cuando les faciliten el programa, tampoco lo sabrán. Es otro de los atractivos de este certamen, que ofrece a los espectadores la posibilidad de descubrir cosas nuevas que tiempo más tarde, se harán famosas. Van por delante.