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Algas de las Rías Baixas se convierten en abono en viñedos ourensanos

m. gago / l. c. llera / p. seoane REDACCIÓN / LA VOZ

AGRICULTURA

RAMON LEIRO

Restos vegetales de playas de Pontevedra y Vigo aportan potasio, fósforo y calcio

02 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Las algas tiñen de verde, como un prado, las playas del fondo de las Rías Baixas todos los veranos. Los concellos, conscientes del poder disuasorio de las algas para el turismo, se esmeran en su retirada, como si el mar, más que un ecosistema vivo fuese un espacio estéril tan pulcro como un laboratorio. En otro frente, en este caso el marisquero, la proliferación de las algas les va más directamente al bolsillo. A más algas menos marisco. La ecuación es sencilla. La acumulación de los restos vegetales marinos sobre los bancos marisqueros provoca que los bivalvos, enterrados en la arena, tengan más dificultades para respirar. Almejas y berberechos se debilitan y pueden llegar a morir en gran número. Y menos marisco significa también menos ingresos para cientos de profesionales.

Así pues, las algas trastornan los planes de muchos concejales de Turismo y Medio Ambiente, así como de los mariscadores. Lo que alborota a unos, era una bendición en el pasado para otros. Era y nunca mejor dicho. Generación tras generación los gallegos han bajado a la playa para acarrear toneladas y toneladas de algas para convertirlas en abono. Eso es algo que ahora parece casi del pasado. El abandono masivo del campo tiene su repercusión en las playas. Ya nadie baja con un chimpín o con una pala y una carretilla para cogerlas de la arena. Es un síntoma más del deterioro de la agricultura. Y esta falta de interés entre los vecinos tiene su consecuencia abrumadora en concellos y profesionales del mar porque, aunque se esfuercen por retirar los restos marinos de playas y bancos marisqueros, ¿qué hacen con ellos después?

Después de probar mil y un sistemas, con escaso resultado, las tres cofradías del fondo de la ría de Pontevedra -Raxó, San Telmo y Lourizán- acordaron el envío de estos restos vegetales marinos a una planta de tratamiento para su reciclaje.

La solución elegida por estos tres pósitos es Ecocelta, en Ponteareas, donde las toneladas de algas de la ría se secan y se transforman en uno de los componentes de compostaje natural necesario para cierta clase de cultivos exigentes. Y entre los suelos en los que acaban estos productos de compostaje están viñedos ourensanos. A algunas tierras de Ribeira Sacra y Valdeorras e incluso del Ribeiro el compost vegetal, con algas entre otros elementos, les sienta bien.

Esta campaña estival, el manto verde se ha hecho de rogar. Apareció tarde, sobre agosto, y no en todas partes. Desde la costa de Poio se enviaron a Ponteareas más de doscientas toneladas para su reciclaje. En Lourizán, fueron bastantes menos, entre 100 y 115 toneladas entre agosto y septiembre pero, sin embargo, fueron las más complicadas de retirar por las dificultades de última hora de la burocracia de Fomento. El volumen crecerá mucho más el próximo año. Para la campaña estival del 2017, las cofradías tendrán ya una embarcación que se dedicará a sacar algas por mar, allá donde no pueden llegar los tractores por causa de las mareas. Es de esperar que más viñedos de la provincia ourensana se beneficien de ello.

El producto se va abriendo mercado y las algas gallegas, despreciadas por la mayoría, vuelven a jugar un papel vital, esta vez en la enología, contribuyendo a enriquecer los suelos de algunas de las cepas de los vinos de mayor calidad del noroeste peninsular.

Sergio Horacio Quiroga Rivero, nacido en Buenos Aires, fundó la empresa Ecocelta en el 2003. Explica que, llegadas las algas a su planta, las separan de otros restos y las van acumulando de un año para otro para, en primavera, mezclarlas con otras materias como restos de poda, de frutas y estiércol. «Hay que hacerlo porque las algas tienen nutrientes minerales pero poca materia orgánica que aporte nitrógeno. Tras eliminar los trocitos de ramas o piedras que pueda haber, se realiza un cribado por granulometría. Así obtenemos la fracción fina que sirve de recebo para césped y el abono de algas para viñedos y huertos», detalla Quiroga. Según explica las algas aportan al suelo potasio, fósforo, calcio y magnesio. En todo caso, comprueban las analíticas de cada suelo y pueden adaptarse especfícamente a cada uno. Respecto a su distribución, la realizan a granel. «Un saco de veinte kilos cuesta cinco euros», explica el responsable de Ecocelta.