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Un colleiteiro que se anticipó a su tiempo

AGRICULTURA

Santi M. Amil

Avelino Lorenzo ha visto reconocida su contribución a la resurrección del Ribeiro

03 jul 2016 . Actualizado a las 04:00 h.

Nunca es tarde para el aplauso a un imprescindible. Algunos, sin embargo, llegan a destiempo. Es el caso del que esta misma semana ha recibido Avelino Lorenzo Giráldez (Berán, 1931) a quien se le ha reconocido su impagable contribución a la resurrección del Ribeiro desde las posiciones más modestas. Avelino fue, a su manera, una parte de la resistencia en un acomodado y complaciente Ribeiro, en el que la mayoría se dejaba ir por el camino más fácil, que era el de las variedades menos brillantes y más abundantes. La vida y el futuro de la tierra, decía siempre con calma, no puede limitarse a facturar kilos, por lo que, tan pronto como tuvo ocasión, trató de ser él mismo.

La de este hombre fue, digamos, una doble vida. A determinadas horas del día era el tendero de Berán y técnico en electrónica que colocaba antenas y componía radios y televisores. (Había aprendido por correspondencia, pero esa es otra historia). Era, al mismo tiempo, el curioso viticultor que reservaba parte de la viña para estudiar y probar aquellas variedades que tenía en su hoy frágil memoria, con esas otras de la que iba sabiendo por lo que leía. Igual traía Europa a casa como buscaba la raíz de

godellos, brancellaos o caíños. Por ampliar horizontes. Ejemplo de colleiteiro, también ha sido un finísimo catador, un referente entre quienes en los años ochenta y noventa del siglo pasado empezaban a empujar con fuerza. Compartir mesa de cata era un lujo, como lo era su licor café, lleno de sutilezas, valorado en su esplendor como una de las golosinas del Ribeiro. Su trabajo era pura artesanía. En el consejo regulador arrimó el hombro como el que más. Y en la Estación de Enoloxía e Viticultura de Galicia, a pocos minutos de casa, cuando José Luis Hernáez Mañas lo necesitada, allí estaba siempre dispuesto. Había que dar una charla, adelante. Y si lo que se terciaba era catar, pues se cataba. Su casa estaba siempre abierta para quienes sentía próximos. Su nombre quedará entre los imprescindibles de la intrahistoria del Ribeiro, aunque, puertas afuera, probablemente nunca llegará a tener la proyección que otros han logrado en los últimos años.

Empezó antes de tiempo.