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«Pondal no era nada niñero»

AGRICULTURA

Pondal

Carmen Pérez es la guardiana de la casa de Eduardo Pondal desde hace más de 65 años y siente a los descendientes del poeta como parte de su familia

06 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Confiesa con coquetería que va camino de los 83 y le halaga que le digan que no los aparenta (y es cierto) porque ella, dice, se siente «bárbara». El truco, asegura, no existe. «Quizás una vida de mucho trabajo, pero muy feliz. Una vida que no cambio por nada», asegura Carmen Pérez Rial, encargada de cuidar desde hace más de 65 años la casa en la que nació Eduardo Pondal y en la que siempre han residido los descendientes del poeta. «Empecé de niña, siendo una pequeñaja, con siete u ocho años, viniendo al jornal», cuenta Carmen mientras disfruta de las magníficas vistas de la desembocadura del río Anllóns que pueden verse desde la blanca galería de la vivienda pondaliana.

Carmen, como es lógico, no conoció al autor de la letra del himno gallego, pero siempre, desde niña, oyó hablar de él. «En esta casa siempre lo han tenido muy presente y siempre se han preocupado por mantener su legado, por que toda su obra saliese a la luz y por que la casa se mantuviese como él la conoció», explica Carmen, que nació en la aldea de Lestemoño, a apenas un kilómetro de la casa de Pondal.

«Yo empecé a trabajar con don Cesáreo [Valdés Abente, sobrino del poeta], que siempre contaba anécdotas y hablaba de las rarezas de Eduardo Pondal», recuerda. Le contaba, por ejemplo, que Pondal, gran amigo de Rosalía de Castro y médico de formación, era un tremendo hipocondríaco, o que no le gustaba nada que los niños anduviesen a su alrededor. «Decía que el poeta no era nada niñero y que siempre se metía con él asegurándole que no le dejaría nada en herencia», explica Carmen, quien siempre ha considerado a su primer jefe como un segundo padre. En realidad, todos los descendientes de Pondal son para ella como una segunda familia. «Me crie en esta casa y siempre me he sentido muy querida, porque incluso cuando yo he estado mal y me han tenido que operar, ellos se han preocupado por estar conmigo y porque no me faltase nada», cuenta con orgullo. El mismo que muestra cuando habla de su actual jefe, Jaime Valdés Parga, hijo de Cesáreo, sobrino-nieto de Eduardo Pondal, y actual guardián del legado del vate pontecesán. «Don Jaime y sus hijas vienen todos los fines de semana, así que ahora mi trabajo es estar pendiente de que la casa esté perfecta para ellos», cuenta Carmen, quien recuerda con cariño aquellos tiempos en los que la casa de Pondal se llenaba de gente.

«Era una casa de labranza, con huertas y animales, con muchos criados y una familia muy grande, así que siempre había mucho trabajo. Cuando venían en verano se juntaban aquí más de 30 personas», rememora con cierta nostalgia. «Cuando les preparaba la cena hacía siete tortillas de patata y se acababan en menos de cinco minutos», añade con una sonrisa. Soltera -«los que me venían no me gustaban y los que me gustaban no me venían», dice con picardía-, Carmen no piensa en abandonar jamás la casa de Pondal, porque sus descendientes, dice, son su segunda familia. «Aquí soy muy feliz, no imagino otro lugar mejor para estar», concluye.

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