
Desde tiempos inmemoriales, el cielo se llena de aves que migran miles de kilómetros, atravesando océanos y continentes, sin mapas ni señales visibles, gracias a una habilidad que escapa a las capacidades humanas: la magnetocepción. Podríamos decir que es un sentido añadido: ese talento de algunos seres vivos de percibir la dirección y el sentido de los campos magnéticos terrestres.
A pesar de ser una de las destrezas que más ha interesado a los científicos durante los últimos años, a día de hoy los mecanismos de la magnetocepción siguen siendo un misterio. Lo que sí que sabemos es que nosotros, los humanos, también tenemos nuestra enigmática manera de movernos por la vida.
No usamos el pico de las aves ni las antenas de las mariposas, pero sí una especie de hilo invisible que, si lo dejamos actuar, nos conecta con lo que realmente importa. Llámalo corazonada, llámalo instinto. Pero cuando lo sentimos, se antepone a la lógica y algo dentro de nosotros dice “este es el camino”. Y entonces, igual que las aves, volamos. Incluso sin alas.
El cine y el instinto: una escena eterna
En la década de 1880 un joven llamado Félix Azpilicueta llegó a Fuenmayor, en el corazón de La Rioja Alta, para trabajar en la tienda de comestibles de un familiar. Y podría haber seguido esa ruta trazada, ¿por qué no? Pero como las aves que migran guiadas por un campo invisible, buscando un destino que aún no conocen pero saben que les espera, eligió escuchar esa especie de magnetocepción humana. Fue ese instinto precisamente el que lo llevó a fundar una bodega que hoy, casi 150 años después, sigue siendo un referente mundial. Y gracias a ello hoy podemos brindar con Instinto, un vino de autor 100% Tempranillo que refleja en cada matiz y aroma el impulso valiente de su creador.
Como el buen vino, el cine también tiene el poder de estimular los sentidos y conectar con nuestras emociones más profundas. Cualquier película es una obra única en la que cada escena y cada interpretación construyen un viaje capaz de transportarnos. Así como Féliz Azpilicueta siguió su instinto para construir un legado en el mundo del vino, Hugh Jackman confió en su sentido de la magnetocepción para guiar su carrera por un escenario de cine.
Pero viajemos en el tiempo unos cuantos años, hasta 1987. En el prestigioso Uppingham School de Londres hay un profesor de Educación Física. Alrededor de él, niños y niñas saltan, corren, juegan con la pelota y aprenden a dar volteretas. Uno de ellos, todavía no podemos especificar quién, se convertirá en periodista y entrevistará a su antiguo profesor de E.Física en una alfombra roja, porque ahora es uno de los actores más famosos de nuestro planeta.

Igual que el buen vino, el cine tiene el poder de despertar los sentidos y transportarnos a otro lugar
Pero estamos corriendo demasiado. En Sídney (Australia) el menor de cinco hijos nace un 12 de octubre de 1968. Se llama Hugh. Y solo ocho años después, en un giro de guión inesperado, más propio de una película de M. Night Shyamalan que de la vida real, su madre deja el hogar para regresar a Inglaterra, quedando Hugh y sus hermanos al cuidado de su padre. Ese vacío, profundo y difícil de comprender para un niño, moldeó su carácter y su manera de entender la familia, enseñándole el valor de la resiliencia.
Tras finalizar la escuela, Jackman estudió periodismo en la Universidad de Tecnología de Sídney, sin saber en ese momento que su futuro no estaría detrás de las cámaras, sino delante. Que él no iba a conformarse con contar las noticias, sino con protagonizarlas. Que si en la escena se encendía algún foco, sería para iluminarle a él.
Tenía un camino marcado pero, igual que las aves que siguen un campo magnético invisible, su instinto le llevó hacia lo desconocido. Y fue suficiente con un solo curso de teatro, al que se apuntó casi por casualidad, el que le hizo descubrir dónde estaba su verdadero norte.
¿Su mayor talento? ¿Su gran éxito? Ser capaz de escuchar a esa brújula interior que lo guió hacia el escenario, dejando atrás lo seguro, demostrando que, a diferencia de cualquier película, en la vida real no hay ningún guión escrito.
Un curso de teatro al que se apuntó por casualidad mientras estudiaba hizo que Hugh Jackman descubriera su vocación de actor
Si Hugh Jackman no hubiera seguido su instinto, los cines se habrían quedado huérfanos de su interpretación visceral de Wolverine, esa mezcla perfecta de furia y vulnerabilidad que definió a ‘X-Men’. Sin Jackman, quizás ‘El Gran Showman’ no habría emocionado a millones de espectadores, y ‘Los Miserables’ hubiéramos sido nosotros al quedarnos sin un Jean Valjean que combinara la fuerza con la vulnerabilidad. El cine habría perdido a un artista capaz de hacernos reír, llorar y reflexionar en cada papel. Al seguir su instinto, Hugh Jackman no solo encontró su camino, sino que transformó el mundo del cine, recordándonos que las grandes historias, como la vida misma, solo se escriben cuando escuchamos esa voz interior que nos empuja a lo extraordinario y, como las aves, nos hace volar.