De la Orden de Calatrava a las guerras carlistas: una noche en el castillo de Alcañiz que guarda los tesoros de la historia de España
El Parador de Alcañiz cumple 55 años ubicado en el antiguo castillo-convento medieval de la Orden de Calatrava, uno de los conjuntos monumentales más importantes del Bajo Aragón donde se puede ver desde un claustro medieval hasta unas impresionantes (y curiosas) pinturas góticas que rememoran el pasado de la Corona de Aragón
Desde lo alto del cerro de Pui Pinos, su silueta domina imponente el entorno. Este castillo-convento recorta con sus vistas la villa de Alcañiz y el río Guadalope, que se extienden ladera abajo. No es de extrañar que se eligiera este enclave privilegiado para levantar en el siglo XII una primigenia fortaleza cristiana que tuvo un papel determinante en la Reconquista, especialmente desde que Alfonso II se lo cedió en 1179 a la Orden de Calatrava para que instalará aquí su sede y centro de poder. En 1200 la orden reforma el castillo-convento poniendo el foco en el carácter defensivo del entorno y, a partir de esta época y hasta el siglo XIX, ha sido testigo de numerosos episodios de la historia de España como la reconquista del reino de Valencia a cargo de Jaime I, la firma de la llamada Concordia de Alcañiz o fue cuartel de Ramón Cabrera, conocido como El Tigre del Maestrazgo, destacado militar español durante la primera y segunda guerras carlistas.
Este entorno único alberga desde hace 55 años el Parador de Alcañiz, un lugar que respira historia y arte en cada rincón y donde pasar una noche es, además de un privilegio, un regalo. Tomar algo y desconectar por un rato en su plácido jardín o en su claustro mientras se escucha el canto de los pájaros, disfrutar de un libro en uno de sus salones o descansar en sus elegantes y señoriales habitaciones, con unas vistas excepcionales de la villa turolense, ya son excusas suficientes para hacer una escapada hasta este lugar, pero la verdadera magia está en el pasado que exhibe majestuoso. No son muchas las oportunidades de dormir en un castillo-convento, pero menos aún en uno donde la impronta de los monjes-guerreros de la Orden de Calatrava sigue siglos después acompañando al visitante.
“Es un edificio único y complejo, teniendo en cuenta los usos tan variados que ha tenido a lo largo de la historia”, explica Alberto Hernández, director del Parador de Alcañiz. Porque este lugar que milagrosamente ha llegado en un excelente estado de conservación a nuestros días, declarado Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural, fue castillo defensivo e iglesia-abadía de los calatravos en el siglo XII y palacio del infante don Felipe en el XVIII, zona de operaciones y baluarte deseado en las dos primeras guerras carlistas del XIX, objeto de saqueos en la Guerra de la Independencia cuando las tropas francesas a cargo del general Wattier entraron en la ciudad en 1809 e incluso cuartel durante la Guerra Civil española (el atrio y la iglesia se usaron como polvorín y almacén y la torre del Homenaje como oficina de telégrafos).
UN VIAJE PARA REVIVIR LA HISTORIA
Los alcañizanos se refieren a este lugar tan solo con dos palabras: el castillo. «Aquí todo el mundo lo conoce como el castillo», explica Alice David, camarera desde hace «casi ocho años» en el Parador. Tanto, añade la jefa de administración, Pilar Brumos, que “es el buque insignia de Alcañiz. No pasa desapercibido”. “Es un referente para los vecinos de Alcañiz”, remacha Ángel Fernández, jefe de recepción.
Muchas veces se dice eso de “viajar al pasado”, una frase tópica que en el Parador de Alcañiz se convierte (de verdad) en una realidad. Nada más traspasar el arco de piedra sillar que recibe al visitante, el calendario da marcha atrás hasta mediados del siglo XVIII, fecha en la que se construyó el Palacio del infante don Felipe o de los Comendadores. De esa época es testigo la fachada principal del Parador, coronada por dos torres que hoy albergan dos de sus habitaciones más especiales, dúplex y con vistas privilegiadas de Alcañiz y el río Guadalope: la habitación 210, también llamada de Alfonso II el Casto, ubicada en la torre de poniente y la 208, o de Alfonso I el Batallador, está en la torre de levante y cuenta además con jacuzzi. Este palacio barroco se levantó sobre la estructura medieval del antiguo castillo calatravo y, por ejemplo, las caballerizas y el patio de armas hoy albergan la recepción y la cafetería. Ambas están separadas por un pasillo de piedra que conduce al visitante, como si de un túnel del tiempo se tratara, hasta unos de los rincones más antiguos y especiales del entorno: el corazón del castillo calatravo. Es aquí cuando el reloj se mueve siglos atrás para descubrir la época de mayor esplendor que atestigua el Parador.
Al parecer, el origen del castillo de Alcañiz se remonta a las fortalezas construidas en los territorios que hacían frontera con zonas islámicas. Las crónicas cuentan que Alcañiz ya era cristiana en la época de Alfonso I, en torno a 1117, pero no fue hasta 1157 cuando se fecha su reconquista definitiva a cargo de Ramón Berenguer IV. En esa época ya había un primigenio castillo: los documentos recogen que el rey aragonés, conocido como El Santo, se reserva su uso. Lo que sí se sabe con exactitud es que Alfonso II donó el castillo y la villa de Alcañiz en 1179 a la Orden de Calatrava y en torno a 1200 los monjes levantaron un castillo-convento pensado para cumplir con sus necesidades militares y religiosas. Entre sus dependencias más antiguas destaca la iglesia románica consagrada a Santa María Magdalena, que, además de ser la primera parroquia de Alcañiz, fue una de las zonas nobles donde, por ejemplo, se armaban a los caballeros.
Antes de traspasar sus puertas, a la derecha se abre un coqueto claustro protogótico donde hoy se pueden ver restos de lápidas, entre ellos de la Casa de Luna (una de las ocho casas nobiliarias más importantes de Aragón, que tuvo entre sus miembros más destacados a Benedicto XIII, más conocido como Papa Luna) y restos de pinturas de los siglos XIV-XV, entre los que sobresale una de las escasas representaciones de una Virgen de Leche. Está sentada en un trono y flanqueada por dos ángeles simétricos en las alturas y dos caballeros calatravos arrodillados a sus pies, amamantando a Jesús.
LA JOYA DEL PARADOR DE ALCAÑIZ
De vuelta a la magnífica portada románica de la iglesia, y tras abrir con unas vetustas llaves la puerta de entrada, se descubre el verdadero tesoro del Parador de Alcañiz: uno de los más impresionantes e importantes conjuntos de pintura mural gótica de España (siglos XIII-XIV). “Estas pinturas son la verdadera belleza del Parador”, afirma Alberto Hernández. Y lo son, explica, “por su singularidad, ya que, además de los motivos religiosos, gran parte de ellas son de temática civil”. Un hecho, cuenta Hernández, totalmente coherente con el carácter militar y ecleisástico de la Orden de Calatrava. “Son pinturas realizadas con la técnica a secco” donde predomina el negro carbón, los colores tierra, rojizos y amarillos.
“Estas pinturas son la verdadera belleza del Parador”
En el atrio de la iglesia, que hace también de primera planta de la torre del Homenaje, se pueden ver, por un lado, escenas de la infancia de Jesucristo, como la Anunciación y la Natividad, y, por otro, de la Pasión, la Crucifixión, la Resurrección y el Juicio Final. Entre ellas, llaman poderosamente la atención las escenas bélicas que, a modo de cómic pedagógico, utilizaban los monjes-guerreros calatravos para que los vecinos aprendieran que solo abrazando la fe y luchando contra el islam evitarían el infierno. Así se puede ver un combate entre musulmanes y cristianos que recuerda los ideales de la Reconquista en la escena llamada El encuentro entre los tres vivos y los tres muertos, donde se puede identificar ya a Jaime I de Aragón.
Adosado al atrio se abre, asimismo, una capilla de una sola nave con bóveda de cañón apuntada donde sobresale la escultura funeraria renacentista de Juan de Lanuza, virrey de Aragón y último comendador mayor de Alcañiz. Esta obra, realizada por el escultor Damián Forment en 1537, es un grandioso sepulcro de alabastro blanco plagado de detalles. Como curiosidad, sobre el conjunto se puede ver (rematando una columna) una de las famosas conchas del Camino de Santiago porque los calatravos también tenían obligación de cuidar de los peregrinos.
«Es el marketing de los calatravos contra el islam», resumen el director del Parador, Alberto Hernández, sobre las pinturas que jalonan el imponente atrio de la Iglesia de Santa María Magdalena que acoge el Parador de Alcañiz. En el muro oriental, enclavadas en una espectacular portada románica decorada con el característico taqueado jaqués, se pueden ver escenas de la Resurrección y el Juicio Final, pero hay un motivo que llama poderosa mente la atención por su curiosidad. Entre los castigos infernales, en el fuste de una columna, destaca una figura diabólica que saca la lengua mientras devora una pequeña figura humana. Frente a ella (en la imagen superior), en el muro occidental, otra figura de un musulmán con claros rasgos árabes y turbante saca la lengua en actitud burlesca. Ambos parecen que se miran dejando claro a los cristianos que el que no abrace la fe acabará siendo devorado por esos seres de averno.
Es muy difícil elegir entre los miles detalles y particularidades que esconden las pinturas góticas de la Iglesia de Santa María Magdalena y la Torre del Homenaje que acoge el Parador de Alcañiz. En la primera planta de la construcción es donde se pueden admirar las representaciones civiles y donde, además, sobresalen motivos pocos comunes para los siglos XIII y XIV. Entre ellos, en el intradós del segundo arco sobresale un mensario digno de una mirada sosegada. Se trata de un calendario que va marcando los 12 meses del año a través de 12 pinturas que corresponden con escenas de tareas del campo, rematado en el centro con el escudo de la ciudad de Alcañiz. Entre las pinturas que hoy se pueden ver, por ejemplo, están los meses de abril, con una mujer con lirios en la mano; mayo, con un rey cazando; junio, con un campesino con espigas de cereal; julio, con otro campesino entre trigales; agosto, con un bodeguero arqueando un tonel; septiembre, con un hombre vendimiando; octubre, con un campesino arando o noviembre, con la matanza.
Tras salir del atrio de la iglesia y ser bendecidos por la mano de Juan que preside el arco de la portada, hay que subir a la torre del Homenaje, una obra ya plenamente gótica en cuyo segundo piso, probablemente utilizado como salón del trono de los calatravos, están las pinturas más inusuales e interesantes de todo el lugar. El conjunto pictórico es exclusivamente de temática civil y rememora escenas de caballeros militares y, en especial, la marcha de los calatravos desde Alcañiz a la conquista de Valencia y Villena. De hecho, se pueden identificar perfectamente las palmeras, las olas del mar (incluso una imagen que podría ser un delfín o tiburón) y a Jaime I el Conquistador entrando el Valencia con un abanderado musulmán al que mira con complicidad, así como un campamento calatravo en una ciudad donde ondea la bandera de Castilla, que muchos historiadores identifican con Villena. “Hay mil y un detalles que merecen una visita guiada y pausada”, concede el director del Parador. De hecho, la Oficina de Turismo de la localidad las organiza (es la forma de ver todo el conjunto del castillo-convento) incluyendo otros monumentos de la ciudad como la Lonja, la iglesia de Santa María la Mayor, la nevera o parte de los pasadizos subterráneos que conectaban el centro de la población con los extramuros.
Las recomendaciones de los que más saben...
JEFA DE ADMINISTRACIÓN
Pilar Brumos
33 años en el Parador de Alcañiz
JEFE DE RECEPCIÓN
Ángel Fernández
33 años en el Parador de Alcañiz
CAMARERA
Alice David
Siete años en el Parador de Alcañiz
Si las pinturas murales del castillo-convento calatravo son testigo del papel determinante que jugó este lugar y los monjes en la Reconquista, también lo es otro hecho histórico que se fraguó entre estos muros que, además, da nombre al Parador. El Parador de Alcañiz también se conoce como el Parador de La Concordia por la llamada Concordia de Alcañiz. En 1412, tras la muerte de Martín I, conocido como el Bueno o el Humano, sin heredero y con la cuestión de la sucesión de la Corona de Aragón sobre la mesa, los nobles de los reinos de Valencia, Aragón, Cataluña y Mallorca se reúnen en Alcañiz para poner las bases de la elección del próximo rey de Aragón. En esta reunión, que tuvo lugar el 15 de febrero, se establecen 28 capítulos o requisitos para una elección que se firma meses después en el llamado Compromiso de Caspe, cuando se nombra a Fernando I de Antequera como nuevo rey de Aragón inaugurando así el reinado de la Casa de Trastámara. Un ejemplo más de la gloria de un castillo-convento y una villa que, vista al caer la tarde desde el cerro de Cabeza del Cuervo, levanta imponente la voz para gritar que Teruel sí existe y hacer resonar esas palabras que escribió Galdós: “(…) la noble Alcañiz, que desde Roma viene fatigando a la Historia”.
Restaurante del Parador de Alcañiz
Hoy comemos...
Jamón de Teruel, quesos de Zambomba y Albarracín, borraja y migas aragonesas, bacalao a la baturra o ternasco DO Aragón. La carta del restaurante del Parador de Alcañiz —por cierto, el primero que dio servicio de restaurante de toda la red— es una oda al producto y la gastronomía tradicional aragonesa con toques de autor que firma Juan Pedro García Aguilar, su jefe de cocina desde hace un lustro. “Intentamos ponernos en la vanguardia y darle ese toque de actualidad pero sin salir de la tradición”, explica en un restaurante que mantiene la esencia señorial del Parador, coronado con un precioso artesonado y dominado por la Cruz de la Calatrava y los estandartes de los señores de las encomiendas de la orden.
Juan Pedro García Aguilar confiesa que la estrella de la carta es el Ternasco de Aragón confitado al romero con patatas panadera y setas. Tanto, agrega, que la demanda duplica y triplica a la de otros platos. “La gente viene mucho aquí a comer ternasco”, remacha antes de explicar la receta. Lo primero que hay que hacer es cortar el muñón al ternasco y envasarlo al vacío con manteca de cerdo, aceite de oliva, romero, ajo y sal durante nueve horas a 75º. Después se deshuesa y se hace un lingote que se lleva al frío durante 3 o 4 horas. Cuando está compacto, se raciona y le da un último horneado en seco, durante 6-7 minutos a 180º, para que la piel se quede crujiente y se sirve con patatas panadera y setas. Un manjar digno de reyes y señores.
Destinos con encanto para viajeros únicos
Créditos
Estrategia de contenidos: Prado Campos
Fotografía: Toni Galán