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Un proyecto con

INMUNOTERAPIAS

Una segunda oportunidad para José Luis: así le han salvado la vida sus 'linfocitos viajeros'

Terapias como las CAR-T han supuesto un punto de inflexión en el tratamiento del linfoma No Hodgkin difuso de células B grandes

Ana García Novo

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José Luis Gallego es un arquitecto jubilado de 81 años. Trabaja en el taller de su casa de Mojácar (Almería). Acaba de volver de la carpintería con material que necesita para la serie de doce meninas que está esculpiendo en madera y bronce. “De pequeño quise ser pintor, pero mi padre me engañó. Me matriculó en una academia de dibujo, sí, pero de dibujo para arquitectos”, se ríe. “Eso me facilitó el ingreso en la escuela de Arquitectura, que era muy difícil por entonces. Y pensé: ‘Bueno, pues me haré arquitecto’”, explica con una sonrisa.

Hoy, José Luis tiene la oportunidad de disfrutar de su vocación de toda la vida. “Me jubilé con 67 años y ahora hago lo que siempre quise: escultura y pintura. Nunca dejé de pintar, pero lo hacía a ratos y ahora puedo dedicarle el tiempo que quiero”, comenta. Se aferró a esta segunda oportunidad que le dio la vida con la ilusión de un jovencito. Ni siquiera el linfoma No Hodgkin difuso de células B grandes que le descubrieron hace cuatro años se lo impidió. Una inmunoterapia puntera —CAR-T— le ayudó a deshacerse de este compañero indeseado.

Nuestro protagonista es de Jaén, pero estudió Arquitectura y se casó en Madrid con su mujer, María Luisa. “Estamos juntos desde que teníamos 12 años”, presumen. Hace 47 que se mudaron a Mojácar, pero siempre mantuvieron su casa —y sus amigos— de Madrid. Allí, en la capital, se encontraba cuando empezó a notar que algo iba mal. “Estaba en la presentación de un cuadro en el Museo Lázaro Galdiano y noté una especie de mareo. Al poco tiempo, me pasó algo similar”, recuerda. Tras consultar su caso, el diagnóstico fue que tenía un linfoma No Hodgkin difuso de células B grandes, uno de los linfomas más comunes. Es una enfermedad oncológica que afecta a los linfocitos, un tipo de células de defensa que tenemos en el organismo.

La Dra. Mariana Bastos, hematóloga del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, explica en qué consiste: “Normalmente se genera en el ganglio linfático. Es un órgano en el que los linfocitos aprenden sus funciones de forma habitual. Sin embargo, cuando hay un linfoma se genera un fallo, ya sea en la maduración o en el aprendizaje de estos linfocitos, que provoca que se empiecen a dividir de manera anormal. Eso es lo que desarrolla finalmente la enfermedad”.

Hay distintos tipos de linfomas. La primera división los clasifica como Hodgkin o No Hodgkin. Y, en el caso de los No Hodgkin, pueden afectar a distintos tipos de células: B, T o NK. También los hay agresivos o indolentes, estos últimos normalmente con un desarrollo más lento. Dentro de los agresivos, el linfoma No Hodgkin difuso de células B grandes que padecía José Luis es el más habitual.

Inmunoterapias, un cambio de paradigma

«Desde el principio me dijeron que había formas de controlar la enfermedad»

José Luis, paciente con linfoma No Hodgkin difuso de células B grandes

“Desde el principio me dijeron que había formas de controlar la enfermedad. Realmente yo nunca tuve sensación de ser un enfermo de cáncer”, confiesa José Luis. Sin embargo, no siempre ha sido así. Los avances en inmunoterapias han mejorado de manera importante el pronóstico en pacientes que tenían este tipo de linfomas y sufrían recaídas o no respondían completamente a las terapias convencionales.

Tras su diagnóstico, José Luis comenzó un tratamiento con quimioterapia. “Iba todo muy bien. Sin embargo, después de un sexto ciclo, quedaban todavía células malignas que no se morían y me hablaron de la terapia CAR-T, con la que te extraen linfocitos, los mandan por ahí de paseo a Estados Unidos, a Holanda… y a la vuelta te los infunden de nuevo”.

La terapia CAR-T a la que se refiere José Luis pertenece al segmento de las inmunoterapias. Son diferentes tipos de tratamientos que, de alguna forma, modifican o actúan sobre el sistema inmune para combatir el cáncer. Se trata de terapias más específicas que las quimioterapias, ya que se dirigen a dianas concretas. “La inmunoterapia actúa directamente sobre las células que tienen esa diana en concreto. No afecta a aquellas células que no la tienen”, detalla la Dra. Bastos.

Existen muchos tipos de inmunoterapias. Las hay que simulan el sistema inmune del paciente, las que le enseñan a luchar contra un tumor e incluso las hay que invalidan los mecanismos que utilizan los tumores para bloquearlo. “Las estrategias de inmunoterapia son tan amplias a día de hoy que, indudablemente, son el futuro. Nos dirigimos a un camino en el que habrá mucha menos quimioterapia”, pronostica la Dra. Bastos.

“Las estrategias de inmunoterapia son, indudablemente, el futuro. Nos dirigimos a un camino en el que habrá mucha menos quimioterapia”, dice la Dra. Bastos

Una de las inmunoterapias que llevan más tiempo aplicándose en linfomas es la inmunoterapia de anticuerpos monoclonales. “Se trata de anticuerpos fabricados en un laboratorio que van dirigidos contra una diana concreta. Por ejemplo, contra una proteína que sabemos que está presente en un tumor”, explica la especialista. “Hace ya dos décadas que se utilizan y han cambiado por completo la historia de los linfomas. Hoy hay muchos tipos de anticuerpos diferentes que tienen distintos mecanismos de acción sobre el sistema inmunitario”.

La otra gran rama de la inmunoterapia son las terapias CAR-T, con las que se modifican los propios linfocitos del paciente que se encargan de controlar tumores e infecciones. Con las terapias CAR-T, se extraen los linfocitos T del paciente y se envían a un laboratorio. Allí se les inocula un virus que se introduce en su ADN y les da las herramientas para poder interactuar con unos antígenos específicos que expresa el tumor que se desea neutralizar. En el caso del linfoma que padecía José Luis, esos antígenos son unas proteínas denominadas CD19. Con esta terapia, los linfocitos de José Luis desarrollaron un receptor que les permite reconocer esas proteínas en las células cancerosas para unirse a ellas y destruirlas.

A grandes rasgos, la terapia CAR-T sería el equivalente a enviar los linfocitos de José Luis a cursar un máster sobre cómo combatir en concreto a sus células cancerosas. Y, en cuanto se gradúan, se infunden de nuevo en su cuerpo para que puedan hacer su trabajo.

“Para el linfoma difuso de células B grandes, las terapias CAR-T han sido un cambio completo de paradigma del tratamiento, porque se utilizan en pacientes en tercera línea —segunda recaída— donde antiguamente no había ninguna opción de tratamiento. Se morían casi en su totalidad. Hoy, cerca del 40% de los pacientes que se tratan con CAR-T tienen respuestas completas y mantenidas en el tiempo. Esto ha introducido indudablemente una esperanza y una opción de cura en este grupo de pacientes”, subraya la Dra. Bastos.

José Luis y su mujer, María Luisa, en un momento de la entrevista.

El camino hacia CAR-T

Eso sí, la terapia CAR-T no se indica para todos los pacientes con linfoma. “Hay que tener un alto conocimiento sobre qué paciente realmente se puede beneficiar de la terapia, que no es universal para todos los pacientes”, matiza la especialista. De hecho, la aplicación de la terapia CAR-T debe ser aprobada por un grupo de expertos del Ministerio de Sanidad. “Yo había cumplido 77 años y me dijeron que, al tratarse de una persona tan mayor, no sabían si me lo iba a aceptar el comité médico que lo tenía que aprobar”, relata José Luis. “Pero mi doctora peleó muy bien por mí, preparó mi caso a conciencia y el comité médico aceptó”.

Así que José Luis se preparó para recibir la terapia. “Una vez que se extraen las células del paciente, estas viajan fuera de España, a plantas que hay en Países Bajos o en Estados Unidos, y allí es donde se transforman”, indica la Dra. Bastos. Esa transformación lleva unos 28 días, durante los cuales el paciente suele recibir un tratamiento para controlar la enfermedad. Transcurrido el tiempo, se programa su ingreso, se le infunden los linfocitos modificados y se mantiene ingresado el tiempo necesario para controlar posibles efectos tóxicos indeseados.

El proceso que siguió José Luis fue algo diferente, ya que coincidió con los peores momentos de la pandemia de COVID-19 en 2020. “Por esa razón hubo que retrasar unos meses la infusión de los linfocitos”, recuerda José Luis. “Antes de eso, te dan quimioterapia y luego te infunden los linfocitos que han enviado al laboratorio. Y, en mi caso, tuve que estar ingresado 30 días en la Unidad de Trasplantes de Médula Ósea del Hospital Gregorio Marañón. Allí me vigilaban mucho, incluso me pedían que escribiera cada día. La terapia me dejó la cabeza que no podía ni leer”.

«Cada día se pide al paciente que escriba para ver si cambia mínimamente la escritura, que cuente hacia atrás y se le realizan tests cognitivos»

Dra. Mariana Bastos

Estos síntomas que recuerda José Luis tienen que ver con la inflamación que generan los linfocitos una vez que se infunden en el paciente. “Si se genera inflamación en el sistema nervioso central se puede traducir, por ejemplo, en que el paciente empiece a tener un comportamiento extraño o que escriba diferente a su escritura habitual. Así que cada día se pide al paciente que escriba para ver si cambia mínimamente la escritura, que cuente hacia atrás y se le realizan tests cognitivos para controlar que esto no pase a más”, explica la Dra. Bastos.

A medida que fue pasando el tiempo desde la infusión, José Luis fue mejorando. “Me cogí El Quijote, que había tenido que leerlo en Bachillerato. Este libro me permitía leer algún capítulo del principio, otro del final… ir alternando. Y yo me preguntaba: ‘¿Cómo se puede escribir tan bien?’ ¡Era perfecto!”, exclama. Durante todo ese tiempo, José Luis recuerda con especial cariño el trato que recibió, en una situación en la que su familia apenas podía visitarle a causa de la pandemia y por las propias características del tratamiento, que exige un aislamiento especial de los pacientes. “La empatía y el cariño con los que me trató todo el mundo… eso es lo que te salva. No he tenido ni un solo mal gesto de nadie. Siempre voy con el sentido del humor por delante, porque creo que recibes lo que das. El trato humano es capital. Y, por supuesto, el apoyo de la familia es básico”, destaca.

Después del tratamiento, llegaba el momento de comprobar si había tenido efecto. “Me hicieron varias pruebas y tras una de ellas me dijeron que la enfermedad estaba ‘en remisión’. Me sonaba bien, pero no sabía exactamente qué significaba. ‘En tu caso, que ya no detectamos células cancerosas’, me dijo la doctora. Y ya por fin me quedé tranquilo”, recuerda.

Hoy, José Luis sigue con sus visitas a la carpintería y a la fragua para rematar sus meninas y dar rienda suelta a su vocación. En invierno, disfruta de sus hijas y nietos, así como de sus amigos de Madrid, con quienes sigue saliendo y disfrutando de la vida cultural de la capital. “Tengo 81 años, pero me considero bastante joven. Hace tiempo, una persona con esta edad era un anciano decrépito. El otro día hablaba con una hermana mía y me decía: ¡Claro, José Luis, es que yo tengo ya 87 tacos!’. Y yo le respondí: ‘Pues no lo vayas diciendo por ahí, porque estás fenomenal’”, concluye.