Dime cómo compras y te diré si eres un consumidor consciente
Atrás quedaron esos tiempos de consumo insostenible y carros repletos de productos de impulso. ¿De verdad lo necesito? ¿Cómo y quién lo ha fabricado? ¿Mi compra está respetando el medio ambiente? Si antes de adquirir un producto, te haces algunas de estas preguntas, eres (o empiezas a ser) un consumidor consciente
Comprar, acumular, tirar, comprar, comprar… Esta espiral de consumismo insostenible, muy en auge en la década de los noventa, está llegando a su fin. Atrás empieza a quedar esos carros repletos de productos de impulso en pos de una nueva tendencia en la que es prioritaria la dimensión ética y medioambiental de nuestras compras. Bienvenidos a la era del consumo consciente.
Según la última edición del informe Global Wealth and Lifestyle, realizado por el banco privado Julius Baer, la pandemia de la Covid-19 ha reafirmado el compromiso de los consumidores con los hábitos de compra responsables y sostenibles. “Debemos ser informados sobre los efectos negativos que tienen algunas de nuestras decisiones de consumo”, afirma rotundo Carsten Menke, director de investigación Next Generation Research en Julius Baer. Se trata de, por ejemplo, ser conscientes de las consecuencias medioambientales que tiene comprar frutas exóticas en invierno, cuando esa adquisición conlleva un envío de mercancía de miles de kilómetros. Los consumidores han de cambiar el «quiero y puedo permitirme» por el «¿tiene sentido?», insiste. Porque cada compra tiene una consecuencia, no tanto a nivel individual sino colectivo.
El consumo consciente afecta a casi todas las áreas de nuestra vida cotidiana: lo que comemos, cómo vestimos, la forma en la que viajamos… El informe elaborado por Julius Baer pone de relieve que la proporción de ventas de alimentos orgánicos en un país es un buen indicador de lo conscientes que son los consumidores sobre lo que comen. Como era de esperar, la proporción de alimentos ecológicos es más alta en los países desarrollados, alcanzando el 10% en algunos casos.
Slow food vs Fast food
Además de ser una alternativa de consumo saludable y respetuosa con el medio ambiente, las estadísticas muestran que los precios de la leche y la carne orgánica, por ejemplo, son más altos pero también menos volátiles, proporcionando así un ingreso mayor y estable para los productores locales. Carsten Menke explica que pagamos más por los alimentos orgánicos porque, en primer lugar, los volúmenes de su cuidada producción tienden a ser menores. Además, “si un productor decide vender huevos, productos lácteos o carne ecológica ha de alimentar a sus gallinas y vacas también de forma orgánica. Esto tiene un coste más alto, lo que aumenta el precio de sus productos”, apunta.
``Al final del día, se trata de predicar con el ejemplo y así más personas se sumarán a esta tendencia de consumo consciente``
Durante los confinamientos, hemos cocinado más que nunca: nos atrevimos a amasar pan, planificamos las tres comidas diarias y dedicamos más tiempo a seleccionar los alimentos con los que elaboramos nuestros platos. Como resultado, muchos de nosotros somos ahora aún más conscientes de los alimentos que compramos y nuestros hábitos de consumo se están adaptando en consecuencia. Además, tras superar la fase crítica de la pandemia, los consumidores se muestran más preocupados ahora por proteger su sistema inmune y ha aumentado su interés por los productos ecológicos. Miran más las etiquetas y eligen ya no solo por el precio sino también por identificarse con la filosofía de la marca. Las empresas alimentarias, por su parte, han acelerado el cambio en sus sistemas de producción para dar respuesta a estos hábitos cambiantes.
Ir a la moda (sostenible)
Los estudios demuestran que utilizamos solo entre el 20% y el 30% de la ropa que guardamos en nuestros armarios. Aproximadamente, de media, nos ponemos cada prenda unas siete veces, aunque casi siempre hay en el fondo del vestidor una camiseta o un pantalón que nunca estrenaremos. Nuestra demanda insaciable de las últimas tendencias ha llevado al apogeo de la llamada fast fashion, una práctica que exige producir un alto número de colecciones cada año con materiales y mano de obra más baratos. Esto inevitablemente tiene consecuencias adversas para la calidad de las prendas. ¿Te has fijado que ahora la ropa que compramos pierde color y se deforma casi desde el primer lavado? Además, la moda rápida afecta a la biodiversidad de los ecosistemas de forma grave. Se necesita una enorme cantidad de agua para la fabricación de las casi 80.000 millones de prendas producidas anualmente. Debemos ser conscientes de que se requieren casi 15.000 litros de agua para producir un kilo de algodón, que es aproximadamente equivalente al peso de una camisa y un par de vaqueros. Además, la producción de prendas de vestir también es responsable de la contaminación del agua debido a la cantidad de sustancias químicas tóxicas que van a parar a los ríos y lagos. Junto a su impacto ambiental, la industria de la superproducción de moda a menudo se asocia con malas condiciones de trabajo.
Frente a ella, la slow fashion es una tendencia que se presenta como la gran alternativa de futuro ya que busca fomentar menos compras de prendas y calzado y que defiende su elaboración con materiales de mayor calidad, sostenibles y de origen local. Este enfoque inevitablemente ralentiza el ritmo general de las compras, pero mejora la conexión de los consumidores con la moda, dando a la ética y la sostenibilidad la misma importancia que a las tendencias y los estilos. «Si se observa el índice de precios al consumidor de las prendas de vestir de EE.UU., ha bajado alrededor del 12% desde su pico más alto en la década de los noventa, mientras que los precios al consumidor han aumentado en más del 75% durante el mismo tiempo. Esto muestra que nuestra ropa «normal» se ha vuelto más barata gracias a una industria globalizada que produce a gran escala en lugar de que la moda local se vuelva más cara. El hecho es, sin embargo, que ya no estamos acostumbrados a comprar moda a productores locales y más sostenibles, por eso parece tan caro», analiza Menke.
Elijo moverme sin contaminar
El directo de investigación de Next Generation Research de Julius Baer explica que nuestras necesidades de movilidad dependen en gran medida de nuestras condiciones de vida, en particular si vivimos en una ciudad o en el campo. En una gran urbe podemos confiar en el transporte público, mientras que en un pueblo a menudo no tenemos otra opción que usar nuestros coches. Por eso, Carsten Menke defiende al coche enchufable como la alternativa más ecológica y limpia: su motor eléctrico es más eficiente que el de combustión y su huella de carbono es cada vez más pequeña pues se utiliza energía limpia para la carga. Junto a ellas, opciones como las e-bike, el patinete eléctrico o el carsharing han llegado para quedarse. Así, la movilidad consciente es el nuevo desafío del transporte del futuro.
¿Llegará el día en que todos los consumidores nos preguntemos antes de comprar un producto cuál es su impacto medioambiental? Carsten Menke responde que probablemente no. “Siempre habrá consumidores que adopten una visión muy unilateral o que no tengan los medios para gastar más en un artículo sostenible. Sin embargo, no se trata de que todas las personas se unan. El objetivo es lograr que la mayoría de la gente participe y, en ese sentido, creo que estamos progresando mucho”. En este sentido, destaca el crecimiento de los alimentos producidos orgánicamente, el aumento de personas vegetarianas y veganas, la rápida producción de autos eléctricos o el boom de las bicicletas en las ciudades después de la pandemia y concluye: “Todo esto es una expresión de consumidores cada vez más conscientes, consumidores que piensan en el impacto que tienen sus decisiones de compra. Al final del día, se trata de predicar con el ejemplo y así más personas se sumarán a esta tendencia”.
¿HACER LA COMPRA ONLINE ES CONSUMIR DE FORMA CONSCIENTE?
“Reducir el consumo innecesario es la mejor opción para ser más sostenibles, seguida de comprar más productos locales, sin importar si la compra se realiza en el centro de la ciudad o de forma online”, asegura el director de investigación de Next Generation Research en Julius Baer. De hecho, hay estudios científicos que sugieren que la contaminación generada con las compras online no es mayor que la de las compras en la ciudad, principalmente porque las personas usan sus propios coches para acudir a los centros comerciales.
Dicho esto, hay bastantes variables que influyen en el resultado. Por ejemplo, Carsten Menke explica que un aspecto importante es la opción de poder devolver los artículos que compramos, que irremediablemente aumenta la contaminación. En su opinión, para todas las partes involucradas debería existir un incentivo para reducir las devoluciones. Por otro lado, afirma que “sí es cierto que las compras online, en cuanto a utilización de envases, generan más desperdicio que las compras físicas. Sin embargo, el efecto no es significativo como cabría esperar. En Estados Unidos, por ejemplo, el número de paquetes entregados por los servicios postales se ha duplicado durante los últimos 10 años, mientras que la cantidad de residuos de envases solo ha aumentado en un 20%”.
Puedes descargar aquí el informe completo Global Wealth and Lifestyle, realizado por el banco privado Julius Baer.