La Voz de Galicia

Cuando la piscina es el reclamo

Mercados

María Viñas Redacción / La Voz

Capaces de poner los dientes largos hasta a los más impávidos y símbolo de estatus, se han convertido en un aplastante valor añadido para el sector de los alojamientos de lujo

25 Jun 2018. Actualizado a las 09:45 h.

No es un mito: los hoteles y los alojamientos de siete estrellas existen. No hay en ningún lugar del mundo regulación que los acredite como tal, pero sí singularidades irresistibles que aúpan el listón, demostrando que el sector del lujo no tiene techo, que donde hay dinero siempre se quiere, se pide, más. Los reclamos tienen nombre de privilegio, y van desde paseos en globos privados hasta restaurantes a los que se accede únicamente en submarino, cartas de almohadas o menús de guitarras eléctricas, clases de yoga sobre elefantes o bungalós suspendidos en pleno océano. Pero, sobre todo, piscinas. El elemento arquitectónico que mejor define la opulencia.

Las más espectaculares del mundo son, por tanto, de dominio privado: reservadas únicamente a los inquilinos de exclusivos complejos residenciales o a los huéspedes de prohibitivas instalaciones, multimillonarios o escrupulosamente ahorradores dispuestos a dejarse unos muchos cientos de euros por estancia. Por darse un capricho. Por disfrutar de lo que está fuera del alcance de la mayoría. Funcionan como reclamo. Como imán; símbolo de estatus, también de poder. No domestica así el océano quien quiere, sino quien puede.

La más larga del mundo. Desde junio del 2012, el skyline de la ciudad de Singapur cuenta con un nuevo inquilino, la silueta de un inmenso barco suspendido sobre tres torres de cristal. El Hotel Marina Bay Sands es un macrocomplejo de 2.560 habitaciones que se erige como una auténtica ciudad, totalmente desarrollada y equipada. En lo más alto, a 200 metros del suelo, un parque al aire libre acoge un mirador, un bar de copas, un par de jacuzzis y la piscina más larga del mundo: 150 metros de estanque artificial (como tres piscinas olímpicas, una tras otra) con borde infinito. Sin fronteras entre el agua y el horizonte. El chapuzón está restringido a los clientes. Y el precio por noche oscila entre los 400 y los 1.800 euros.

Las colgantes. En el corazón de la jungla de Bali hay un hotel, el Ubud Hanging Gardens, que presume de piscinas infinitas construidas sobre barrancos. Situadas a dos niveles y envueltas por densa vegetación en un extremo de los jardines colgantes tan característicos de este complejo, trasladan al afortunado a un lugar casi mágico. Flotar en ellas es, más que nadar, volar.

Las no aptas para los que tengan vértigo. Hay en Londres la intención de levantar a orillas del Támesis un exclusivo complejo de apartamentos hermanados por una piscina de cristal completamente transparente. Funcionará como puente entre ambos, espectacular pasarela en la que sus inquilinos podrán marcarse unos largos mientras, a 35 metros de altura, observan cómo bajo ellos pasean tranquilamente los transeúntes. De momento es solo un proyecto, pero cuenta con precedentes en los que inspirarse.

El hotel Holiday Inn Shanghái Pudong Kangqiao cuenta con un estanque suspendido en el aire a una altura de 24 pisos. Buena parte de su fondo es totalmente transparente. En Houston, el lujoso bloque de apartamentos Market Square Tower atesora un impresionante depósito de agua donde darse un baño a 150 metros del asfalto.

La más salvaje. Una experiencia única, dicen los que se han sumergido en el Blue Lagoon, una inmensa laguna geotermal ubicada en el campo de lava más joven del oeste de Islandia. Aguas cristalinas, vapor, una cascada y -aquí se rompe la regla- uno 50 euros por entrar.


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