La Voz de Galicia

Las presidenciales de octubre o el carnaval político-electoral de Brasil

Internacional

Julio Á. Fariñas A CORUÑA

La gran fiesta del carnaval brasileño se celebrará, como mandan los cánones, en la primera semana de marzo, pero el reino de la samba lleva muchos meses viviendo, con la misma pasión, el carnaval político-electoral que tendrá su día grande el próximo 7 de octubre. El mítico Lula, ya condenado por corrupción y preso, es y seguirá siendo, al menos por un tiempo, la estrella del evento

02 Sep 2018. Actualizado a las 21:20 h.

Como era más que previsible, el Tribunal Superior Electoral de Brasil decidió el pasado viernes, tras diez horas de debates, que el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva no puede presentarse como candidato a las elecciones del próximo siete de octubre porque está preso desde el pasado mes de abril tras ser condenado a 12 años y un mes por corrupción pasiva y blanqueo de dinero. Esta solo era una de las 16 impugnaciones presentadas contra su candidatura.

Aunque contra la sentencia condenatoria aún cabe algún recurso, el tribunal, por mayoría abrumadora (6-1) optó por aplicarle la Ley Ficha Limpia, promulgada durante el gobierno del propio Lula, en el año 2010, según la cual toda persona con una condena confirmada en segunda instancia no puede ser aspirante a cualquier cargo electivo.

El tribunal rechazó los argumentos de la defensa de Lula que se apoyaban en una resolución cautelar del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas  del pasado 17 de agosto que pedía garantías para su participación en las elecciones. El tribunal no la consideró vinculante porque Brasil no la ha incorporado aún a su legislación. Además, el comité de la ONU se `pronunció sin haber escuchado antes al Estado brasileño.

La alternativa

Ahora, el Partido del Trabajo (PT) que postuló el pasado 15 de agosto al Lula preso como cabeza de cartel, si no quiere quedarse al margen de la fiesta electoral, no tendrá más remedio que poner en su lugar a Fernando Haddad, ex ministro de Educación, exalcalde de Sao Paulo y actual abogado personal de Lula, y buscar un nuevo aspirante a vicepresidente para cubrir su vacante.

Cuando apenas faltan cinco semanas para las elecciones del sucesor del denostado Michel Temer en la presidencia del mayor país del subcontinente y unas potencias emergentes a nivel mundial, el escenario sin el mítico Lula, claro favorito en todas las encuestas, es de máxima incertidumbre. Pero su popularidad no parece transferible. Así,  Fernando Haddad tiene apenas 4% de intenciones de voto en caso de que finalmente quede como candidato del PT. Y solo un 31% de los electores de Lula afirma que votaría por quien indique su líder, frente a un 48% que afirma que no acataría forzosamente una consigna de voto.

Aunque concurren un total de 13 candidatos, los brasileños en las encuestas solo mencionan espontáneamente a dos: Un 20% al ex presidente Lula da Silva, y el 15% al ex paracaidista militar Jair Bolsonaro.

DIEGO VARA | Reuters

Ningún otro postulante llega siquiera al 3 %. Con 2% aparecen Marina Silva, de Rede, un partido ecologista; Geraldo Alckmin, del PSDB; y Ciro Gomes, del PDT.

El 22% de los encuestados por Datafolha dice que votaría en blanco, y el 27% no sabe lo que hará. Las encuestas de opinión confirman y amplían la ventaja del no candidato Lula. La última y la mayor, publicada  el pasado miércoles por Datafolha n base a 8.433 entrevistas, otorga al líder de la izquierda un 39% de intenciones de voto, frente a 30% en junio. En segundo lugar llegaría el diputado de ultraderecha Jair Bolsonaro con 19% (17% en junio). Ninguno de los otros once candidatos superaría la barrera del 10% en esos comicios, previstos para el 7 de octubre.

En una segunda vuelta (el 28 de octubre), Lula, de 72 años, derrotaría a Bolsonaro por veinte puntos de ventaja (52% a 32%) y por un margen aún mayor a cualquiera de sus otros eventuales adversarios.

Lo insólito de este panorama electoral brasileño es que la primera alternativa al mito Lula es un ultraderechista peligroso apodado por sus seguidores «El mito», que no parece un actor del sistema democrático. Bolsonaro reivindica abiertamente la última dictadura militar brasileña (1964-1985), quiere sacar al país de la ONU, en sus actos les pregunta a los niños si saben disparar, y dice que preferiría que un hijo suyo «muera en un accidente» antes que verlo en pareja con otro hombre. Recuerdan las crónicas  que uno de sus escándalos más sonados fue llamar «vagabunda» (prostituta) a la diputada Maria do Rosário, del PT y decirle que no la violaba porque no lo merecía.

Un bombero militar

Paradójicamente el trending toping en las redes sociales es Benevenuto Daciolo Fonseca dos Santos, del Partido Patriota, que se hace llamar Cabo Daciolo por el rango que tenía como bombero militar. Si bien las encuestas no le asignan más de 1% de intención de voto, es el más mencionado por sus disparatadas intervenciones, que incluyen la lectura de pasajes de la Biblia y las más insólitas denuncias.

 

NELSON ALMEIDA | Afp

Daciolo, de 42 años, empezó su carrera política en una fuerza de izquierda, el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), por el que accedió a la Cámara de Diputados en 2015. La formación lo echó ese mismo año, luego de que propusiera una enmienda para modificar el primer párrafo de la Constitución. En donde dice «todo el poder emana del pueblo», quería poner «todo el poder emana de Dios».

Benevenuto Daciolo era un bombero militar totalmente desconocido hasta el año 2011. Todo cambió cuando lideró una huelga que terminó con la ocupación del cuartel general del cuerpo. Fue arrestado y se quedó sin trabajo, pero ganó una popularidad que le permitió iniciar una nueva vida, como político.

Su primer renacimiento había sido en 2004, cuando encontró la fe. Se convirtió en pastor evangélico, algo decisivo en un país en el que ya un tercio de la población comparte ese credo. Para Daciolo, la política es una «guerra espiritual» entre el bien y el mal, que logró entrar al Palacio do Planalto, sede de la presidencia de la República.

Lo dejó muy claro en un discurso que pronunció en noviembre de 2016 en la Cámara de Diputados, que se pareció bastante a un intento de exorcismo. «Presidente Michel Temer, esto es lo que manda a decirle el Señor. Preste atención: abandone la masonería, abandone el satanismo y venga corriendo hacia Dios, venga corriendo hacia Jesucristo».

Según algunos analistas la presencia personajes pintorescos como este en la política brasileña es uno de los tributos de un sistema electoral obligatorio que permite votar a candidatos individuales en listas abiertas.

En medio de este panorama político, que no es nuevo, no deja de resultar sorprendente que haya pervivido en el país un sistema judicial que plantó cara a una corrupción galopante instaurada en el país y se exportó a toda la región con el visto bueno y/o connivencia de su clase política, tanto de derechas como de izquierdas y que puso en jaque a varios gobiernos.

La principal lección del caso Lula es que está dejando constancia de que en Brasil aún se puede seguir hablando de Estado de Derecho, algo que, en la práctica, ha pasado a la historia en buena parte del subcontinente americano.


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