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Los «Airbnb de la comida» pisan fuerte en Galicia e intimidan a la hostelería

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laura g. del valle redacción / la voz

El sector advierte que no ofrecen garantías sanitarias y pide su regularización

28 Aug 2018. Actualizado a las 18:50 h.

«Soy un apasionado de la cocina desde hace años y he visto en esta aplicación una ocasión perfecta para compartir mis recetas con otras personas y quitarme un dinerillo». Isaac, que vende sus donuts caseros a 2 euros la unidad, es uno de los muchos gallegos que aprovecha el coladero que es Internet respecto a los negocios llamados de economía colaborativa para sacar tajada de sus dotes de cocinillas. En su caso, la herramienta que utiliza es Chefly, una plataforma que pone en contacto a los amantes de los fogones con los más pazguatos en el arte culinario. Pero esta es solo una de las muchas webs que comienzan a coger aire en la comunidad -en Madrid y Barcelona están totalmente asentadas- y que, como sus primos hermanos del transporte y la vivienda, Blablacar y Airbnb, generan filias y fobias a partes iguales. La aversión se percibe sobre todo en el sector de la hostelería, donde los empresarios ya han puesto las barbas a remojar.

Era cuestión de tiempo que la economía colaborativa conquistase un campo tan suculento como el de la gastronomía, sobre todo en Galicia, donde el buen comer es poco menos que una obligación. Por eso, aunque son las plataformas que ejercen de celestinas de mantel las que más adeptos tienen -sobre todo universitarios y solteros que peinan canas con poco tiempo para cocinar-, a la zaga les van webs en las que los usuarios se registran para abrir las puertas de su casa y convertirse en el anfitrión perfecto -normalmente de turistas- por, eso sí, unos precios cuestionables.

Una mariscada o un «brunch»

Es el caso de Eatwith. En esta página, residentes en Lugo, A Coruña o Betanzos ofrecen a los viajeros platos que ellos mismos preparan entre los 12 y los 36 euros, y que van desde un brunch o una mariscada a un exótico menú japonés. Del buen hacer, o no, de los anfitriones la plataforma hace caja en forma de comisión, quedándose con un 20 % del coste del menú. Lo mismo ocurre con Linkinfood, donde los creadores arañan el 10 % de cada importe.

A tenor de los comentarios que los usuarios de estas plataformas dejan en las webs, de momento todo va miel sobre hojuelas. Pero esto no impide que hosteleros y técnicos en seguridad sanitaria hayan dado ya la voz de alarma ante posibles irregularidades o intoxicaciones.

«De momento se trata de un problema moderado, pero habrá que poner las cartas sobre la mesa para analizar los pros y los contras de estas plataformas, porque en nuestra ciudad, donde tenemos localizados varios usuarios que ofrecen tortillas y empanadas, vemos que este asunto crece, así que tendremos que reunirnos los empresarios y analizar qué podemos hacer», explica Ovidio Fernández, presidente de la Federación de Hostelería de Ourense. Rita Sobrado y César Ballesteros van un paso más allá. Tanto la vicepresidenta de la asociación Hostelería Compostela como el presidente de la Federación Provincial de Hostelería de Pontevedra se niegan a definir estos modelos de negocio como economía colaborativa. «¿Quién colabora con quién si hay lucro?», se plantea Sobrado, para a continuación, no obstante, manifestar su respeto por este tipo de opciones. «Si tiene demanda y a la gente le gusta tendremos que convivir con ello, pero tienen que regirse por una legislación similar a la de la hostelería, que cada certificado que tienen que pagar para garantizar seguridad cuesta mucho, es injusto».

El problema, explica Ballesteros, es que «la tecnología va más rápido que las normativas, y es difícil saber por dónde tirar». Y añade: «Este tipo de economía sumergida, que es lo que es porque no creo que hagan factura a los comensales, debe estar perseguida y sancionada. Todos preferimos trabajar en la clandestinidad y no pagar impuestos... Yo no digo que sean buenas ideas y que muchos turistas o gente que no cocina se beneficie de estas plataformas, pero tendrán que estar reguladas, ¿qué pasa si alguien se intoxica?». Para este supuesto, las webs se lavan las manos. Mientras Linkinfood mantiene que la responsabilidad es del usuario que consume los platos, Eatwith cuenta con un seguro gratuito para los comensales por si hubiese alguna complicación.

«Damos respuesta a una necesidad social»

Darío Carrasco, creador de Linkinfood, está encantado de que cada día casi 30 personas nuevas se registren como cocineros en su web -entre los que se encuentra un buen número de gallegos-, para dar salida al excedente de comida que elaboran y, de paso, compartir gastos. Según este malagueño, este proyecto «nace de una responsabilidad social para evitar que se tiren alimentos», y lo compara con plataformas como Blablacar. «Es la economía colaborativa que nos gusta, de lo que huimos es de perseguir un fin lucrativo».

Independientemente del objetivo de cada persona que quiere vender su comida, Rosalina del Río, experta en seguridad alimentaria, se plantea si garantizan niveles mínimos de higiene y seguridad, «porque de lo contrario puede suponer un riesgo importante». Carrasco responde: «Nosotros siempre recomendamos que se saquen el carné de manipulador de alimentos y lo ofrecemos gratis». En cuanto al reglamento de alérgenos -los establecimientos están obligados a informar si sus platos incluyen alguno-, Linkinfood dice que es el usuario quien debe asegurarse de que puede comer lo que ha pedido.


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