El Imperial, la otra meca del cine gracias a Latino Salgueiro

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

04 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Es el tiempo que ha transcurrido desde que Latino Salgueiro hizo realidad su sueño de abrir una sala de cine. Desde aquel primer día de febrero del 48 en que proyectó en sesión doble El arco mágico y La vida de Paganini ha sido fiel a la filosofía que le impulsó a dedicar toda su vida al séptimo arte. Así es como el Imperial de A Ramallosa ha terminado por convertirse en la otra meca del cine.

Son muchas las personas (cada vez más) que le agradecen a Latino su profesionalidad. Lo hacen como a él más le gusta, asistiendo habitualmente a la sala. Pero algunos van más allá. Un grupo de cinéfilos (en este caso cinéfilas) están empeñados en que el Concello de Nigrán le agradezca el trabajo bien hecho, pero sobre todo que en su día eligiera el municipio para poner en marcha su proyecto, lo que en años tan difíciles como los de la posguerra dio una vida al municipio que de otra forma no hubiera tenido.

Pero es que ahora, sesenta y tantos años después, el Imperial sigue siendo un referente. Para empezar por su estética, y para seguir por su ética. La primera transporta al espectador a un tiempo en el que los cines eran lugares de encuentro familiar, con olores y hasta sabores personalizados, y con un encanto del que adolecen los más modernos. En cuanto a la segunda, es la que marca la diferencia entre un empresario al uso y una persona que vive y disfruta con lo que hace.

Anda estos días Latino un poco pachucho, así es que recurro a Ana María, su mujer, y a Fernanda y Ana, sus hijas, para que me cuenten cómo empezó esa pasión por el cine y cómo le ha llevado a rechazar ofertas millonarias sin pestañear. «En realidad, no ha rechazado nada, porque ni siquiera ha querido escucharlas», afirma Ana María. Dichas ofertas pasarían por convertir el Imperial en un solar sobre el que levantar docenas de adosados. Los que han tenido semejante idea es que no conocen a Latino.

Escuchando hablar a Ana María, una se da cuenta de que el dinero nunca ha sido una prioridad en su familia. «Su padre, médico de profesión, cedió una parcela propia cuando fue alcalde de Gondomar para hacer una plaza en el pueblo», relata.

Metida en harina familiar, cuenta también que en su casa no veían con buenos ojos la debilidad que el joven Latino sentía por el cine. Los Salgueiro eran médicos, farmaceúticos, sacerdotes..., «así es que cuando dijo que quería abrir un cine fue como si les dijera que quería abrir una casa de mala nota».

Enseguida comprobaron que por más oposición que tuviera, se saldría con la suya. Después de todo había sido un tío dentista el que le había metido el hormiguillo en el cuerpo a base de llevarle al Capitol con cierta frecuencia. «Puede decirse que la suya es la historia de Cinema Paradiso», tercia su hija Ana, que es la que ahora se encarga de manejar el proyector, una auténtica joya de museo. Sólo hay otro igual en España.

Entrar en la cabina en la que tantísimas horas ha pasado Latino Salgueiro es hacerlo en un retazo de historia. Cotidiana y con minúscula, pero historia. Por unos segundos a la periodista se le corta la respiración. Aquello es un santuario cinematográfico que a la privilegiada visitante la retrotrae a aquel 1 de febrero del 48 en el que ni siquiera había nacido.

Y es que la cabina de proyección ha sido el entorno natural durante sesenta años de aquel niño que invitaba a los amigos a ver películas en su equipo de juguete. Sus estudios de ingeniería de imagen y sonido vinieron a confirmar que estaba en el buen camino.

Apenas había cumplido los 19 años cuando levantó el Imperial en lo que en su día era un viñedo. «Tuvo que esperar a que recogiran las uvas para empezar la obra. Fue la condición que le puso la propietaria», explica la hija.

Imposible hacer cuentas sobre el número de películas que ha proyectado. Miles, dice Ana, que cuenta también que su compromiso con los cinéfilos de verdad le ha llevado a retirar de cartelera cintas en pleno éxito de público. «Que se espabilen», es su frase para recordar que no hay que esperar al último día. Ya estaba anunciada una nueva película y eso era sagrado. Lo sigue siendo.

Esa profesionalidad se la ha trasladado a su hija, que está poniendo su granito de arena para que el Imperial no deje de ser ese templo de buen cine que tanto agradecen los cinéfilos. Así se entiende que los más fieles hayan llamado a la puerta de Efrén Juanes para recordarle que son vidas como las de Latino las que marcan el devenir de un pueblo, y que el de Nigrán le debe mucho. La petición podría no haber caído en saco roto. Al tiempo.

Cientos de personas, familiares, compañeros y, sobre todo, amigos, dieron ayer su último adiós al presidente de la Cooperativa de Armadores. Mesetario de nacimiento, su vida estuvo vinculada al mar desde los años 50, que fue cuando desembarcó en Vigo.

Su fama de hombre afable y dialogante, ganada a pulso, hizo que numerosas instituciones llamaran a su puerta para incluirle en su nómina de consejeros: Caixanova, Confederación de Empresarios, Cámara de Comercio... José Ramón Fuertes, gerente de la Cooperativa de Armadores, a cuyo frente llevaba Gordejuela más de dos dédacas, le definió el jueves con una frase reiteradamente escuchada ayer, especialmente entre los asistentes a su sepelio: «Era un hombre bueno». Alguno fue incluso más explícito: «Era un corazón andante».

Ramiro Gordejuela, que falleció en la madrugada del jueves debido a las complicaciones surgidas tras sufrir una embolia, recibió sepultura a las cinco de la tarde de ayer en el cementerio de Alcabre. A continuación, se celebró un funeral en la iglesia del Carmen.