Por Monteferro a la luz de las linternas

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

09 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

La viva imagen de tal visión formábamos el centenar de personas que, armadas con linternas, subimos y bajamos las laderas de Monteferro durante dos horas y media en plena noche. ¿Locos? Quizás, pero es que los responsables del Instituto de Estudos Miñoranos, a la sazón convocantes de la ruta, con el inefable Xosé Lois Vilar al frente, sostienen que la mejor luz para contemplar petroglifos es la de la luna, así es que citaron a las diez de la noche a los potenciales amantes de las caminatas comentadas.

Y otra cosa no, pero el saco de palabras de Xosé Lois, comentarista oficial, es inagotable. Los asiduos le conocen bien; los nuevos descubrimos que, al margen del paisaje, de las estrellas que daba la impresión de que podían alcanzarse con la mano, y de los tesoros artísticos y sentimentales que esconde el monte, él es el espectáculo.

Tal vez por eso hay overbooking en sus convocatorias, con gentes de toda edad y condición. Por ejemplo, allí estaban profesores de universidad como Camino o Gonzalo, funcionarios como Álvaro, empleados de aseguradoras como Fernando, médicos como Dolores, consignatarios como Juan... Y Marga, y Beni, y Cristina... Todos llegaron puntuales como clavos pese a que diez minutos antes de la hora prevista para la salida caían chuzos de punta. Ni por un minuto se plantearon suspender la ruta.

Así pude enterarme de la rica toponimia de la zona, imposible de recordar si no fuera por la chuleta: Rego de Castaño, Rego de Carreiro, a Cova Xabel, Xeisos Negros, os Cantís de San Benito, A Herbeira, O Centulo, a Poza da Cavosa, O Barbate, A Negra... Y detrás de cada nombre una historia siempre curiosa, cuando no luctuosa, fruto de tantos y tantos naufragios como han vivido los alrededores de las Estelas. Por ejemplo el del Highlnad Pride (1929), o el Conde de Barbate (1955), o el Aslaug...

Los viejos marineros de la zona mantienen su particular toponimia -«la oficial está llena de errores», dice Xosé Lois-, igual que mantienen sus irrefutables métodos para determinar la posición exacta en la que han de echar la red. No significa eso que renieguen de la técnica, sino que saben que son tan precisos como un GPS. De hecho, explicaba Xosé Lois, cuando después de tomar sendas referencias conocidas en tierra han marcado las dos líneas imaginarias que se cruzan en un punto en el mar y llegan a la conclusión de que es en el lugar equis donde estaba el banco de robalizas, es cuando echan mano del GPS para confirmar. Y no se equivocan ni un centímetro.

Para lo que no estaba preparado uno de esos avezados pescadores era para toparse con esa visión de Santa Compaña de la que hablaba al principio, así es que en cuanto comprobó que enfilábamos hacia su posición, levantó aparejo y puso pies (en este caso barquito) en polvorosa. Comprensible. ¿Quién iba a pensar que aquella procesión de linternas no era más que una forma de ocio?

Quién sabe también si entre los chavales que estos días se baten el cobre en la pista de Portobarreiro no estará el sustituto de Rafa o, lo que es lo mismo, el número uno del mundo en tenis. Veinte años cumple ya el torneo ideado por el doctor Modesto Vázquez Noguerol en el que, al margen de lo deportivo, prima la diversión. Y eso es lo que vienen haciendo desde el pasado 24 de julio los 70 inscritos en esta ocasión.

Entre los más pequeños, las parejas que al final llegaron a la ídem fueron las formadas por Javier Álvarez y Juan Torrón junior, y los hermanos Pereira, Miguel y Yago. La victoria fue para los primeros. Una segunda final, de consolación, tuvo como protagonista a Carlina Zon, que se impuso a otros Pereira, en este caso los hijos de José Enrique, Elena y Jaime.

Otros que demostraron algo más que buenas maneras fueron Carlos Fontán, Eugenia Bandín-Villamarín, los hermanos Matías y Nacho Fariña, Pablo Estévez y Gonzalo Sas.

Este fin de semana se la juegan los adultos, con cuarto argentinas en el apartado femenino: María, Mara, Patricia y Silvia. El colofón lo pondrá una cena en la que ni anfitriones ni invitados escatimarán predisposición al jolgorio.