No más bodas de verano, por favor

La Voz REDACCIÓN

TENDENCIAS

El mundo está lleno de enlaces matrimoniales tradicionales, en anodinos restaurantes de lujo y aburridos novios (e invitados)

17 oct 2014 . Actualizado a las 10:29 h.

Casarse no solo se ha convertido en algo aterradoramente habitual, sino también en una costumbre ligera, que ha ido perdiendo por el camino (muchas más veces de las que nos gustaría) su gracia y sobre todo su significado. Las bodas cortadas por el mismo patrón dejaron de ser divertidas hace veinte años, regidas por normas frías y tan formales que acabaron siendo meros trámites, escaparates gélidos, de todo, menos una fiesta. Late, sin embargo, desde hace un tiempo, una incipiente tendencia a la originalidad, a romper los moldes, a celebrar exclusivamente lo que los novios quieren, como ellos quieren. En este pulso entre lo original y lo clásico rompen aguas las fiestas bucólicas, los enlaces furtivos, las jornadas temáticas y las bodas personalizadas que, esta vez sí, dejan a los invitados con la boca abierta. ¿Dónde está escrito que para celebrarlo haya que bailar un vals, comer en restaurantes de semilujo, abarrotarlo todo de flores blancas y pasar por el altar en el mes de julio? ¿Qué hay de las bodas secretas, de las jaranas de tres días, de los enlaces de otoño? Otoño, sí, otoño. Vestidos rústicos, de manga francesa; coronas de flores tostadas en pelo, entre los mechones sueltos de recogidos y trenzas despeinadas; lunas de miel en botas, chaquetas de lana y bufandas; decoración campestre y esa luz. Esa luz.

Lugar

La atmósfera de octubre a diciembre es mágica. La luz entre las hojas, baja y anaranjada, y el aire templado convierten cualquier celebración en un momento romántico, tierno y delicado. La naturaleja juega un papel primordial en los enlaces de otoño, los ocres y el olor del campo la convierten en el escenario perfecto para montar todo el tinglado. Estos meses a media luz se prestan como pocos para una decoración cálida, de velas y flores secas, incluso calabazas, troncos y tonos tostados. Las fotos tendrán, además, otro acabado, otra claridad difuminada. Lo peor: la amenaza de la lluvia. Es recomendable contar con una carpa, siempre levemente elevada para que no absorba la humedad del suelo, por si el tiempo se pone feo.

Corazon

Granja

Elegir estas fechas también es todo un filón para escoger platos estacionales, elaborados a base de productos que proliferan en esta época, como la calabaza, las setas e incluso las castañas para alguna salsa especial. Se despliega, para conseguir este guiño gourmet, un amplio abanico de posibilidades, desde cervezas artesanas, hasta aperitivos con higos o avellanas, maridados con balsámicos de frutas y regado todo con buenos vinos.

En cuanto a la decoración, los meses previos al invierno dan pie a imaginar reuniones adornadas con bodegones de flores silvestres, meseros con forma de hojas, tendales de madera con cintas de encaje al viento, paja y velas, pizarra y piedra, vasos de cristal con ramilletes de colores e incluso rosas, protegidas con campanas de cristal al más puro estilo La Bella y la Bestia. Manzanas, uvas, piñas secas, cartones y corcho para elaborar originales y entrañables invitaciones, libros de invitados y otras ideas que puedes encontrar en el portal de bodas de El Corte Inglés.

Invitaciones

Mesas

Para romper con la monotonía del habitual vestido de novia, el otoño, con ese aire fresco que reclama una chaqueta cuando cae el sol, permite concederse algunas licencias. Mangas más largas, chaquetas de encaje, incluso paraguas con encanto, turbantes o coronas de flores, abrigos bordados, tules, complementos dorados. También el maquillaje eleva sus tonos en esta estación, permite jugar con los tonos, tanto en los labios, que se acercan a los granates, como en los pómulos. Y el ramo, un ramo que solo puede llevarse ahora.

Ramo

La luna de miel. Dejando al márgen el hecho de que lejos de la temporada alta los viajes salen considerablemente más baratos en otoño -lo mismo sucede con la localización del evento-, hay lugares del mundo a los que, al menos una vez en la vida, hay que ir para ver cómo los árboles cambian de color, calles por las que pasear machacando hojas con botas de agua, rincones en los que sentarse, bien abrigado, para ver como se apaga el sol. Hay destinos a los que hay que ir, no para tumbarse en la playa a achicharrarse al sol, sino a pasar frío, a oler la leña, a tomar café y cantar hasta la medianoche, a acurrucarse entre mantas sin una pulserita en la muñeca.

Toscana