José Luis Hernáez Mañas: «El vino se cata con el corazón»

Nacho Mirás Fole (nacho.miras@lavoz.es)

SOCIEDAD

En 25 años, Galicia ha transformado radicalmente su producción vinícola

05 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Aunque diga, desde la modestia, que no es para tanto, si no existieran tipos como José Luis Hernáez Mañas (Madrid, 1943), los vinos gallegos no serían lo que son. Él, que se considera «más de aquí que As Burgas», es uno de esos incansables que, en los ochenta, revolucionaron las bodegas.

-Los que saben lo señalan a usted como el maestro...

-He sido durante muchos años el borracho oficial de la Xunta [carcajada]. Mi padre era riojano, pero no es tanto algo pasional como que, en la vida funcionarial, uno va recorriendo diversas etapas. Cuando se creó la Estación de Viticultura y Enología de Leiro, en 1988, me mandaron para allí. Y, desde entonces, empecé a dedicarme al vino.

-¿Cuándo nos dimos cuenta de que teníamos variedades autóctonas que eran tesoros?

-Cuando yo llegué, hablar de variedades autóctonas era un crimen. Llegaron a amenazarme por teléfono para que no escribiera sobre la necesidad de volver a las variedades autóctonas porque estaba tocando intereses comerciales muy fuertes. En el año 1986, la Xunta publicó el Plan de Calidade dos Viños Galegos para volver a nuestras variedades ancestrales y establecer una tecnología moderna. Independientemente de cambios políticos, ha seguido con esa línea y ha sido un éxito. La única forma de adquirir una personalidad en el mercado era buscar un elemento diferenciador y teníamos uno a mano: nuestras variedades.

-Haciendo país...

-Me han llamado nacionalista gallego y no tengo nada contra los nacionalistas, pero soy de Madrid. Este es un proceso que había comenzado con el Programa de Reestructuración de los Viñedos de Valdeorras de la mano de Horacio Fernández Presa en torno a la variedad godello. Hubo una época en la que era pecado mencionar esas variedades, estaban por ahí perdidas. Hoy, en Galicia la tecnología es primorosa, las variedades son nuestras y se proyectan unos vinos de altísima calidad tecnológica.

-¿Tenemos que envidiar algo?

-Con el debido respeto a todo el mundo, creo que no, sobre todo en los vinos blancos. Hace treinta años yo iba por las Rías Baixas y todavía andaban las gallinas por encima de las cubas; hoy se puede comer en el suelo de cualquier bodega. El salto ha sido brutal.

-Seguro que hay un pero...

-Sí, que estamos entrando en la globalización en medio de una parafernalia de revistas, libros, grandes gurús... Más que nunca, tenemos que insistir en la diferencia por razones puramente económicas. Si vamos a hacer Cabernet Sauvignon, Merlot o Chardonnay como hacen, por ejemplo, los australianos, no aguantamos en el mercado ni media bofetada.

-Dicen que en Galicia ya no hay vinos malos, que los hay buenos y mejores...

-Es cierto. Pero uno de los problemas que tenemos es el excesivo fraccionamiento; si un importador americano te pide medio millón de botellas, la hemos liado. Hay un número excesivo de bodegas y habría que tender a trabajar en conjunto. Si vas a China a vender vino, lo peor que te puede pasar es que tengas mucho éxito; no podrás atender la demanda.

-Igual la pregunta hoy no es políticamente muy correcta, pero ¿le vino de niño el amor por el vino?

-En otros tiempos, las cosas eran distintas. Las familias comían juntas y el padre era siempre el encargado del vino. Y era él el que enseñaba a beber en familia. Hoy, las familias están disgregadas, se ha perdido no diré la cultura del vino, que eso me revienta, sino el vino en la cultura, que es una cosa completamente distinta. Lo mismo soy un poco romántico, pero creo que, como dicen los franceses, el vino se cata con el corazón.