Molino con calor de hogar

Antón S. Rodríguez C. Delgado REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Lo que fue un molino vecinal de Miño (A Coruña) ha llegado a manos de su propietario actual como una vivienda habilitada de tres habitaciones

30 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Galicia puede presumir de una especie anfibia autóctona muy reproducida a lo largo de sus ríos. Es el resto de molino, un grupo de piedras labradas que recuerdan el esplendor de un inmueble que servía de sustento de vida al molinero y también como punto de encuentro vecinal. Ese cúmulo de restos pétreos junto al río devorados por la vegetación crean un paisaje especialmente poético. Muy pocos molinos sobreviven actualmente, pero algunos se han reciclado como viviendas. En el caso de Álvaro Abrodes, un joven cocinero de A Coruña, es la morada elegida para pasar la época de verano, si bien confiesa que en los últimos meses lo tiene «un poco abandonado».

La segunda residencia de Álvaro se encuentra en la parroquia de Callobre (en el municipio coruñés de Miño). «Es una herencia de la familia desde el año 1800», destaca este joven de 33 años, quien, pese a su corta vida profesional, ya ha demostrado sus dotes culinarias en prestigiosos restaurantes de A Coruña.

Le resulta imposible rememorar sus veranos de la infancia sin el molino, hoy de su propiedad. «Aquí llegaba para pasar el San Juan y me iba cuando empezaba el colegio en septiembre», recuerda Álvaro, quien confiesa que su molino parece tener habitantes perennes todo el año. «Es una casa muy misteriosa, recuerdo las últimas noches que dormí aquí y oía ruidos en la parte de abajo, percusiones muy extrañas, como si hubiera gente...», dice. De hecho, añade que ninguno de sus invitados se atreve a bajar de noche los ochenta escalones que unen la parte alta de la casa con la zona donde se encuentra la parte más lúgubre del edificio, en cuyo subsuelo se encuentra una pequeña bodega.

Lejos quedan los años en que este arroyo que muere en el río Lambre movía las pesadas piedras para triturar cereales. Algunas se han reciclado como mesas para compartir el tiempo bajo una parra. La fauna autóctona no da tregua con los jardines ni las fincas anexas. «Entre los conejos y los jabalíes me tienen todo destrozado», espeta Álvaro.

Víctima del Klaus

Mayores daños sufrió hace casi tres años cuando el Klaus alteró la fisonomía de este rincón a su paso por Galicia. Aquella ciclogénesis explosiva obligó a Álvaro a pagar un nuevo tejado de su molino-vivienda del que, reconoce, cada año usa con menos frecuencia. «Es evidente el valor sentimental, pero tal y como tengo planteada mi vida ahora mismo el molino me resulta totalmente prescindible», explica. La casa consta de tres habitaciones en la parte superior (en total, cuarenta metros cuadrados) y una planta baja con salón y cocina, la estancia en que mejor se reconoce lo que un día fue un molino. «El lugar no puede ser más tranquilo pero, eso sí -matiza Álvaro-, si estoy pendiente de una importante llamada tengo cobertura total en el móvil».

Reportaje cortesía de www.casaalvuelo.es