El héroe gallego del Himalaya

Alfonso Andrade Lago
alfonso andrade REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Se cumplen 30 años del Premio a la Nobleza Deportiva de Luis Fraga, sobrino del ex presidente, que renunció a la cumbre del Nanga Parbat para socorrer al francés Berhault

03 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El Himalaya desentraña al sur del Indo un macabro cementerio de alpinistas, el Nanga Parbat, la montaña asesina, novena altura del planeta con 8.126 metros. Su cara sur, la pared del Rupal, es el mayor precipicio del mundo, un desplome hacia la nada de 4.500 metros. Allí, donde la sombra se derrumba cada tarde hacia la boca del infierno, citó el destino a dos cordadas de alpinistas en el verano de 1980. Por un lado, el alemán Karl Reinhard y Luis Fraga, sobrino de Manuel Fraga Iribarne. Por otro, los franceses Yannick Seignieur y Patrick Berhault.

Karl y Luis avisan a sus colegas de que se van a la cima, pero en la tienda de los franceses los recibe el desaliento: Berhault sufre un edema pulmonar y la cosechadora de vidas del Nanga Parbat amenaza con segarla. No vacilan. A una jornada de la cumbre cambian sus cordilleras de gloria por desfiladeros de compañerismo y, ladera abajo, descuelgan el espectro de Reinhard por el muro de granito para salvarle la vida tras dos días en la pared.

Su solidaridad pesó más en la báscula que el beso en la boca de la eternidad y le valió a Fraga, bilbaíno de nacimiento y gallego de adopción (Vilalba y Rías Baixas), el Premio Nacional del Deporte a la Nobleza Deportiva. Se lo entregó el Rey en 1981.

En los 30 años que han pasado desde entonces jamás lamentó su decisión. «No había otra opción. Una vida vale más que mil cumbres. Ni Reinhard ni yo lo pensamos dos veces. Patrick murió más de 20 años después por una caída al vacío, pero cada uno de esos 20 años vivo valió más que cualquier montaña».

Miedo a la muerte

Sin embargo, aquella ascensión fallida hizo mella en Fraga. Y por encima de la frustración, una fuerza mayor: el miedo. «El miedo a la muerte -precisa- y la convicción de que solo es libre aquel que logra superarlo. Tenía que volver». El retorno se consumó en 1998 y el Nanga le entregó esta vez el privilegio infinito de su cumbre. Pero no sería gratis, pues le reservaba también su siniestra ironía, un requiebro del destino que pondría otra vez a prueba la catadura moral de Fraga. Al empezar a bajar, su compañero José Isidro Gordito sufrió también un edema, esta vez cerebral. El episodio, jamás detallado hasta la fecha y que situó a los dos alpinistas al filo de la resistencia humana, lo relata Luis en el inédito testimonio que se incluye en esta página.

Lo bajó desde la cumbre, solo y sin cuerda, cargando hasta con su equipo. Isidro iba medio ciego, sin equilibrio y con un avispero en las neuronas, pero la montaña les perdonó la vida afilando para ellos cuatro rayos de sol que se colaron durante el descenso entre la cascada de aludes torrenciales que se precipitan por el Rupal en el verano crepuscular. «Cualquier pequeño cambio de tiempo nos habría borrado», sentencia.

La gesta con Gordito se silenció y se quedó sin premio. Los dos se salvaron, pero en el recuerdo, como un estilete, hiere la muerte del japonés Omiya, devorado por una avalancha justo antes de que subiesen Isidro y Fraga, que recuerda «aquellas piedras que silbaban como obuses cerca de la cabeza».

Decía Immanuel Kant en sus reflexiones sobre ética: «Obra siempre de modo que tu conducta pudiera servir de principio a una ley universal». La trayectoria de Fraga invita a una reflexión sobre los verdaderos valores del deporte... y de la vida.