Ayuda para padres «súbitos»

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira REDACCIÓN/LA VOZ.

SOCIEDAD

Carlos y Luisa adoptaron a tres hermanos hace cinco años, y ahora acuden a un programa de actividades y talleres pensado para acompañar a familias como la suya

30 nov 2010 . Actualizado a las 02:45 h.

Cuando una persona, o una pareja, decide adoptar, emprende un camino que tiene que recorrer más o menos en soledad y sorteando muchas piedras hasta llegar a lo que cree es la meta: cuando llegan a casa uno, dos o hasta tres perfectos desconocidos que son, por imperativo del amor, sus hijos. Para acompañar a estos padres súbitos, repentinos, la Fundación María José Jove ha puesto en marcha un programa -desde talleres a una campaña informativa- que comienza antes de la llegada de los menores y termina cuando padres e hijos así lo desean.

La situación de los adoptantes es, cuando menos, compleja. No se trata solo de que de un día para otro uno tiene que hacerse con el avituallamiento estándar de los niños, sino de algo mucho más serio. Lo cuentan Carlos y Luisa, una pareja que ha adoptado a tres hermanos. Luisa explica que en el proceso, en todo proceso, «hay dos problemas: la cuestión del apego y la mochila que trae cada niño». Lo primero es una cuestión de tiempo, «para unos es más fácil que para otros, no depende tanto de la edad como del carácter», pero tarde o temprano se dan cuenta de que sus padres adoptivos los quieren y no los van a dejar jamás, aunque se porten mal; lo segundo, «son cicatrices que siempre les quedan» y ahí, los padres solo pueden acompañar, ayudar, atender, pero asumiendo que tal vez el niño tarde muchos años en recuperarse del trauma del abandono, de la falta de atención o incluso de los malos tratos que recibió en sus primeros años.

En el caso de Carlos y Luisa la cosa se complica más porque adoptaron a un grupo de hermanos y hay una enorme complicidad entre ellos: «Si uno está alterado, los otros se alteran». Su ventaja es que, como son españoles, los críos no han tenido que preocuparse por encajar en la cultura de su nueva familia o sorprenderse porque tienen unos rasgos diferentes.

Atención a padres e hijos

Carlos y Luisa participan desde hace dos años en el programa de adopciones de la Fundación María José Jove, una entidad coruñesa que se dedica a los niños y aborda todo tipo de problemas de la infancia, siempre desde una perspectiva práctica. Por ejemplo, la entidad lleva tiempo organizando talleres para padres con hijos adolescentes y ahora, por segundo año consecutivo, ha puesto en marcha uno para familias adoptantes. Está tan pensando para ellos que, mientras los mayores escuchan y charlan con especialistas, los niños juegan y pintan. «Si no fuese así -apunta Carlos-, no podríamos ir a ninguna clase, porque a ver quién se queda con los niños». Otras veces toda la familia trabaja en el mismo tema, lo que les ayuda más tarde: «Cuando salimos de aquí -dice Carlos- nos da pie para hablar de la adopción».

Estos padres están encantados y explican por qué: «Es básico tener mucha información, ayuda mucho al niño». Ambos son profesionales cualificados pero su experiencia les ha demostrado que libros y revistas no son suficientes. Que deben preguntar y obtener respuestas puntuales, hablar con otros padres en su misma situación y asumir lo que les ocurre a los cativos, incluso cinco años después: «Aquí nos tranquilizan, nos orientan. Entendemos las cosas que les ocurren a nuestros hijos y así podemos ayudarles». Y las cosas que les ocurren son de lo más variado. Por ejemplo, desde vómitos y mareos sin motivo a hiperactividad o problemas de concentración. Obviamente, la pareja también se resiente: «El matrimonio tiene que estar muy unido, porque un niño es un fin en sí mismo, no un medio», dice Carlos, y Luisa puntualiza: «Lo importante es resituarse. Esto requiere un compromiso». Por lo de pronto, y en su caso, «no nos pedimos cuentas. No hay reproches. Estamos en una fase en la que lo importante es ser práctico, apagar fuegos». Luisa pone un ejemplo: «Si llego a casa y veo a Carlos viendo la tele, me doy cuenta que no puede más, que necesita desconectar, y entonces soy yo la que me encargo de las cosas». Y viceversa, claro, porque «confiamos totalmente el uno en el otro».

Entre su esfuerzo personal y la ayuda de su familia, amigos y de talleres como este, Carlos y Luisa avanzan y disfrutan del privilegio de ver crecer y madurar a sus hijos, quienes, no se cansan de repetir, les hacen mejores personas.