«En África ves auténtica humanidad»

Rubén Santamarta Vicente
Rubén Santamarta REDACCIÓN |

SOCIEDAD

Después de casi 25 años, María Teresa Andrade vuelve a casa. Deja atrás un vasto legado en tres continentes que arrancó con el primer orfanato de Malaui

20 oct 2010 . Actualizado a las 21:27 h.

Permanecer durante más de 15 años en uno de los países más empobrecidos del planeta marca tanto que no extraña que sus cercanos digan que María Teresa tiene hoy más de Malaui que de la parroquia de Ponteceso (Langueirón) en la que nació hace 61 años. Hasta su acento, con un cierto toque exótico, la delata. Y luego, cuando se pone a hablar de África, no para: «Allí ves auténtica humanidad, todo lo que por allí aprecias es real, parece el mundo real, y este, el de los países ricos, un mundo ficticio, con muchísimas cosas prescindibles. Allí eres una especie de olla de barro que estalla y que empieza de cero».

María Teresa aterrizó en ese país del sureste de África a mediados de los ochenta, cuando lanzarse a la ayuda exterior era algo que llevaban a cabo casi en exclusiva personas vinculadas a la Iglesia, como es su caso. «Llegué con mucha ilusión, y realmente me hizo falta, porque la situación era muy dura, pero no tiré la toalla», dice con un cierto orgullo. «Estaba en un centro de salud rural, como enfermera y médico, y allí se nos morían cada día entre dos y cuatro niños. Hay que imaginárselo. Pensé ''me moriré aquí, pero yo no me voy''». Y no lo hizo.

En cambio, montó el primer orfanato del país. Algo difícil a nivel organizativo y social. Era 1993 y el sida hacía estragos en el país (aún lo sigue haciendo). «Los niños que se quedaban sin padre eran acogidos por el clan, pero el sida desbarató todo aquello, y fue complicado convencer al Gobierno para que no dejara acoger a niños. Hoy, por suerte, ya hay más en marcha», relata.

Fundación Esteban Vigil

«Echo de menos no estar ahora en el terreno», dice. Acaba de regresar a España y desde Madrid dirige la Fundación Esteban Vigil, una organización de ascendencia religiosa que mantiene proyectos de cooperación abiertos en Ecuador, Colombia, la India y Malaui. Todos ellos, abiertos de una u otra manera por María Teresa.

De aquellos años en el Sur a la misionera le quedan infinidad de recuerdos, pero rescata uno de inmediato: «Una vez tuve que abrir a una niña de 7 años, para una operación, sin anestesia y era tal el dolor que pasaba que yo solo podía decirle que me mordiera para superarlo. Estuvo con nosotros cuatro meses y se curó. Un año después regresó por el centro con maíz, huevos y un repollo, un festín para cualquier familia de Malaui. Pero lo mejor vino cuando me dijo que ahora se llamaba Teresa. ¡Se había cambiado el nombre por mí!».

Después de ese centro de acogida vinieron clínicas ambulantes, atendiendo incluso debajo de los árboles, y una escuela para una población potencial de 10.000 niños, una iniciativa que se complementa con una granja para el cultivo de hortalizas y cría de cabras y gallinas. «Todo eso sigue funcionando, y ha ido mejorando la alimentación en la zona», explica.

Lo siguiente fueron varios países de América Latina y la India, destino del que ha regresado este año tras varios meses viendo el funcionamiento de un centro educativo para 2.000 niños, un internado y varios programas para mujeres. «Me siento muy viva, tengo cuerda para rato. Lo mío es derribar muros».