El plato de pulpo más grande del mundo, en O Carballiño

María Cedrón O CARBALLIÑO/LA VOZ.

SOCIEDAD

Decenas de personas probaron ayer una tapa de los 120 kilogramos de cefalópodo que empleó la Asociación de Amigos del Pulpo Paul para tratar de conseguir un récord Guinness.

04 ago 2010 . Actualizado a las 19:35 h.

Lo lograron. Tuvieron rapidez y audacia. Elegancia en el rejoneo con la tijera. El arte de Manuel, Silvia, Pepe, Suso, Roberto y Santi permitirá, con bastante probabilidad tras la certificación del notario y aunque falta el veredicto final de los organizadores del Guinness, inscribir el nombre de O Carballiño en las páginas del libro de récords más famoso del mundo. La villa ourensana volverá a hacer historia por ser el lugar en el que un día de verano del 2010, con mucho calor y ningún viento, la Asociación de Amigos del Pulpo Paul -gracias a la colaboración de la pulpería Xantares- elaboró el plato de pulpo más grande jamás visto aquí y al otro lado del Atlántico, una tierra de la que llegan estos días las decenas de emigrantes en México o Venezuela.

En la plaza del Ayuntamiento, la media docena de picadores comenzaron a quitar cefalópodos poco antes de las ocho de la tarde de ayer. Con un juego de muñeca ágil y a modo de practicantes de esgrima, los jóvenes iban convirtiendo poco a poco los tentáculos en finas rodajas que brincaban en el aire antes de caer en el plato de madera confeccionado especialmente para la cita. En lugar de florete iban desmembrando la presa, el pulpo, con tijera. Armas grandes, bien afiladas, con hoja de acero. Menos mal que el pulpo Paul , familiar directo de aquellas víctimas del caldeiro, es amigo predilecto.

Con ritmo, a golpe de gaita y bombo, las rodajas iban cayendo en el recipiente, ocultando el color marrón claro de la madera. Pero el manto rosado tenía que cubrir toda la superficie. «Hay que encher agora o que falta. Por esta parte aínda queda un branco», gritaba el capitán de picadores a su cuadrilla. Y las tijeras continuaba el baile, cual afiladas guillotinas en la revolución francesa. Porque ayer en O Carballiño también rodaron cabezas, pero eran de cefalópodo.

Espectadores

Desde la barrera, el respetable tenía los ojos concentrados en la labor de los picadores. La melodía del metal era prácticamente inapreciable por el murmullo y el griterío.

Todos querían una foto. Todos buscaban un lugar desde el que ver la faena. Todos abrían paso entre los mejor ubicados para tocar el gran plato. Todos querían probar «una tapa» de los 120 kilogramos de pulpo que tuvieron que emplear los organizadores. Y eran gratis. Lo único que había que pagar era el plato. Dos euros porque ayer en O Carballiño era barato, barato.

Toque final

En el momento en el que el reloj de la plaza daba las campanadas que marcaban las ocho, justo diez minutos después de haber empezado el baile de tijeras, ya quedaban pocos huecos por cubrir. Dos minutos más y acabado. «¡Vamos a arreglar antes de aplaudir!», gritó otra vez el maestro de ceremonias. El aplauso marcaba el final de la faena. Pero todavía faltaba el aderezo.

Primero fue una lluvia de sal que, como una granizada en un día invernal, fue cayendo sobre las rodajas que yacían en el plato. Los picadores agitaron los botes a un tiempo. Todos por igual, repartido por cada zona del gran plato. Luego añadieron el pimentón, mitad dulce, mitad picante. La idea era «¡botarlle color!», como volvió a gritar el jefe. Faltaba únicamente meter la mano en la caja de palillos, hacerse con un puñado y clavarlos en el corazón del plato. Fue en ese momento cuando llegó el aplauso que marcaba el final del evento. Cuando la ovación del respetable concentrado en la plaza inundó el espacio. Eran decenas de personas que aguardaban para hacerse con alguno de los 400 platos confeccionados para que los comensales pudieran disfrutar del cefalópodo. Y la preocupación de los organizadores era una, que no hubiera para todos.

Las medidas del notario

Pero antes de abrir la veda al ágape, el notario tomó las medidas. El plato tenía 2,2 metros de diámetro. Toda la superficie estaba cubierta. La medida era correcta. Entonces llegaron todavía más fotos. Con el alcalde, el socialista Carlos Matas; el teniente de alcalde, el nacionalista Manuel Amil; el autor del plato, el pulpeiro y, luego, los picadores. Faltaba Paul , pero había reproducciones.

Porque la relación entre Paul , O Carballiño y el fútbol va más allá. Y es que en esto de picar pulpo también hay fichajes como en el arte del balompié. Y es que no todos saben hacerlo, ni todos pican igual. Lo explica bien uno de los que participaron ayer en la fiesta. Tras haber aprendido el oficio en una pulpería de O Carballiño, en Aurora, y después de haber pasado varios años por la dura prueba del San Froilán, en la capital lucense, trabaja en un restaurante en Madrid, en Alcorcón. «Os mellores picadores son os do Carballiño, pola tradición que hai. Aínda que o oficio é mellor pagado en Lugo probablemente porque hai menos que pola zona», apunta.

Y mientras el personal continuaba agolpándose junto al plato, otros compañeros armados con grandes espumaderas repartían el pulpo entre los que se iban acercando con platito. Trozo aquí y trozo allá. Nadie quería dejar de probar un rabito, por decir, quizá, que había probado un trozo de pulpo récord. O un récord de pulpo.