Lujuria, el disfraz del sexo

FIRMAS

Ventura Pérez Mariño se adentra esta semana en los procelosos caminos de la lujuria. Y finalmente se hace una pregunta: ¿qué tiene de mala?

13 feb 2013 . Actualizado a las 09:21 h.

Lo que pasa con el pecado de la lujuria es indicativo de la hipocresía con que se abordan las cosas del sexo en nuestra sociedad.

¿Cuándo se comete y qué es el pecado capital de lujuria? Me he quedado estupefacto al dudar e írseme todas las respuestas hacia contestaciones peyorativas. Eché mano de los diccionarios. El Espasa: «un vicio opuesto a la castidad« o «lascivo»: «propensión a los deleites carnales». Por igual el Casares: «apetito desordenado de los deleites carnales». Y por último la Wikipedia: «un deseo sexual desordenado e incontrolado», añadiendo que a lo largo de la historia se ha entendido que todo deseo sexual es lujurioso. Dante manejaba el concepto de lujurioso como el amor a otras personas dejando a Dios en segundo lugar.

Y a estas alturas, ¿quién no ha tenido un deseo sexual? Parece imposible no cometer el pecado de lujuria, cuyo antónimo, por cierto, es la castidad.

Yendo a la ortodoxia, fray Luis de Granada definía la lujuria como un apetito desordenado de sucios y deshonestos deleites, y añadía que cuando pasa se convierte en más hiel que miel y acarrea muchos males consigo: estraga la fama, quebranta las fuerzas corporales, deteriora la salud, afea la hermosura de la juventud, genera enfermedades, acerca la vejez, acorta la vida y oscurece la luz del entendimiento?

Solo así se explica la mala salud que a veces nos acecha.

Algo ha pasado en las sociedades occidentales para que haya tanta divergencia entre la realidad (práctica de una sexualidad libre que solo tiene como límite el respeto al otro) y el pecado tremendo que supone para algunos.

Si se lee el Nuevo Testamento se observa que el tema de la sexualidad aparece poco y cuando lo hace es tratado de una forma muy normal. Sin embargo, en los textos eclesiásticos actuales se observa una frecuencia obsesiva e inquietante por hablar de sexualidad, y se contempla el tema desde un punto de vista condenatorio. Se llega a afirmar que, si alguien quiere interesarse por Dios, lo mejor que puede hacer es olvidarse del sexo ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué es un pecado capital?

El miedo hacia el sexo viene de la noche de los tiempos y se ha transmitido -la lujuria- a los documentos de forma peyorativa: lujuria es vicio, deleite desordenado, es lo contrario a castidad. Es un pecado capital.

La doctrina oficial eclesiástica sobre el sexo sugiere que por su misma naturaleza es sospechoso y aleja de Dios. Esa doctrina debe mucho a san Agustín, que en su vida se debatió entre el amor a una mujer, a la que bajo la presión de su madre acabó repudiando, y la abstinencia sexual. A partir de decidirse por esta última, elaboró una teoría que expuso en su tratado Confesiones en la que presentó la sexualidad como la transmisora del pecado original. Esta afirmación resultó demoledora para toda la teología occidental.

Sin embargo, ninguna exigencia bíblica, espiritual o eclesial determina que una sexualidad amorosa y responsable esté contraindicada para la vida cristiana.

Este pecado capital, la lujuria, necesita de una revisión a fondo. Y, para los que tienen dudas con los males con los que amenaza fray Luis de Granada, hay que informarles de que hace unos días el ministro brasileño de Salud animó a sus compatriotas a practicar sexo para evitar la hipertensión arterial y problemas cardíacos.

El convertir el sexo en pecado es un pecado. La vida sin sexo...