Una objeción sin regreso previsto

SOCIEDAD

«Los miopes vemos borroso de lejos, y eso nos pasa con el Sur, es como una mancha», apunta Cesáreo, que se inició como cooperante con la prestación social, hace 14 años

17 mar 2009 . Actualizado a las 12:31 h.

Lo suyo es un cóctel de «inquietud, inconsciencia, sustrato familiar, sensibilidad y providencia». Batidora de sensaciones que le ha llevado durante los últimos 14 años, con alguna intermitencia, por el continente americano. Ahora vive entre Bolivia y Colombia, en un doble programa de cooperación financiado por la Comunidad de Madrid orientado a mujeres y a jóvenes. «La principal satisfacción es saber que ayudo, que la gente con la que trabajo me ayuda a vivir en plenitud, y que pagan por ello», relata.

Las diferencias Norte-Sur las compara con sus problemas de vista: «Experiencias como estas cambian la imagen de cualquier cosa. Es una cuestión de miopía, los miopes vemos borroso a lo lejos, y eso nos pasa con el Sur, vemos una mancha borrosa, así que yo no creo que cambie la imagen, soy yo el que se pone gafas».

Hoy su trabajo tiene mucho de oficina y de pisar terreno. «Muy fácil», resume. Nada que ver con sus inicios en la cooperación, donde le tocaron de cerca muchos dramas. El arranque fue en 1995. Tras los Maristas en Ourense y algunos programas de pastoral cristiana, acabada Telecomunicaciones a Cesáreo se le presentó la oportunidad de hacer en el exterior la objeción de conciencia al servicio militar (oficialmente, la prestación social sustitutoria). Ya contaba con una experiencia en el exterior -estuvo becado en Brasil-, así que no lo pensó y acabó en Caracas.

Trabajó de administrativo en la oficina de proyectos de San Vicente de Paúl, vinculado administrativamente a Fe y Alegría. La experiencia junto a otros voluntarios le llevó a sumarse al plan unos años más. El programa se llamaba Catuche, nombre de un barrio en el que trabajaba con gente de la calle. Ahí comprobó la dificultad de su tarea.

Formación y experiencias

No flaqueó. El siguiente destino fue Bogotá, en un plan de soporte informático dentro de la cooperación bilateral entre España y Colombia. Otros cuatro años. Y vuelta a Galicia. En Vigo, como profesor de Sistemas, le surgió su siguiente proyecto, que le mueve entre Bolivia y Colombia, con la fórmula de teletrabajo, «que asegura que el personal local no dependa de uno y garantiza su sostenibilidad».

En La Paz está al frente de un programa para la puesta en marcha de un instituto de formación profesional para mujeres con escasos recursos. Se les forma en hostelería y atención a niños y ancianos. Unas 650 mujeres obtienen formación en el centro, algo que difícilmente lograrían en otro lugar.

El otro programa, el colombiano, tiene un público potencial de 2.000 personas al año. Se trata de un modelo de atención integral en institutos, asistencia en sanidad, educación, salud, ocio... Buena parte de esas experiencias están en su bitácora de Internet (www.cesareox.com).

Las hay también agridulces. Como la de Edwin, un chaval de Catuche que conoció cuando este tenía 5 años. Recuerda comer a su lado un helado-tetilla al que le invitó el crío con el dinero de la limosna que pedía ese día. «Al final, todos somos iguales, niños», agrega. Recuerda con dolor que a su amigo lo mataron en un ajuste de cuentas. «Sabíamos que no llegaría a los 18 años, él llegó a los 15».

El empeño de Cesáreo es que no se repitan casos como el de Edwin. «Porque la realidad es que no todos tenemos las mismas oportunidades».