Nadar entre medusas que no pican gracias a un fenómeno de la evolución en Palau

EFE

SOCIEDAD

Los pequeños organismos buscan el calor de los rayos del sol y se colocan cerca de ellos, sorteando las sombras que crean los árboles, debajo de los cuales nunca se encuentran medusas.

23 feb 2009 . Actualizado a las 14:25 h.

Zambullirse en un mar de medusas parece una temeridad, pero en una laguna marina de Palau puede hacerse sin miedo a sufrir picadura alguna, pues la evolución de la especie ha mutado las células de su mecanismo de defensa.

En un fenómeno único en el mundo y una de las mayores atracciones turísticas de esta diminuta nación insular del Pacífico, hasta niños pequeños nadan entre los habitualmente letales animales, pero apenas notarán un leve cosquilleo incluso si un tentáculo les roza los labios, según pudo comprobar Efe.

Situada en la región de Peleliu al suroeste de Palau, la popular «Laguna de las Medusas» es de agua salada pese a estar separada del mar por las gruesas paredes de piedra caliza de un islote, pero éstas tienen pequeños surcos a través de los cuales penetra el salitre y sus nutrientes.

La «charca» fue formada hace unos 15.000 años, cuando el gradual movimiento de las placas tectónicas provocó que el espacio se cerrara y atrapara allí a los invertebrados, que hasta entonces eran cazados por su tradicional enemigo, la tortuga marina.

Sin embargo, los reptiles pudieron escapar de la transformación geológica y así las medusas se quedaron sin su depredador natural, explica la estadounidense Laura Martin, investigadora del Centro Internacional para la Conservación del Coral.

Poco a poco, esa circunstancia fue restando potencia a sus toxinas hasta el punto de que ahora son tan débiles que sólo causan daño a los microorganismos del plancton del que se alimentan.

Además, las medusas, pertenecientes a una subespecie exclusiva de la laguna, fueron multiplicando sus números hasta por encima de los diez millones en una laguna de apenas doce hectáreas de extensión y unos treinta metros de profundidad.

Eso fue hasta 1998, cuando casi todas murieron por el drástico aumento de la temperatura del mar que causó el fenómeno de El Niño.

Sin embargo y en lo que es considerado por los científicos un auténtico milagro de la supervivencia, las medusas se recuperaron y en una década repoblaron por completo el lugar.

Durante el día, los pequeños organismos buscan el calor de los rayos del sol y se colocan cerca de ellos, sorteando las sombras que crean los árboles, debajo de los cuales nunca se encuentran medusas.

Por la noche, descienden a mitad de profundidad, donde habitan las bacterias que filtran las secreciones de las algas del fondo, la habitual «cena» de las medusas, de color anaranjado y que nadan pulsando sin cesar.

En el lecho no hay oxígeno sino un contenido altísimo de anhídrido sulfhídrico, inofensivo para las bacterias pero altamente venenoso para las medusas y el ser humano, y que da al agua una tonalidad roja que contrasta con el verdoso de la superficie.

La extrema toxicidad del azufre lleva a que esté totalmente prohibido bucear con aire comprimido en la zona, pese a que la isla está rodeada por varios de los mejores lugares del mundo para practicar el submarinismo, otro de los grandes reclamos de Palau.

«Es muy peligroso, podría estallar tu tanque si tiene un escape, o ser envenenado a varias horas de distancia en barco de cualquier hospital», advierte a Efe uno de los guardas del parque natural.

La adaptación al medio de las medusas recuerda a la de las aves pinzones que Charles Darwin introdujo a finales del siglo XIX en las Galápagos (Ecuador) para demostrar su teoría sobre la evolución de las especies.

El científico inglés lo logró, pero a cambio rompió el equilibrio del ecosistema de manera artificial, al contrario del caso del archipiélago en Micronesia, donde el cambio fue natural y gradual, según los científicos.

La ex colonia española de Palau, una pequeña república insular de apenas 20.000 habitantes localizada unos 800 kilómetros al este de Filipinas en el Pacífico Sur, vive fundamentalmente del turismo tras alcanzar en 1994 su independencia formal de Estados Unidos.