El sueño de ser médica en la selva

SOCIEDAD

Isabel Grovas inicia en Panamá su primer proyecto sanitario fuera de África tras recorrer media docena de países en situación límite, y dice que es el trabajo de su vida

08 sep 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Hay ideas que se meten entre ceja y ceja. A Isabel Grovas, trotamundos en la cooperación internacional de la mano de Médicos Sin Fronteras (MSF), le recuerda siempre su madre que ella desde pequeña se empeñaba en lo mismo: «Yo de mayor quiero ser médica en la selva». Y la idea, aunque algo matizada, claro, se hizo realidad en el año 2003. Fue entonces cuando a esta pontevedresa le ofrecieron su primer destino internacional: «Comencé a trabajar en un proyecto de nutrición en Angola, y quizás, por ser el primero, es del que mejores recuerdos guardo». Habla ahora desde Panamá, su primer desplazamiento no africano en cinco años de trabajo en el Sur. Un lustro cumpliendo ese sueño de niña, aunque entonces no supiera que aquello se llamaba cooperación internacional.

Fue Angola un lugar de aprendizaje, pero también, recuerda ahora, donde vivió uno de los momentos más duros: una epidemia de Marburg. Es una enfermedad olvidada, olvidada en el Norte, se entiende, aunque tenga nombre europeo. Es muy contagiosa, no tiene cura y su mortalidad ronda el 80%. «Es una de las experiencias más duras que puedes vivir, es difícil ver morir a un montón de gente sin que puedas hacer nada, solo se tratan los síntomas, y el enfermo si tiene suerte, se salva». Así de duro. «Lo poco que se puede hacer -continúa- es aislar a las personas afectadas, y el aislarlas implica separarlas de sus familias, a las que ni tan siquiera les queda la posibilidad de hacer un funeral como se acostumbra en estos lugares, ya que el cadáver no se puede tocar».

Poco que ver con los trabajos a los que enfrenta en Cee, en cuyo hospital tiene plaza como enfermera. Desde ese puesto en la Costa da Morte no dejó de creer en aquello de ser médico en la selva. Conoció los requisitos que exigía MSF y se puso a ello: tres años de experiencia en su puesto, un máster en medicina tropical que hizo en Madrid y una estancia en Estados Unidos que se costeó para dominar a la perfección el inglés. «Casi sin poder creérmelo me seleccionaron, era mi sueño desde siempre».

Lo que llegó después

De Cee a Angola. Y tras aquel país llegaron Darfur, Sudán, Uganda, Etiopía, Guinea-Bissau y el Congo. En Panamá su trabajo es una preparación ante lo que puede suceder, una catástrofe natural «que por desgracia siempre ocurre», asume. «Estamos en la fase de preparación y la acción directa sobre la población todavía no se puede ver, pero la idea es que cuando ocurra una catástrofe la población afectada recibirá nuestra ayuda más rápido y mejor, atención médica, programas de apoyo psicológico, distribución de agua potable, mantas, enseres de cocina e higiene, tiendas de campaña si es necesario?».

La satisfacción será constatar que todos los esfuerzos, si sobreviene una catástrofe, han servido de algo y que la población recibe una atención rápida. Será una recompensa entre el drama, sensación similar a una reciente en su último destino, el Congo: «Ver salir caminado por su propio pie a un enfermo a quien habíamos estado cuidando durante tres semanas, temiendo cada día que fuese el último, fue un momento muy emocionante para todos, él es uno de los pocos que pueden contar que sobrevivió al ébola».