El precio de la selva brasileña: 50.000 millones de dólares

Arturo Lezcano

SOCIEDAD

31 may 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Un ciclón informativo sacude Brasil desde su mismo corazón, el Amazonas, cuya soberanía ha sido discutida desde varios países del primer mundo. Desde que, hace dos semanas, dimitió la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, por divergencias sobre la política amazónica dentro del Gobierno, hasta esta semana, en que tomó posesión del cargo su sucesor, Carlos Minc, han sobrevolado sobre Brasil dudas sobre su capacidad de gestión del llamado pulmón del mundo. Desde Estados Unidos y Europa se ha reactivado el debate por diferentes vías y mediante varias preguntas: ¿debe seguir siendo la Amazonia propiedad de los países cuya geografía integra, como Brasil? ¿Se debe privatizar?, ¿o dejarla a cargo de un ente internacional? Lula y sus ministros saltaron como resortes para asegurar a sus compatriotas y el mundo que «la Amazonia es brasileña», pero el terreno ha quedado abonado para la discusión, si no para algo más traumático.

Dos medios tan influyentes como The New York Times y The Independent, con tres días de diferencia, publicaron sendos textos en los que se ponía en tela de juicio si la Amazonia brasileña debía seguir siendo gestionada por el Estado sudamericano. El periódico inglés fue drástico: «Una cosa está clara. Esa parte de Brasil es demasiado importante para dejársela a los brasileños».

El pasado lunes, el diario O Globo destapó una investigación de los servicios secretos brasileños contra Johan Eliasch, multimillonario sueco y asesor medioambiental del primer ministro británico, Gordon Brown, por la compra de 160.000 hectáreas de selva amazónica. Pero también por las reuniones que mantuvo con empresarios en los últimos dos años, en las que los animó a invertir en la Amazonia, a la que llegó a poner precio total: 50.000 millones de dólares.

Lula calificó de «graciosa» la situación y las exigencias de los países industrializados, e insistió en que el Amazonas debe desarrollarse de manera sostenible: he ahí el problema. Lo que para el primer mundo debería ser un santuario natural (aunque los brasileños desconfían de las oenegés, que ven como avanzadillas de un supuesto colonialismo verde), para Brasil es un territorio que ocupa la mitad del país y que alberga 25 millones de personas que quieren vivir «como en Río», según dijo el propio Lula. La ministra Silva dimitió precisamente por la falta de equilibrio entre preservación y desarrollo. Y mientras, se retrasan los nuevos datos de avance de la deforestación, la gran piedra de toque. En Brasil se teme que, por primera vez en años, haya aumentado la deforestación respecto al año anterior, lo que provocaría aún más debate y confusión sobre un territorio que se reduce cada vez más.