Oriente Medio o el drama cotidiano

SOCIEDAD

La historia de Ángel arranca en la emigración, crece en A Coruña y llega a Colombia, siguiendo a su hoy esposa. Ahora ve cómo se desboca la crisis humana palestina

18 may 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Por comunes, porque hace ya 60 años que comenzó todo ello, se nos han hecho menores los muertos y los dramas que cada día llegan de Oriente Medio, de Israel y de los territorios palestinos ocupados (la denominación que le pone la ONU). En esa zona se mueve desde hace un año Ángel González, en un suelo en el que solo durante el primer trimestre del año han caído casi 260 personas, 43 de ellas, niños. «La situación actual puede empeorar en los próximos meses, cuando se vayan reduciendo los recursos existentes previamente en los territorios, especialmente en la franja de Gaza», apunta este coruñés nacido en la emigración. Habla huyendo del panfleto. Simplemente, cuenta lo que ve cada día.

¿Y qué es? «Suspensión de servicios básicos en educación y salud, restricción de la ayuda humanitaria, controles militares, obstáculos y cortes de carreteras, construcción de asentamientos israelíes ilegales y de 700 kilómetros de muro de separación, destrucción de casas palestinas con familias en la calle, continuas incursiones del Ejército israelí...». Coordinador adjunto de la ayuda española en la zona, la misión de Ángel, admite, entraña sus riesgos, y su familia, la que ha quedado en Galicia, es consciente de ello. «Pero mi madre, que ha sido emigrante, está orgullosa», confiesa.

El contexto en el que se mueve Ángel es complejo, duro. Pero su historia hasta llegar allí, hasta la cooperación, bella. Fue en 1998 cuando en Madrid conoció a María Victoria Clavijo, colombiana que entonces acababa su ciclo de formación en España y regresaba a su país. «Decidí dejarlo todo e irme con ella buscando algo más en un país del que sabía poco más que su situación de conflicto prolongado y de crisis de los derechos humanos». Allí, con la ayuda previa de un amigo, inició su trabajo en la cooperación oficial española, comenzando de administrativo. «El primer impulso en la cooperación fue el amor por mi mujer, aunque también de mis padres, que fueron emigrantes, y creo que los gallegos lo llevamos en la sangre».

Sus conocimientos durante años sobre comercio internacional y su carrera diplomática le valieron de mucho. Ocho años estuvo allí, viviendo sus mejores y sus peores momentos desde que se dedica a la ayuda humanitaria: «Nunca olvidaré la cara de orgullo de mujeres víctimas de un terremoto cuando les dimos las llaves de unas casas construidas por la cooperación, igual que también recuerdo la muerte de un cooperante español cuando apenas llevaba un año en la zona, y no podía entender que pasara algo así. Sentí entonces que la muerte está cercana».

«En países del Sur la gente tiene mucho que enseñarnos -valora-, sobre todo en conocimientos ancestrales y en formas de convivencia, incluso en situaciones de conflicto». Por eso anima a ayudar: «Pequeños granos de arena pueden conseguir mucho; por ejemplo, con el hermanamiento entre colegios gallegos y palestinos».

Con esa muerte de la que habla a menudo y con la destrucción convive cada día en Jerusalén. Lo hace junto a dos motores vitales que son su mujer y su hija. Su tarea conlleva reuniones, mucha coordinación con organizaciones y miembros de la Autoridad Palestina y de la ONU, seguridad, imprevistos, malos entendidos... «La gestión de recursos humanos en un país en conflicto es un dolor de cabeza permanente». Es un reto diario. Hay riesgo, sí, pero también muchas satisfacciones: «Ver resultados tangibles y procesos en los que se ha contribuido desde tu puesto de trabajo, eso es una fuente de satisfacción impagable. No mucha gente puede ver tan inmediatamente el resultado de su trabajo».