El Sur en el corazón del Mediterráneo

SOCIEDAD

Hay miseria en los bordes de la rica Europa. La ve a diario Diego Pérez en Albania, voluntario con jóvenes discapacitados en el Proyecto Esperanza; esa que él no pierde

10 abr 2008 . Actualizado a las 14:26 h.

La orgullosa, histórica y próspera Europa también mantiene sus pobrezas. Las hay en poblados chabolistas muy cerca y en comunidades que, aunque relativamente vecinas, parecen otro continente. Casi otro mundo. Sucede en Albania, país en éxodo buscando alternativas que permitan salir de un lugar donde 200 euros se consideran un salario mensual alto. «Tiene cierta apariencia Europa, pero cuando estás aquí y conoces las historias de cada uno te das cuenta de que no, de que no es tan fácil, y ahora entiendo a los albaneses que se van a Italia, y te quedas sin argumentos para decirles que se queden».

Será por problemas como los cortes de luz casi diarios, pero más por lo que él razona como pobreza humana: el desigual acceso a los recursos, la educación o la sanidad, o el trato a la mujer. Esos dramas cotidianos los lleva viendo en ese país Diego Pérez hace casi seis años, de forma interrumpida. Primero, en campos de trabajo durante varios veranos. Luego, durante los 14 meses que cumplirá este abril en una iniciativa de la oenegé Entreculturas con un nombre que le hace honor: Proyecto Esperanza .

Se trata de una iniciativa para jóvenes y niños con problemas de discapacidad a través de casas de acogida (casas familia, las llaman), talleres ocupacionales y campamentos en verano para «abrir la esperanza de una vida diferente y con objetivos como el trabajo, una casa, amigos y relaciones positivas que les ayuden a escapar de la soledad en la cual la lógica de la productividad les querría dejar como algo sin valor», describe el vigués, pensando, entre otros, en Dori, la pequeña del proyecto: «Es una niña con síndrome de Down de 8 años, pero que aparenta 4. Hace dos años no caminaba, era como un bebé. Ahora ver cada día cómo crece es una maravilla, como cuando subió las escaleras sola».

Esa pequeña le ha dado a Diego una de esas incontables satisfacciones que ha recogido en el tiempo en el que ha dejado su tarea como informático en Madrid. «Podría escribir un libro de grandes pequeños momentos». No se para en los malos, que también ha habido: «Lo peor es la situación de injusticia o de impotencia ante ciertas situaciones. Otras situaciones de la vida, como la muerte por ejemplo, suceden aquí y allí. El problema es cuando se producen injustamente respecto a lo que nosotros tenemos en España. Eso es difícil, la diferencia de oportunidades». Recuerda en ese punto una de las lecciones de su curso de formación. Les pedían en él que se pusieran en la piel de una persona que hubiera nacido en otro país y, con las estadísticas en la mano, les relataban la situación económica, sanitaria, cuánto vivirían? «Ahora lo he visto con mis ojos y he vivido lo que es nacer en Albania, y te da por pensar qué sería de algunos de nuestros chicos [los del programa de Entreculturas] en España si hubiesen nacido allí». Pero Diego no pierde la esperanza. «Si no -bromea- me echarían o cambiarían el nombre al proyecto».

Tal vez porque si mira hacia atrás lo hace con optimismo: «Es una satisfacción permanente ver a cualquiera de los chicos del proyecto, que ahora tienen una vida normal y digna, y hace diez años estaban en unas condiciones de las que es mejor no hablar. A veces me gusta separarme un poco del grupo y quedarme unos minutos observándolos. Es un verdadero placer».