Los taladros

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

02 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay calles que nacieron predestinadas para estar siempre en obras. Cuando nos despistamos, cuando creemos que ya se le ha dado la última mano, un día cualquiera aparece un señor con un taladro y una valla que corta el tránsito de vehículos o de peatones. En realidad, no recordamos la última vez que la vimos patas arriba. Igual fue hace diez años, pero lo asumimos con la misma naturalidad que si las obras hubiesen acabado la semana pasada. Es como un sueño eterno que se reproduce en el tiempo y que impide diferenciar qué es lo real y qué forma parte ya de una interminable pesadilla.

Llega un punto en el que el estado natural de esa calle es estar destripada y con los operarios haciendo ruido, taladrando el firme, como si esa contaminación acústica fuese ya el latido natural de su corazón. Cuesta imaginar que la existencia normal de un ciudadano pasase por estar tumbado en una camilla, abierto en canal, con unos cirujanos hurgando en sus vísceras. Por eso, del mismo modo que nuestros intestinos transportan olores poco agradables, tampoco resulta grato pasear por arterias que descubren sin rubor la pestilencia de sus alcantarillas.

Hay que asumir la realidad urbana de nuestro tiempo, resignarse y entender que de la misma forma que hay quien nace para ser un gran pintor o un gran escritor hay calles que han sido diseñadas para estar siempre en obras. Nunca sabremos, a ciencia cierta, cuándo están construyendo o derribando algo, pero podremos reconocerlas por el inconfundible latido de sus corazones, que son los taladros. El día que se paren, esas calles habrán muerto.