La voz que vino del hielo entrega una nueva joya

SANTIAGO

El nuevo álbum de la islandesa la reafirma como una figura aparte dentro del pop contemporáneo

01 nov 2011 . Actualizado a las 15:45 h.

Hace ya tiempo que Björk dejó de ser la personificación del futuro del pop. Sucedió con Vespertine (2001), una obra maestra con la que entró en una dimensión alejada a todo. Como Scott Walker o Diamanda Galás, la Björk del siglo XXI es una (gloriosa) anomalía, al margen de las tendencias del momento. También del aplauso del moderneo, el que otrora la agasajaba como hoy lo hace, por ejemplo, con Panda Bear. Ensimismada en su universo particular, en este trabajo se ha propuesto crear el punto de encuentro entre la naturaleza, la música y la tecnología.

Dejando a un lado toda la parafernalia extra (una decena de aplicaciones para iPad inspiradas en cada una de las canciones), en lo musical probablemente se trata de su álbum más difícil. Lo más pop se encuentra en Crystalline, el single de adelanto, se inspira, al parecer, en la estructura atómica de un cristal. Ahí inserta a unos amantes («Igualamos el flujo con nuestros corazones / besamos nuestros cuarzos para alcanzar el amor») y con un desarrollo circular, obsesivo y caleidoscópico contagia el nerviosismo al oyente hasta explotar totalmente.

Esa, la idea de insertar los latidos del corazón dentro de los de la naturaleza, es la guía de un disco arisco a las primera escucha, pero extrañamente cautivador en el corto plazo. Ahí, dentro de sus ritmos quebrados, el minimalismo instrumental y las pinceladas electrónicas, abren las alas maravillas como Virus, que alude al amor que mata a las personas (células aquí) o Cosmogony, que lo relaciona con las erupciones volcánicas. Son apenas dos ejemplos de un álbum que reflota a la mejor y más desafiante Björk. Gran noticia.