Veinte horas de espera para ocupar las primeras filas cerca del Papa

Emma Araújo SANTIAGO/LA VOZ.

SANTIAGO

07 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Mucha fe, paciencia infinita y un buen saco de dormir. Esta fue la mejor de las recetas aplicada por buena parte de las personas que desde las 18.30 horas del viernes se fueron concentrado junto al principal acceso al Obradoiro para ver a Benedicto XVI lo más cerca posible.

Si el perfil de los miles de peregrinos que durante este año santo hicieron el Camino de Santiago resultó de los más caleidoscópico, la profunda religiosidad católica y las ganas de escuchar en persona al Papa eran las principales motivaciones de quienes se atrevieron a pasar la noche del viernes al aire libre con el único resguardo de las paredes de San Xerome y Fonseca y las improvisadas vallas que la policía tuvo que colocar para que la fila de devotos no se transformase en un tumulto.

Los más madrugadores fueron tres frailes de Samos que permanecieron junto a la valla de acceso desde las 18.30 horas hasta el momento en el que pudieron entrar en la plaza. Tras los hermanos José Antonio, Luis Alfredo y Juan Luis, el venezolano afincado en Madrid Javier Frías guardaba un sitio soñado desde hace 28 días, ya que este fue el tiempo transcurrido desde que salió de Irún para hacer el Camino de Santiago a pie «y vivir la experiencia de reencontrarse con uno mismo y coincidir con el Santo Padre».

La historia de Javier Frías es muy similar a la de Abelardo Gómez, su compañero bajo las estrellas, que también realizó el Camino, pero desde Valdestillas, un pueblecito de Valladolid. Siempre quiso hacer la ruta y se decidió al oír en la radio que el Papa viajaría a Santiago. Y en algunos tramos del Camino se encontró con Sergio Fernández, un joven cuya motivación real para la paliza de pasar la noche al raso no era la de estar cerca del padre de la Iglesia, sino del suyo, un devoto del Camino que a sus 69 años de edad descansaba en un hotel cercano mientras Sergio le guardaba el sitio tras 800 kilómetros a pie. Sin motivación religiosa, pero con la alegría de haber estrechado lazos con su padre, este peregrino-acompañante criticó que hubiese tantos sitios reservados en el Obradoiro mientras que los romeros con credenciales de peregrino tenían que guardar cola y con el riesgo de que no hubiese sitio para todos.

Y aunque parezca mentira, algunos de estos devotos sin techo tenían una cama bien cerquita, pero no quisieron arriesgar. Este fue el caso de los compostelanos Inma López y Carlos Rico, de Aríns, que cambiaron el colchón por las sillas de playa «porque los periodistas nos asustasteis tanto con la cantidad de gente que iba a venir... Y nosotros no queríamos perdernos esto».