Canibalismo en el Polo Norte

SOCIEDAD

En los últimos días los científicos lanzaban la alarma: los osos polares podrían estar recurriendo cada vez más al canibalismo. La Voz de Galicia publica en primicia una de las raras imágenes que existen de este fenómeno todavía poco estudiado

02 jul 2019 . Actualizado a las 18:57 h.

A nuestro alrededor, en todas direcciones, se extiende una capa uniforme de hielo hasta el horizonte, donde el sol indeciso del alto Ártico sube y baja todo el día sin llegar a ponerse nunca. Estamos buscando osos blancos y ya hemos pasado el que debería ser el mejor lugar para encontrarlos, en el límite del casquete polar, al norte de las islas Svalbard. Allí abundan las grietas del hielo en las que viven focas, su comida preferida. Pero la tripulación rusa y los científicos de a bordo se han pasado dos días sin encontrar nada más que, precisamente, focas y una solitaria morsa descansando plácida sobre un bloque de hielo. Ahora nos hemos ido demasiado al norte, y los científicos mascullan en cubierta que a los osos no les gusta este hielo tan espeso. Ni a los osos ni al capitán Ruslan, que está un poco preocupado, o debería estarlo. A nuestro alrededor hay un 90% de hielo; si bajase la temperatura de golpe, podríamos quedar aislados.

Cuando el GPS del puente indica los 80 grados norte, Phil, el historiador de la expedición, comenta, para dar ánimos, que por esta zona en la que nos encontramos se quedó atrapado el barco del explorador Parry, en 1825. Le agradecemos su erudición.

Para compensar, Phil recuerda también de repente que, según los mismos cálculos, muy cerca de allí el joven Nelson, el futuro vencedor de Trafalgar, había visto osos. De hecho había luchado contra uno. Y apenas acaba de decirlo, un vigía ruso grita por fin la frase que llevamos tantas horas esperando: «¡Biyeli mitvied!», un oso blanco a lo lejos.

Un triste espectáculo

El oso está comiendo y desde lejos es difícil saber qué. Pero al aproximarnos con cuidado comprobamos que lo que está devorando no es una foca, y menos aún un futuro almirante británico. Es otro oso, un osezno para ser más exactos, cuyo cuerpo aplastado y ensangrentando ya no es más que una triste carcasa vacía. Una bióloga deja escapar una exclamación poco profesional.

Se trata de un hecho científico. En los últimos años han empezado a detectarse casos de canibalismo entre los osos polares, los primeros en el 2004. Pero los testimonios directos de este hecho se cuentan con los dedos de la mano. En ese sentido, nos ha correspondido un triste privilegio.

El capitán ordena parar los motores para que el barco se deslice lentamente hacia el animal sin molestarlo. Pero el oso no parece demasiado preocupado por nuestra presencia. Sentado en lo alto de la cadena alimenticia del Ártico, nada asusta al oso polar, el único animal del que se sabe que busca activamente el ser humano para cazarlo. Y viéndolo solo en esta inmensa blancura del hielo pocos se lo reprocharían: aparte de nosotros, parece el único ser vivo en millas a la redonda.

Este carnívoro, el mayor que existe, no solo necesita grandes cantidades de alimento, sobre todo es un adicto a la grasa que le permite sobrevivir al frío del invierno ártico; y, aunque puede vivir de esa grasa acumulada hasta cuatro meses, es un ser permanentemente hambriento.

En el Ártico hay tres millones de focas para unos 20.000 osos. El problema es que el oso, como suele pasar con los aristócratas, caza mucho pero mal. Algún científico muy paciente ha calculado que la foca se escapa más del 70% de las veces y, aunque nada como un campeón olímpico (su nombre científico es Ursus maritimus), solo tiene una oportunidad si ataca desde el hielo. Por eso algunos científicos culpan al calentamiento global de los casos de canibalismo entre osos polares como el que estamos viendo. Al haber menos hielo, el oso encuentra cada vez más dificultades para alimentarse.

Uno de esos científicos que creen firmemente que el cambio climático está afectando a los osos es Jamie, un biólogo británico que observa la escena con una mezcla de estupor y deformación profesional. Pero Jaime es prudente: «No se puede decir con seguridad por qué ha ocurrido esto. Me inclino por el trastorno del hábitat de este oso, pero podría ser también control de la población o estrés...».

Si el oso no estaba estresado, seguro que lo está ahora. El osezno, sin duda, se defendió como pudo, porque la sangre corre por el costado del superviviente como si fuese un toro de lidia. También es cierto que parece hambriento. A finales de septiembre todos los osos polares están delgados, pero este lo está demasiado. «Parece que es un macho», dice Jamie que, a pesar de tenerlo tan cerca, no se atreve a asegurarlo. Los esquimales distinguen el sexo de los osos solo con ver sus huellas, pero los científicos tienen que fiarse del tamaño. En lo demás, machos y hembras son prácticamente idénticos.

«El oso polar es un animal increíble», susurra Jamie, como si temiese que el oso pudiera entender lo que dice. «En realidad casi se puede decir que no es un oso, es otra cosa. Caza como los felinos y se pasa la mayor parte de su vida sin pisar tierra firme. Puede lanzar por el aire una foca de 200 kilos como si tal cosa. No hiberna como los otros osos ni defiende un territorio. Corriendo puede alcanzar a un ciclista y puede recorrer cien kilómetros en un día. A veces viajan más de 5.000 kilómetros, la distancia entre Londres y Kabul?».

Vulnerar un secreto íntimo

Para entonces el capitán Ruslan ha conseguido colocar su barco junto al animal, que nos observa con un gesto desafiante y lastimero, como el Saturno devorando a sus hijos que pintó Goya. También él es un dios al que hemos sorprendido cometiendo un sacrilegio. La naturaleza no es un dibujo y se parece menos a un documental que a una tragedia griega.

A pocos metros de su hocico ensangrentado, se escucha el crujido de sus dientes en los huesos. «No hay que humanizar a los animales», me repito mentalmente, pero lo cierto es que todos, incluso marineros y científicos, miramos avergonzados, como si hubiésemos vulnerado un secreto íntimo.

«¿Es su cría?», le pregunto a Jamie. Se encoge de hombros para no responder, como si no quisiera inculpar al oso. De repente, el oso levanta la cabeza y gruñe mientras aparta con la pata izquierda los despojos de su presa. Luego entra en el agua sin ruido, y su cabeza afilada desaparece bajo los témpanos de hielo que se extienden hasta el horizonte rojizo. «Pues parece que sí era zurdo», reconoce Jamie, secándose el sudor de la frente.